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Elino Villanueva Gonzรกlez
Con cinco palabras y una coma explicativa, en apenas unos segundos, me dio mi primera clase magistral de Periodismo empรญrico, la lรญnea estricta de su convicciรณn eterna que marcarรญa mi estilo personal y profesional en estos casi sesenta aรฑos.
“¿Quรฉ digo, Juan?”, le preguntรฉ, en la ingenuidad proverbial de mi carรกcter, cubriendo juntos una noticia, impresionado en la protesta callejera por la enjundia autรฉntica de los manifestantes, reciรฉn terminado uno de los perรญodos mรกs amargos de Gobierno en el estado de Guerrero: el de Rubรฉn Figueroa Figueroa, ejecutor principal de la mal llamada Guerra Sucia.
“Pues lo que ves, pendejo…”, me contestรณ, sencillamente. Ya despuรฉs, en la sala de redacciรณn, se disculpรณ, y como un padre generoso me dijo que la regla de oro en el Periodismo es aguantar vara, los reporteros de a de veras se hacen a machete pelรณn, a punta de trancazos, y si no aguantan, no sirven para esto.
Eso sรญ —me aclarรณ—, siempre tienes que hacer todo lo que estรฉ a tu alcance para decir la verdad, defender a los jodidos, a los mรกs necesitados, a los que carecen de voz o no pueden expresarse. Si uno que tiene la posibilidad, el don de la Palabra, no los defiende, quiรฉn va a hacerlo.
Nos fuimos de borrachos mรกs de una vez, hasta la madrugada, cuando Chilpancingo era una ciudad tranquila. Estaba cautivado por las plรกticas, a veces discusiones, por supuesto, de รฉl y de Josรฉ Manuel Benรญtez, mi otro padre periodรญstico. Se aprendรญa con ellos de forma divertida, riรฉndonos. Nada soy sin la influencia de ellos dos. Ambos me hicieron.
Yo era un chamaco, y ellos, ya adultos, tirรกndole a viejos. Pero hicimos una trรญada de antologรญa, al menos para nosotros. Nos รญbamos a cualquier lado, nomรกs bastaba una seรฑal. Un dรญa salimos de madrugada de la discoteca del Hotel Jacarandas, caminando, porque siempre andรกbamos a pie, sin carro.
No sรฉ quรฉ tenรญamos de sospechosos, que un automรณvil se parรณ adelante de nosotros, por los rumbos del crucero de la avenida Ruffo Figueroa y el bulevar Lรกzaro Cรกrdenas.
“¡Sรบbanse!”, nos dijeron dos tipos, el conductor y el copiloto, y nosotros, confiados, ocupamos el asiento de atrรกs, pensando que nos daban raite. “Cรกiganse con lo que traigan… —dijo el de la derecha, apuntando con una pistola, mientras el del volante doblaba su cara de malvado—. Ya se los cargรณ la chingada”.
Josรฉ Manuel, que siempre era nuestro lรญder, se aventรณ la puntada de pedir mayor comodidad para la operaciรณn de despelleje. “Nomรกs llegamos al centro, y ahรญ les damos todo…”, rogรณ, y el asunto bajรณ de intensidad, pasรณ de asalto en despoblado a interrogatorio preventivo.
“¿Quiรฉnes son Ustedes?”, preguntรณ uno de ellos. Manuel trataba de ganar tiempo, Juan y yo no decรญamos nada, a pesar de nuestro furor por al menos mentarles la madre a los desgraciados. La cosa empezรณ a cambiar de tono y de lado: “¿Quรฉ tiene que ver con quiรฉnes seamos? —inquiriรณ el maestro—. ¿Dejarรญa de ser esto un asalto?”
Ya estรกbamos en el centro, en la zona del zรณcalo, y la tirada obvia era gritar hacia algรบn transeรบnte, algรบn grupo, un policรญa, pedir ayuda, armar un escรกndalo.
Manuel cerrรณ la discusiรณn: “Somos periodistas, y ahora nos dicen quiรฉnes son Ustedes”. El tipo de la pistola la escondiรณ. “Bรกjense… —nos dijeron, sin mayor explicaciรณn—. Pero se van a andar con cuidadito”. No obedecimos. Algunos movimientos por ahรญ hicieron que arrancaran de nuevo. “Bรกjense, cabrones…”, volvieron a decir, mรกs adelante. No nos bajamos.
Avanzaron hasta un edificio de la calle 5 de Mayo, y vimos el portรณn enorme de acceso a las instalaciones de la Procuradurรญa General de la Repรบblica, de la temida Policรญa Judicial Federal. Nos entrรณ frรญo en la espalda, a los tres. ¡Eran judiciales!
Ahora sรญ nos bajamos, y ellos entraron rรกpidamente, metieron el coche al patio, y cerraron. “¡Salgan, den la cara! ¿Por quรฉ nos querรญan secuestrar?”, gritรกbamos. Durante un rato estuvimos exigiendo que salieran, los malvados, pero el silencio era toda la respuesta.
Nos fuimos alejando poco a poco, hacia la alameda, y en cuanto llegamos a la esquina echamos a correr. Ya era suficiente jalarle los bigotes a un tigre que no sabรญamos cรณmo iba a reaccionar.
Una de las รบltimas aventuras que nos corrimos juntos, con รฉl, hace algunos aรฑos, fue un partido de fรบtbol entre los corresponsales de El Universal contra un equipo de reporteros de La Jornada, en la Ciudad de Mรฉxico. El portero de los contrarios era un colega de apellido Zamarripa, admirado entonces por la firmeza de sus convicciones.
Nos ganaron: una goliza: cinco tantos a uno, pero el que metimos nosotros, cansados, agotados, desorganizados, nunca habรญamos jugado juntos, fue de antologรญa, del nivel de Cruiff, Di Stรฉfano, Beckenbauer, Maradona, Hugo, mรญnimo Ronaldo, digno de un campeonato mundial.
La anรฉcdota de ese tiro magnรญfico me permitiรณ escribir un cuento que da nombre a mi libro reciente: “El gol de la honra”. Tiene que ver con el humor negro que me ha acompaรฑado siempre, con hechos insรณlitos, increรญbles, en el extremo de los triunfos mรกs sublimes y los actos de discriminaciรณn y linchamiento mรกs humillantes, mi lรญnea existencial.
El golazo lo anotรณ รฉl, Juanito, con el toque fino de su empeine privilegiado, desde fuera del รกrea grande, tan bien colocado que dejรณ abriendo la boca al guardameta. ¡Era buenรญsimo en los tiros libres! En las tribunas, incluso por los contrarios, se elogiรณ la anotaciรณn. El problema fue que las crรณnicas del dรญa siguiente me lo acreditaron a mรญ, injustamente, quiรฉn sabe cรณmo ocurriรณ.
Este fin de semana partiรณ a la dimensiรณn infinita, hacia donde tarde que temprano todos vamos, ya no vio el triunfo de la primera mujer de la Historia de Mรฉxico en la Presidencia. Allรก se reunirรก con Josรฉ Manuel, en espera de lo que venga. Se siente feo que cada vez mรกs el cรญrculo de los cercanos se vaya cerrando, pero es la ley de la vida, quรฉ le vamos a hacer.
Dios tenga en su santa gloria a nuestro querido Juan Cervantes Gรณmez, mi hermano, mi amigo, mi padre periodรญstico, mi cรณmplice, mi defensor ante los ataques de algunos de mis malquerientes, mi compaรฑero de siempre en los inicios en el Periodismo empรญrico, y le dรฉ fortalezca a la siempre gentil Lolita y sus hijos y familiares y amigos y cercanos para afrontar su ausencia dolorosa.
¡Otra forma de ver el mundo!
#๐๐ณ๐ข๐ค๐ช๐ข๐ด๐ฑ๐ฐ๐ณ๐ท๐ฐ๐ต๐ข๐ณ๐ณ️
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