𝗗𝗲 𝗳𝗮𝗺𝗶𝗹𝗶𝗮𝘀 𝗴𝗲𝗻𝗲𝗿𝗼𝘀𝗮𝘀 𝘆 𝗮𝗴𝗿𝗮𝗱𝗲𝗰𝗶𝗺𝗶𝗲𝗻𝘁𝗼𝘀 𝗲𝘁𝗲𝗿𝗻𝗼𝘀

Elino Villanueva González 

En menos de medio minuto y en apenas veintitrés palabras, cuando era todavía un niño, mi padre me prodigó la más hermosa de las conferencias magistrales que he presenciado, por formativa, aleccionadora y constructiva. Habían nacido perritos, y la "Laika", como la conocíamos, una de tantas que tuvimos como guardianas nobles en la casa feliz de la infancia, los criaba entre las raíces, abajo del eterno árbol de mango, ni quién sabe su edad, porque cuando nací ya estaba ahí. Sorprendido porque los pequeños seres se movían confundidos, desorientados, guiados únicamente por el calor del cuerpo de su madre, por el instinto de conservación hacia la fuente de su alimento, le pregunté, con la ingenuidad indomable que me ha acompañado por siempre, por qué los animalitos tenían sus ojos cerrados. “Apréndaselo, hijo, para toda su vida —me dijo, serio y didáctico—: Los perros abren sus ojos a los quince días, y hay personas que no los abren nunca…” Casi sesenta años después, todavía resuenan en mi mente esas palabras: cuánto tengo, cuánto me falta por aprender. Con anticipación a los cumpleaños de doña Fany y don Arnulfo, en unos días más, a manera de pausa en estos más de cuarenta años sin vacaciones formales, sin un solo día de descanso, trabajando hasta los domingos y días festivos, desde el Periodismo, luego la Historia, la Literatura y la Docencia, hasta la defensa de los Derechos Humanos y de la Naturaleza, nos dimos la oportunidad de convivir con ellos y hablar largo y tendido en otras más de sus pláticas edificantes, además de exquisitas, espirituales. Nunca tendré palabras ni elementos suficientes para agradecerle a Dios y a la Vida el haber nacido en una familia como la formada por ambos seres hermosos, inmensamente humanos, generosos, únicos, junto con mis hermanos, formados en la honestidad a toda prueba y la convicción por no andar engañando ni robando a nadie. ¡Otra forma de ver el mundo!

#QuédateEnCasa🏡💙