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Elino Villanueva Gonzรกlez
Lo primero que sorprende es la precauciรณn de iniciar la chamba tempranito, antes de que se asiente el calorรณn que nos trae atribulados, al menos por ahora, un tanto preocupados por el cambio climรกtico, aunque ya que dominen las lluvias y baje la temperatura de seguro volveremos a seguir contaminando y retomaremos alegremente el camino hacia nuestra autodestrucciรณn.
Pero lo que mรกs llama la atenciรณn, de plano, es atreverse a desplumar a plena luz del dรญa a una fila como de sesenta ancianos formados afuera de la oficina del Banco del Bienestar, para esperar a que abran y cobrar su pensiรณn, como pueblo sabio y noble, en los tiempos de la Cuarta Transformaciรณn.
Vaya alma la suya como para emprender la coperacha entre la gente de la tercera edad, por las razones que sean, por muy justificadas. A mรญ no me cabe la cara de vergรผenza tener que pedir prestado y fiado para alimentar y mantener a veinte venados preciosos, a fin de que los niรฑos vayan y los apapachen y por lo menos los conozcan antes de que se extingan, por la caza ilegal, sin conciencia, el hombre su peor enemigo.
No es jovencito, pero tampoco viejo, por supuesto. No se ve andrajoso, sucio, y su corte de pelo fรกcilmente debe costar mรญnimo ciento cincuenta pesos: estรก bien hecho, en casquete pegadito, ascendente, delineado el copete para los mechones de sus greรฑas teรฑidas en color cobrizo acomodadas hacia atrรกs.
โ€œยกGracias por no desconfiar, mi raza bonita! No piensen que quiero el dinero para otra cosa, es para sanar a mi niรฑa que estรก en el hospital con una enfermedad terminal...โ€, asegura el hombre, quien con toda premeditaciรณn, alevosรญa y ventaja le carga a la cuenta del Seรฑor el pago del financiamiento.
โ€œDios en su inmensidad sabrรก recompensar este sacrificio generoso que estรกn ustedes haciendo por mi hija", alega, mientras recibe con su mano o directamente en una bolsita de plรกstico los cinco, los diez, los veinte pesos.
No es de piel negra, pero casi, mรกs bien moreno, su nariz afilada y su rostro marcado por el acnรฉ, y la neta que su mirada no inspira confianza. Va enfundado en una camiseta blanca, limpia, de tirantes, un short playero hasta las rodillas entre verde y azul con estampados en combinaciรณn, y chanclas de pata de gallo con suela negra y correas blancas, como del siete y medio.
โ€œEs mejor pedir que robar. Mil veces esta humillaciรณn ante mi gente que andar robando o asaltando, apropiarse lo que no es de uno", asegura, y los viejitos bucean por acรก y por allรก entre sus guardaditos, para apoyar la causa.
Increรญble, pero cierto: en unos cuantos minutos la bolsita ya luce un billete de a cien pesos y como dos de a cincuenta y dos de a veinte, quรฉ envidia. โ€œGracias, gracias, que Dios se lo pague, madrecita, mi padre, seรฑora buena, doรฑita...โ€, va รฉl tipo personalizando los agradecimientos, con un tono conmovedor, hasta se avienta dos que tres chanzas con algunos, los mรกs alegres.
Llega al final de la fila, que en realidad es el principio, en la puerta del โ€œBanco de los mexicanosโ€, no tardan en abrir, y se regresa a la cola, pero con una amabilidad comedida se da tiempo para detenerse y aceptar benevolente la aportaciรณn que alguno de los formados lamentablemente se tardรณ en tener a tiempo. A punto del llanto, realmente conmovido, dirige sus bendiciones a todos y avanza hacia la esquina, se despide.
Metiche como soy, lo sigo discretamente. Dobla la calle hacia abajo. No ha avanzado media cuadra cuando ve la base de una ruta de "combis" forรกneas. Una de las unidades estรก cargando. Le falta apenas un pasajero para completar y salir. El hombre se sube, repite el drama que lo agobia y sus argumentos. Los viajeros se consternan e inicia de nuevo la colecta.
No tarda mucho en sacudir el arbolito y abultar de nuevo la bolsita. En el ajetreo por el movimiento de unidades y pasajeros, nadie pregunta si lo que dice es cierto o es un estafador. Ni una receta mรฉdica, una fotografรญa, ningรบn oficio, una carta de recomendaciรณn, alguna credencial, no tenemos ni un solo elemento para asegurarnos de la tragedia familiar que requiere nuestra ayuda, sรณlo sus palabras y la alusiรณn a Dios.
Abandona la base del transporte. Toma la calle ahora hacia arriba, se regresa, dobla en la misma direcciรณn de la acera del Banco del Bienestar, que queda atrรกs. Se detiene en un OXXO de la modernidad, en la esquina siguiente. Entra, y yo seguido de รฉl, con discreciรณn.
Saca los cuatro puรฑos de monedas frente al empleado, las pone en el mostrador. En su rostro se dibuja algo parecido a una sonrisa, al menos una mueca de satisfacciรณn. Cuenta los billetes y los guarda, los que le da el cajero y los que le dieron los voluntarios. En menos de quince minutos ha sacado fรกcilmente mil 200 pesos, chance y mรกs.
No lo veo hacer alguna llamada, preocupado, o ahรญ mismo, en la tienda, depositar dinero a alguien que, por allรก, lejos, ni quiรฉn sabe dรณnde, algรบn familiar, cuida al supuesto enfermo que entre todos estamos tratando de salvar la vida, Dios mediante. No se ve la mรญnima tribulaciรณn ni en sus actitudes ni en su andar.
Sale del negocio, sigue el rumbo de la calle, colgada de sus hombros hacia atrรกs con los tirantes en carrillera una bolsa blanca de la cadena Neto, a medio llenar de cosas. Se mete al mercado, toma rumbo de las carnicerรญas, elige una, habla con una de las dependientas, le explica algo. En los ganchos cuelgan chamberetes, chamorros, cuartos, costillares, piernas, aguayones, todo fresquecito.
Pide que le den un tranco de chicharrรณn. Cuando lo guarda en la bolsa del mandado, le corta un trozo. Se lo empieza a comer desde antes de dejar la carnicerรญa. Ya que se retira, avanza por los pasillos hacia la salida. Va comiendo su chicharrรณn a capela, tronador, libre como el viento, esquivando marchantes.
Lo sigo un tramo mรกs. Finalmente, lo pierdo entre el tumulto de compradores, mercancรญas y vendimias, promociones de estribillo, comiรฉndose su chicharrรณn entre el pueblo sabio de los tiempos de la Cuarta Transformaciรณn.
Sรญ, pues.
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