𝗟𝗲𝗰𝘁𝘂𝗿𝗮 𝗣𝗼𝗹í𝘁𝗶𝗰𝗮
Noé Mondragón Norato
𝙇𝙤𝙨 𝙘𝙤𝙨𝙩𝙤𝙨 𝙙𝙚 𝙧𝙤𝙢𝙥𝙚𝙧 𝙡𝙚𝙖𝙡𝙩𝙖𝙙𝙚𝙨
La incongruencia es la marca inefable de los políticos. Lo acaba de confirmar el exgobernador priista Héctor Astudillo. Porque apenas en diciembre pasado “le echó montón” —con la militancia y dirigencias que controla en Guerrero— al dirigente nacional del PRI, Alejandro Moreno Cárdenas Alito, a fin de que no fuera avalada la prolongación de su periodo en la dirigencia nacional de ese partido. Incluso, renunció como integrante del Consejo Político Nacional del PRI. Abrió un debate del que hoy retrocede abiertamente —porque evaluó demasiado tarde que ya lo perdió— llamando a la unidad de ese partido. Desde luego, se niega a renunciar a su militancia. Pero el daño ya está hecho. Y quiérase o no, marcó su raya. Eso tendrá sus costos.
𝘼𝙎𝙏𝙐𝘿𝙄𝙇𝙇𝙊: 𝙎𝙄𝙉 𝙋𝙇𝙐𝙎𝙑𝘼𝙇Í𝘼. – La política priista —que irradia e imitan otros partidos políticos como el Morena— es de simbolismos. Y si hay fotografías de prominentes actores tricolores locales respaldando a Alito, cuando Astudillo lo ataca, es claro que se están tendiendo apuestas de poder. Marcando líneas invisibles imposibles de disolver. Porque la pugna por el poder es real. Y hay consecuencias de ello. En el PRI se miden de dos formas: exclusión o renuncias. Se lee así: 1.- Los testaferros políticos del exgobernador, como el coordinador de los diputados locales, Héctor Apreza, salieron en su defensa cuestionando que “las elecciones no se ganan en reuniones centralistas con las cúpulas, sino con el trabajo y la unidad de las bases”. El punto es que el PRI perdió esas bases desde la elección de 2018 y su crisis se agudizó aun más a partir de 2021 cuando Héctor Astudillo, sin reservas electorales en sus alforjas, cuestionados ampliamente sus nulos resultados como gobernante, se vio obligado a negociar con el Morena el traspaso del poder estatal a este último partido. Porque en los hechos, la plusvalía electoral de Astudillo deflagró en Guerrero desde el 2018 cuando el PRI perdió mayoría en senadurías, diputaciones federales, locales y también en las alcaldías. ¿Acaso bastaría la presumible “unidad priista” para recuperar un terreno electoral que el propio exmandatario llevó al abismo? ¿Con qué divisas novedosas y atractivas podría regresar a la senda de los triunfos electorales de antaño? En corrillos políticos trasciende incluso, que el actual dirigente nacional del PRI está dispuesto a no ceder nada a Héctor Astudillo —en términos de asignación de candidaturas—, en función de que este no representa nada ni tiene mucho que aportar en materia de captación del voto ciudadano en la próxima elección de 2024. Se convirtió en todo caso, en lastre para el priismo. Y la división en el PRI de la que ahora reniegan sus cancerberos, fue provocada también por él. 2.- Las facturas en política pasan cobro. Tarde o temprano. A cada capillita se le llega su fiestecita, dice el refrán popular. Durante prácticamente toda su administración, Astudillo excluyó de su gobierno al grupo del exgobernador Rubén Figueroa. Marginó y congeló a Héctor Vicario, alfil de ese grupo. Condenó al ostracismo a Cuauhtémoc Salgado, el exdirigente estatal del PRI. No es extraño entonces que, al primer error cometido por el exmandatario, Figueroa y su grupo se pusieran del lado de Manuel Añorve, el gestor político de Alito que opera su aprobación aquí. Y, en consecuencia, rompió lanzas con el exmandatario. Con ello, se entiende que las candidaturas priistas en la próxima elección presidencial del 2024 se repartirán entre el grupo Figueroa y el liderado por Añorve. No hay un indicio claro que muestre lo contrario. A menos que el senador Miguel Ángel Osorio Chong —el personaje que le dio cuerda a Astudillo para evitar la prolongación del periodo de Alito en el PRI nacional, empujando la denuncia contra la reforma a los estatutos en el Trife— gestione y logre un acuerdo “cupular” con este último. En este carril, la mayoría de los simpatizantes y correligionarios de Astudillo —si no es que todos— están llamados a quedarse en la fría banca tricolor. Entre ellos por supuesto, Héctor Apreza, uno de los principales beneficiarios políticos del astudillismo. Porque las exclusiones y las renuncias son parte del paisaje y la tradición priista del rompimiento de las “lealtades”.
𝙃𝙊𝙅𝙀𝘼𝘿𝘼𝙎 𝘿𝙀 𝙋Á𝙂𝙄𝙉𝘼𝙎…La que encuentra cerradas las puertas de la gobernanza, es la alcaldesa morenista de Acapulco, Abelina López Rodríguez. Como no puede con tanta violencia e inseguridad, apela a que sea la aparición mediática con ciertos personajes, la que resuelva su penosa e ineficaz situación. Esta vez le tocó el turno al exgobernador Ángel Aguirre. Con el exedil Luis Walton ya había hecho migas. Lo cierto es que, sin los apoyos del senador Toro, Abelina se está refugiando en la única opción política que percibe. Y esta consiste en apostar todo su resto a favor del proyecto presidencial en el Morena, del canciller Marcelo Ebrard, que tanto Aguirre como Walton apoyan. La realidad es que Abelina va en picada.
#QuédateEnCasa🏡💙
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