๐๐ฒ ๐ถ๐ฑ๐ฒ๐ป๐๐ถ๐ฑ๐ฎ๐ฑ๐ฒ๐ ๐๐๐ฟ๐ถ๐ฎ๐ป๐ฎ๐ ๐ ๐๐๐ฒ๐ป๐๐ถ๐น๐ถ๐ผ๐ ๐ฑ๐ฒ๐๐ฒ๐ฐ๐ต๐ฎ๐ฏ๐น๐ฒ๐
Elino Villanueva Gonzรกlez
Mi primera novia era de El Porvenir, por los rumbos de Cruz Grande, el verdadero corazรณn de la Costa Chica de Guerrero. Era un poquito mรกs que trigueรฑa, con todo el garbo y la energรญa de las costeรฑas, su cabello ligeramente puchunco, y el porte autรฉntico de las guerreras del sur.
En aquellos tiempos andaba tan culeco que por puro amor a ella pensรฉ que Hรฉctor Cรกrdenas tenรญa que amenizar nuestro casamiento: “De San Marcos a Las Vigas, pasando por Caridad./ Detente, no le sigas, la boda va a comenzar./ La venta de cerveza, ya se empezรณ a realizar./ Ya deja la tristeza, que esto se empieza a alegrar./ Vente ya mi costeรฑita, vรกmonos a la carrera./ Mira, mira que los novios, vienen por la carretera…”
Asรญ que la invitaciรณn de ciertos parientes para acompaรฑarlos a la boda de los primos de unos amigos en Florencio Villarreal, el nombre oficial del municipio, me encandilรณ con la posibilidad de reencontrarme con el amor de mi vida, a ver quรฉ habรญa sido de ella. La verdad es que los esposos que nos invitaron lo hicieron no porque de veras quisieran que fuรฉramos, sino para que les diรฉramos raite en nuestra camioneta, todavรญa nueva, de agencia, mucho mรกs elegante que la lata de albaรฑil que ellos habรญan comprado hace poco en una yarda de segunda.
Saquรฉ mi repertorio, como para ir calentando motores, y empecรฉ con รlvaro Carrillo: “Yo que fui del amor ave de paso,/ yo que fui mariposa de mil flores,/ hoy siento la nostalgia de tus brazos,/ de aquellos tus ojazos,/ de aquellos tus amores./ Ni cadenas ni lรกgrimas me ataron,/ mรกs hoy siento la calma y el sosiego./ Perdona mi tardanza, te lo ruego./ Perdona al andariego, que hoy te ofrece el corazรณn…”
Nos fuimos tempranito porque los invitadores querรญan ayudar a los anfitriones en la organizaciรณn de la fiesta. El novio habรญa venido desde Estados Unidos para casarse con la chica, y ya juntos partirรญan de luna de miel hacia Chicago, una de las ciudades de la Uniรณn Americana que mรกs guerrerenses tiene, despuรฉs de los รngeles. Mรกs de un millรณn y medio de paisanos que en el norte han encontrado la realizaciรณn de sus sueรฑos con los billetes verdes.
En las salas de espera de las terminales de autobuses de cada pueblo se veรญa a los pasajeros madrugadores o trasnochados aguantar la espera. Las vendedoras de atole, muy nuestras, afanosas, morenitas, les vendรญan tamales y atole y cafรฉ caliente en sus respectivos platos y vasos con tenedores y cucharitas desechables, en bolsas de plรกstico. ¿Cuรกntas vendedoras de nuestras delicias tradicionales como ellas habrรก, en cuรกntas estaciones y mercados y plazas? ¿Cuรกnto unicel y plรกstico contaminante se echarรก todos los dรญas, sin descanso, a los tiraderos pรบblicos y clandestinos y de ahรญ a los rรญos y al mar, a la Naturaleza?
Asรญ como para que mi mujer y nuestros dos niรฑos, con las dos niรฑas de la pareja a la que acompaรฑรกbamos, no notaran mi afรกn por reencontrarme con mi morena hermosa de juventud, cambiรฉ el ritmo de la mรบsica y puse algo del Acapulco Tropical, infaltable, a volumen regular: “Ay, cangrejito playero,/ que camina en la arena./ Va buscando las nenas,/ que se van en la playa./ Con sus cuatro patitas,/ caminando ligero,/ con sus ojos parados,/ que parecen antenas…”
El ajetreo ya habรญa comenzado para cuando llegamos a la comunidad. Una hamaca ancha y sonsacadora colgada de dos almendros frondosos me invitรณ a recostarme y descansar de la manejada, asรญ como se acostumbra por estas tierras de Dios, donde todo y cualquier cosa es hijo de setecientos mil rollos de verdad, con los sobacos al aire y al lado una hielera repleta de caguamas bien muertas reposando en trozos de hielo de barra, pero se requerรญa transportar hasta el salรณn del pueblo mesas y sillas y mรกs muebles, y lo mรกs importante: las ollas con los tamales y los mixiotes y el pozole verde y blanco y la barbacoa que se habรญan preparado para los quinientos invitados.
A eso de las tres de la tarde, con el calorรณn sin una nube que lo contuviera, aquello estaba en su apogeo. Dos que tres chillidos elรฉctricos hirientes de los micrรณfonos y todo estuvo al tiro para cuando los novios llegaron desde el templo.
Antes de que ellos rompieran la parranda, aguantando los empujones con “…a la vรญbora vรญbora de la mar, de la mar, por aquรญ pueden pasar, los de adelante corren mucho y los de atrรกs se quedarรกn…”, y que ella lanzara hacia atrรกs su ramo con la suerte y el augurio para la prรณxima luna de miel, Pepe Ramos ambientรณ la espera, muy a tono: “Yo nacรญ en un bajareque/ sin doctores ni enfermeras,/ mi mamรก me trajo al mundo/ con ayuda de parteras./ Y crecรญ cuidando cuches/ y pescando chacalรญn,/ con mi chicamaca vieja/ en el rรญo de por aquรญ./ Negrito, chimeco y feo,/ casi chirundo me crie./ Pero tengo el alma blanca,/ como no la tiene aquel/ que naciรณ en paรฑales limpios/ con otro color de piel…”
Se sirviรณ la comida, que bien ayuda a identificar a los de buen diente y a los mesurados, mientras yo buscaba por entre las mesas tratando de identificar el rostro de mi morena de las cuatro dรฉcadas atrรกs. ¿Quรฉ habrรญa sido de ella? ¿Conseguirรญa uno menos feo, uno guapo, no como yo, o caerรญa en las manos de un borracho o flojo, mantenido o pendenciero?
La pausa de los alimentos transcurriรณ con la mรบsica de los Donnys, que con sus canciones narran la cultura a la que se acredita el Guerrero bronco, el del sur indomable, el del dicho que campea por dondequiera: “A mรญ el que me la hace me la paga”, con "La mula bronca" como uno de sus mejores relatos: “Voy a cantar un corrido,/ me deben de dispensar./ Les dirรฉ lo que pasรณ/ en el pueblo de Juchitรกn:/ Mataron “La mula bronca”/ por no saberse tantear./ Ivan es su mero nombre,/ Quiterio su apelativo./ Le decรญan “La mula bronca”/ porque nunca habรญa perdido./ Mucho combate que tuvo/ y siempre se habรญa salido”.
Pero asรญ nomรกs de repente, como impulsados todos por un resorte, tan pronto los meseros terminaron de quitar los 486 platos y los 486 vasos y los 486 vasitos de unicel con restos de comida y bebida y pastel, y los 450 tenedores y las 450 cucharas y otras 450 cucharitas de plรกstico, mรกs los cientos de servilletas manchadas con la evidencia de las delicias, y las metieron en las cincuenta bolsas negras grandes, tambiรฉn de plรกstico, previstas para el caso, junto con popotes y basura de la pachanga, y las acumularon allรก en el rincรณn donde no estorbaran, a eso de las siete en punto, empezรณ el fandango.
Mujeres y niรฑos y muchachos y chicas y hombres recibieron la primera descarga descomunal de electricidad que les alcanza a los costeรฑos en fama de fiesta hasta para tres dรญas despuรฉs, en la tornaboda: “Josefina,/ puso un baile cuando ella vivรญa en la sierra,/ y yo ahora/ vengo a contarles la historia de las parejas./ Toditas tenรญan apodo,/ miren quรฉ casualidad:/ la que bailaba con Polo/ le dicen patagambay,/ la que bailaba con Juan/ le dicen bocaecaimรกn,/ la que bailaba con Nacho/ le dicen cara de cacho,/ la que bailaba con Toรฑo/ le dicen nariz de moรฑo,/ la que iba con Fortunato/ le dicen cara de gato,/ la que andaba con Ramรณn/ le dicen caraecamiรณn,/ la que andaba con Miguel/ le dicen bocaecarriel,/ la que andaba con Angulo/ le dicen caradecรบ…/ ¡Culebra cascabel!/ ¡Culebra cascabel!”
Niรฑos con mamรกs, mujeres con niรฑas, hembras con hembras, novios con novias, ancianos con ancianas, todos al unรญsono y al mismo ritmo seguรญan el acordeรณn mรกgico de Aniceto Molina, mientras yo miraba para acรก y para allรก en espera de que apareciera la costeรฑa de mis recuerdos. Habรญa dado algunos recorridos discretos por entre las mesas y pelaba ojo hacia todos lados tratando de encontrar rastros de aquel rostro y aquella sonrisa hermosa, sin รฉxito alguno.
De pronto, una morena vivaz y jovial, de ojos grandes, negros, brillantes y coquetos, como de cincuenta aรฑos, se presentรณ ante la mesa y se dirigiรณ a bocajarro a Mary: “Mijita —le dijo—. ¿Me prejtaj a tu marido pa’ bailar con รฉl?” Mary alzรณ los hombros y me mirรณ, como diciendo: “Pues, por mรญ, que baile”. Tantito que el niรฑo es chillรณn, y otro poquito que lo pellizcan. En realidad, estaba esperando meterme a la pachanga, en busca de mi antiguo amor. No se parecรญa mucho a mi novia, pero pensรฉ que era por el tiempo transcurrido.
Como sea, en segundos ya estaba en la pista con la segunda rรกfaga de รกnimo: “En la placita de la vieja barriada,/ dicen que sale, que sale una brujita,/ y yo quisiera que me saliera a mรญ,/ y yo quisiera que me saliera a mรญ,/ para ver, para ver si iba a sufrir./ Quรฉ serรญa de la pobre brujita,/ si llegara a caer en mis brazos./ Te aseguro que no asustarรญa ya a nadie,/ con lo que yo le tengo pensado./ La castigarรญa,/ ay sรญ, seรฑor,/ con la guacharanga,/ con la guacharanga,/ la castigarรญa,/ yo le darรญa,/ con la guacharanga,/ su garrotera,/ la castigarรญa,/ a media noche,/ con la guacharanga,/ pa’que respete,/ la castigarรญa,/ su guacharangazo…”
En esa primera ronda le tupimos duro a la bailada. Visto desde arriba, el mar de cuerpos y cabezas parecรญa de veras el ocรฉano Pacรญfico. Todos llevaban el mismo ritmo y el movimiento de las manos y de los cuerpos, siguiendo las canciones, como si fuera una serie de olas replicantes, esas trepidaciones de los temblores que nos traen chandos a cada rato aquรญ en el sur. Yo estaba entradรญsimo con mi morena cuyo sudor transparente escurrรญa de verdad a chorros por su piel tostada. De la nada aparecรญan de mano en mano ampolletitas de Victoria o Coronitas que mujeres y hombres se empinaban de un solo sorbo.
Era increรญble el proceso para mantener frescos los cuerpos en medio de la cuerpos en medio de la temperatura ardiente y contagiosa, la del tiempo y el ambiente y la de los cuerpos, movidos al mismo compรกs: “Cotorrita corre que te coge el gavilรกn,/ cotorrita corre que te coge el gavilรกn,/ y como te coja ni plumas te quedarรกn,/ y como te coja ni plumas te quedarรกn…/ ¡Ay ni plumas… te quedarรกn!/ ¡Ay ni plumas… te quedarรกn!”
Terminรณ la primera ronda, fui a mi mesa y caรญ desparramado en mi silla. Todavรญa ahora me pregunto cรณmo pude aguantar el ajetreo, pero sentรญ que aรบn llevaba energรญa como para demostrar que la gallardรญa de la morena me tenรญa sin cuidado. Mary se hizo la desentendida, como si nada pasara, no estaba enojada, pero ahora deduzco que intuรญa el desenlace.
Apenas hubo tiempo para un respiro, algรบn acomodo, otra cervecita, pues de pronto empezรณ de nuevo el jaleo y ahรญ estaba mi morena, puntual, presta a emprender la segunda vuelta, y ya ni permiso pidiรณ: me tendiรณ la mano tan pronto empezรณ el guateque: “Yo soy como los vampiros/ que salgo al anochecer/ porque en la noche me inspiro/ y me llevo a una mujer/ Vampiro vampiro,/ vampi, vampi,/ piro, piro./ Vampiro vampiro,/ vampi, vampi./ Vampiro Vampiro, piro piro”. Asรญ seguimos.
El procedimiento siempre era igual, los movimientos de todas las parejas al unรญsono y las cervezas y el sudor, increรญblemente todos en pie, bailando y sonrientes. Para la mitad de la segunda ronda yo ya de plano traรญa la lengua de fuera, francamente, sรณlo me sostenรญa el puro orgullo falso de mi aguante y mi chincual de encontrar a mi amor de hace cuarenta aรฑos.
Lo reconozco: si me hubiera casado con ella no habrรญamos sido felices, no le hubiera aguantado el ritmo, ni el suyo ni el de la vida, que para el caso son los mismos. Como quiera, resistรญ valiente toda la ronda, no me quedaba de otra. Absorto en mi intenciรณn de no quedar mal hasta se me olvidaron mis preocupaciones por la destrucciรณn del Medio Ambiente con tanta carga diaria de unicel y plรกstico y mรกs y mรกs contaminantes hacia las barrancas, los arroyos, los rรญos, los mares.
A punto de la asfixia, casi agonizando, otra vez aterricรฉ en mi silla, exhausto, pero como pude fingรญa estar mรกs fresco que una lechuga. Esperรฉ el momento preciso antes de iniciar la tercera ronda y me dirigรญ con discreciรณn al sanitario, al fondo del salรณn. Le roguรฉ a Mary, con dificultades para respirar, casi en una imploraciรณn: “Le dices que fui al baรฑo, que no me tardo…”
Desde ahรญ, encerrado a piedra y lodo, empecรฉ a escuchar con claridad y nostalgia, a punto de soltar el llanto por mi amor de aquellos tiempos, y mi aplastante realidad de ahora, con todo y mis convicciones en favor de la conservaciรณn de la Naturaleza, el arranque colombiano y guerrerense, muy del sur, de la tercera ronda, en la voz de Aniceto Molina y su acordeรณn mรกgico: “Tengo una gorra de lona,/ y juego fรบtbol con ella,/ me emborracho y tiro puรฑo,/ y la gorra no se me cae./ Me llevan al hospital,/ insulto a las enfermeras,/ me aviento de un quinto piso,/ y la gorra no se me cae./ La gorra no se me cae,/ la gorra no se me cae,/ la gorra no se me cae,/ la gorra no se me cae…”
#QuรฉdateEnCasa๐ก๐
Comentarios
Publicar un comentario
Muchas gracias por leer La Crรณnica, Vespertino de Chilpancingo, Realice su comentario.