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A la muerte de su madre, Marta paso a vivir al lado de su tรญa Zenaida, una mujerona de aspecto temible, grandes manos y mirada torva.
Marta era una niรฑa de ocho aรฑos, con los pies descalzos y el vestidito roto. Como su tรญa la dejaba encerrada, la niรฑa se dedicaba a lavar los trastes y a limpiar la podrida tarima del piso. Una vez que terminaba su quehacer, sacaba del fondo de un cajรณn una tosca muรฑeca de trapo, rota y sucia como ella.
Luego, con unas corcholatas de limonada, ponรญase a jugar; llenaba de agua una de las latitas y le daba de beber a la muรฑeca:
-Nena bonita, voy a comprarte un vestido rojo rojo, para llevarte a pasear al jardรญn…
Y la acostaba dentro de una vieja caja de zapatos, cubriรฉndola de hilachos y dรกndole palmaditas con sus tiernas manos.
Apenas oรญa los bruscos pasos de la tรญa, su pequeรฑo corazรณn se agitaba, cual pรกjaro asustado. Rรกpidamente escondรญa sus queridos objetos y se encaminaba a la cubeta de los trastes.
Por lo general, Zenaida llegaba sudorosa y malhumorada; su asqueroso cuerpo despedรญa un tufo nauseabundo. Era de esas mujeres que hasta en los hombres mรกs ruines de la tierra provocaba una extraรฑa repulsiรณn.
Por ello, su carรกcter habรญasele tornado irascible y violento.
– ¡รndale, piojosa, agarra el litro que vas por el pulque!
La chiquita corrรญa lo mรกs rรกpido posible.
Desde las seis de la tarde, Zenaida empezaba a beber y a beber hasta las diez de lo noche en que se derrumbaba embrutecida sobre el jergรณn. El alcohol despertaba en ella un sentimiento inaudito de crueldad. Por cualquier motivo golpeaba a Marta.
– ¿Por quรฉ te dilataste tanto, bruta…?
– Habรญa muchas gentes, tรญa… respondรญa la niรฑa, temblando
– ¡Argรผendera, piojosa de tal…! – Y tomando la tranca de la puerta, descargaba el brazo en el cuerpo de la sobrina,
Cuando Zenaida la contemplaba ya caรญda y sin sentido, experimentaba una nueva satisfacciรณn; como si todos sus oscuros resentimientos encontrasen un desahogo al maltratar a la criatura. El cuerpo de Martha estaba ya totalmente cubierto de moretones.
Los รบnicos momentos de dicha para la niรฑa era cuando sacaba su muรฑeca y las corcholatas mohosas.
Una tarde en que Marta estaba muy distraรญda sujetรกndole a la muรฑeca una cinta en la cabeza, la tรญa la sorprendiรณ jugando. Al mirar el rostro fiero de la mujer, la huรฉrfana se quedo casi sin aliento.
– ¡Ya verรกs, condenada…! – Y arrebatรกndole la muรฑeca, la destrozรณ con sus negras uรฑas de mugre.
Llorando inconsolable, Marta recogรญa los diseminados hilachos.
-Voy a quitarte la maรฑa de estar jugando!
Y acercรกndose al anafre, Zenaida colocรณ en las brasas un largo cuchillo de cocina. Una vez que lo vio al rojo vivo, tomรณ a la niรฑa de los cabellos y le quemรณ la cara con el candente hierro…
Cuando denunciada por unas vecinas la condujeron a la delegaciรณn de policรญa, la desalmada mujer alegรณ que la niรฑa, para perjudicarla, habรญa puesto la cara sobre el anafre…
(๐ญ๐ข๐ต๐ช๐ต๐ถ๐ฅ๐ฎ๐ฆ๐จ๐ข๐ญ๐ฐ๐ฑ๐ฐ๐ญ๐ช๐ด.๐ค๐ฐ๐ฎ).
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