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El niño que retó
a la muerte
a la muerte
Apolinar Castrejón Marino
¿Y por qué decimos que “El hombre es bueno por naturaleza”? pues, el escritor, político y filósofo francés Jean-Jacques Rousseau (Rusov), era un optimista, y creía en la bondad humana, y así lo escribió en su obra “Emilio: o de la educación”.
Esto, a pesar que en su tiempo, los hombres provocaban una guerra tras otra para conseguir nuevos territorios, y someter a otros países. Como todos sabemos, ese hombre del que habla Rousseau, produce armas, hace la guerra, y participa directamente, como sold
ado o mercenario. ¿Y por qué decimos que “El hombre es bueno por naturaleza”? pues, el escritor, político y filósofo francés Jean-Jacques Rousseau (Rusov), era un optimista, y creía en la bondad humana, y así lo escribió en su obra “Emilio: o de la educación”.
Esto, a pesar que en su tiempo, los hombres provocaban una guerra tras otra para conseguir nuevos territorios, y someter a otros países. Como todos sabemos, ese hombre del que habla Rousseau, produce armas, hace la guerra, y participa directamente, como sold
Durante las guerras, los hombres matan, violan, y roban. Se producen cantidades impresionantes de heridos y víctimas mortales, y también producen otros efectos, como destrucción, esclavitud, hambre y enfermedades, migraciones y exilio.
Los genocidios de Tasmania, Armenia, Camboya, Tierra de Fuego, Bosnia, y Guatemala, son buenos ejemplos. El holocausto de Hiroshima y Nagasaki, el exterminio de los gitanos y los judíos, los indios del oeste americano, y de la Patagonia, son ejemplos de las crueldades del hombre.
Rousseau estaba convencido de que el ser humano nace bueno y libre, orientado naturalmente para el bien, pero luego la educación tradicional lo oprime, y acaba por corromperlo. Y en su libro “Emilio”, proponía una educación basada en el humanismo y la ilustración. Según él, si se educa convenientemente al hombre, se evitarán conflictos y agresiones.
Tal profundidad de pensamientos, y grandeza de ideas del filósofo francés, fue destruido por un jovencito de escasos 12 años, que vivía en las calles de parís, despreciado y abandonado por sus padres. En la novela “Los Miserables” del escritor francés Víctor Hugo, figura un personaje llamado Gavroche Thénardier, que se unió a los revolucionarios en los hechos de armas de junio de 1832.
En la trama de “Los Miserables”, el niño Gavroche es un protagonista menor. Pero para el pintor Eugene Delacroix tiene una gran carga emotiva, y por esa razón, en su obra “la Libertad Guiando al Pueblo”, lo pintó en primer plano sosteniendo un revólver, junto a “La Libertad”, y desde ahí se considera un símbolo de la rebeldía contra la injusticia.
Según la novela, se integró a la lucha que se libraba en las calles de París, cuando los combatientes habían llegado a una situación de empate, y habían colocado barricadas en las que se escudaban, y desde ahí disparaban a los enemigos.
Al ver que a sus compañeros de lucha se les acababa el parque, se puso a juntar las balas que se encontraban desperdigadas por el suelo, sin temor a los disparos que pasaban rosando su cuerpo. En lugar de mostrar miedo a las balas, se puso a cantar unos versos populares, en los que pronunciaba los nombres que habían inspirado la rebeldía: “La alegría es mi ser por culpa de Voltaire. Si tan pobre soy yo, la culpa es de Rousseau”.
El espectáculo era a la vez espantoso y fascinante. Gavroche, se burlaba de los fusileros, con los cabellos al viento, las manos al aire, y la vista en los que le disparaban. Las balas no lograban acertarle, como si los Dioses de la guerra lo protegieran. El continuaba recogiendo las balas no disparadas, enfrente de la barricada de sus compañeros, expuesto a que alguna lo impactara.
Pero todos sabemos que con la muerte no se juega, y una bala, lo alcanzó, calló al suelo, y toda la barricada lanzó un grito. Pero se incorporó y se sentó y todos vieron una larga línea de sangre en su cara. Alzó los brazos al aire, miró hacia el punto de donde había salido el tiro y se puso a cantar:
“Si acabo de caer, la culpa es de Voltaire. Si una bala me dio, la culpa es…”
Ya no pudo acabar. Otra bala cortó la frase en su garganta. Cayó con el rostro contra el suelo, y no se movió más. Su pequeña gran alma acababa de echarse a volar. Murió culpando de su muerte a Voltaire y a Rousseau, los dos pensadores que habían inspirado las revoluciones, pero que nunca arriesgaron su vida.
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