ARTÍCULO

La Ambición Mata
Juan López
Octubre del año 2000. Gobernaba Acapulco Zeferino. Cuauhtémoc Cárdenas vino a envalentonar la sucesión en una asamblea en Los Espejos, salón del Hotel Continental. Candidato presidencial perdedor ante Vicente Fox en el PRD era entonces la más importante figura de la izquierda. Con él querían la foto todos: menores y grandes, quemados y ex priistas, chamacos y viejos, muj
eres y novatos. Como en “El Rey” de José Alfredo su palabra, era la ley. Lo acosaban por ello todas las corrientes quienes ya enseñaban empollando apenas, el huevo de la serpiente.
Un remolino humano de peligrosas dimensiones cercaba a Cuauhtémoc. Sin embargo, nadie temía la costilla rota, el pisotón sangriento ni la contusión del epigastrio. Recuerdo la algarabía aleve, una alegría nerviosa de gente aclimatada a los empujones. Eran las 6-7 de la tarde. Entendido de su magnetismo político Cárdenas sabía zafarse de las promesas a media calle, de las mentiras innecesarias, del compromiso fácil. Codeándonos subimos la escalera. En vilo gozaba de su popularidad el ex candidato presidencial. La turba lo seguía. Atrás jadeante venía Pablo Sandoval Ramírez. Hombre en plena madurez vital. Había presidido la Mesa Directiva del Congreso de la Unión y creía merecer, después de Zeferino, la presidencia municipal de Acapulco y eso podía decidirlo de un plumazo, un guiño su amigo Cuauhtémoc Cárdenas. Por ello lo persiguió hasta la sofocación del pre-infarto. 
Primero cruzó multitudes, codazos, caras duras, así llegó. Una sonrisa fue todo lo que consiguió del jerarca cuando el cardio había hecho ya lo suyo. Le vi una palidez demacrante. Le ofrecí mi brazo. En el barullo gritaron: “una ambulancia”. Dije: lo más cerca es el hospital Magallanes. No creímos que fuese grave. Había sobrevivido a todas las persecuciones y a todos los acosos. Esto era sólo la expresión límite de una de sus veteranas vivencias.
El año 2000 había cumplido 56 años. En la camilla rumbo al quirófano del hospital aún preguntaba por Cárdenas. Los médicos prepararon inyecciones, respiración de cilindros y vida artificial. Los esfuerzos fueron vanos. Una vida de gran lucimiento protestatario se diluyó en las ambigüedades de la nómina. Cuando su fuerza menguó había aprendido: vivir fuera del presupuesto es vivir en el error. Con esa consigna escuchada al Tlacuache Garizurieta concluyó sus mil batallas juveniles sin poder cuidar fértil hasta la madurez su embrión revolucionario.
PD: “Hay jóvenes incendiarios que de viejos se vuelven bomberos”: Miguel Ángel Asturias.

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