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Los libros del
feminismo

Apolinar Castrejón Marino
Los mexicanos poco informados creen que el feminismo es una tragedia de los tiempos actuales.
Sin ánimo de romperles el corazón, les tenemos que decir que las primeras manifestaciones de inconformidad se registraron en Francia durante la Revolución. Tenemos noticias confiables de que un grupo de mujeres se enteraron que habían sido excluidas de la Asamblea General, y ni siquiera podrían expresar sus protestas en los llamados “Cuadernos de Quejas”.
La Revolución Francesa fue particularmente adversa hacia las mujeres, con ordenamientos como la disolución de los clubes femeninos, que había en la ciudad, y una normativa según la cual, no podrían reunirse en la calle más de cinco mujeres. Y en 1795 prohibió definitivamente a las mujeres, que asistieran a las asambleas políticas.

Otro dato que ilustra la situación de  las mujeres, de esa época es un panfleto titulado “Proyecto de una ley para que se prohíba a las mujeres aprender a leer”, publicado por uno de los grupos más radicales llamado irónicamente “Los Iguales”.
El mismísimo Jean-Jacques Rousseau, escribió contra la inclusión educativa y política de la mujer, en su famoso libro “El Emilio”. Y el nuevo régimen revolucionario concedió a la mujer, la gracia del derecho a la enseñanza primaria, solo muchos años después.
Las nuevas formas de derecho francés llamadas “codificaciones napoleónicas” también establecieron agravios, como la minoría de edad permanente para las mujeres.
Otras de plano fueron guillotinadas por los revolucionarios, por alzar sus voces de protesta, como Olimpia de Gouges, autora del texto “Declaración de los Derechos de la Mujer y la Ciudadana”.
Años posteriores, apareció calcado el pensamiento de Olimpia de Gouges en la “Declaración de los Derechos del Hombre y el Ciudadano”, que a la letra dice: “La mujer nace libre y permanece igual al hombre en derechos”.
Fue una reivindicación para su sexo y para su nombre, reconocer que Olimpia había escrito también: “Las distinciones sociales sólo pueden estar fundadas en la utilidad común”, y que “La ley debe ser la expresión de la voluntad general; todas las Ciudadanas y Ciudadanos deben participar en su formación, personalmente o por medio de sus representantes”.
Años más tarde quien tomó la bandera de la mujer, fue un hombre: León Richier, fundador del periódico “Los derechos de la mujer” y, organizador del Congreso Internacional de los Derechos de la Mujer en 1878.
Pero podemos ir más atrás en la historia del feminismo. Durante El Renacimiento (Siglos XV y XVI), se publicaron obras como “La ciudad de las damas” de Christine de Pizan, en 1405; Cornelius Agrippa publicó “De la nobleza y la preexcelencia del sexo femenino” en 1529, y el sacerdote Poulain de la Barre,“La igualdad de los sexos”  en 1671.
Definitivamente, los grandes pensadores universales resultaron demasiado ambiguos para la causa femenina: Voltaire postulaba la igualdad de mujeres y hombres, pero en corto las llamaba “el bello sexo”. Denis Diderot decía “…las compadezco, porque, a lo largo de la historia han sido tratadas como imbéciles”.
Condorcet publicó en 1790 el texto “Sobre la admisión de las mujeres al derecho de ciudadanía”, donde escribió que “...en los principios democráticos caben todos por igual,  independientemente del sexo”. Montesquieu declaraba que la mujer tiene todo lo que se necesita para tomar parte en la vida política.
El padre Du Boscq se pronunció a favor de la educación abierta al público femenino en en su obra “La mujer honesta”. Y el filósofo Fontenelle publicó sus “Conversaciones sobre la pluralidad de los mundos” en donde destacaba la igualdad de hombres y mujeres.
El libro Vindicación de los derechos de la mujer, de la inglesa Mary Wollstonecraft, centrado en la igualdad de inteligencia entre hombres y mujeres, es la obra que inspiró la primera ola feminista en Europa en 1790.
Y en Estados Unidos la primera ola del feminismo surgió en el año 1848, en que apareció la “Declaración de Seneca Falls”, que reclamaba el derecho al voto de las mujeres.

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