ARTÍCULO
El club de los 99
El Rey sabía que muchos de los cortesanos, y de sus pajes, eran un poco rebeldes cuando les daba alguna orden, pero eso no pasaba con su paje de cámara. Noto que su alegría y buen humor eran francos y sinceros, y su curiosidad aumentó.
Un día se propuso indagar que pasaba, y mientras el paje le ayudaba a vestirse, le preguntó, como estaba. Sin levantar la mirada, contestó: “Con el permiso de su majestad, estoy muy bien, gracias por preguntar”.
A lo pocos días, un poco discretamente le volvió a preguntar: “¿ ...y tienes algún secreto? El sirviente devolvió la pregunta “¿...un secreto, majestad?
“Si. Digo, para estar feliz”.
“Bueno, no es un secreto. Las razones para ser feliz están a la vista: trabajo para mi soberano, que es justo y piadoso, trabajo en el palacio, y su majestad me obsequia con comida para mi familia”.
El Rey pensó que su sirviente se burlaba, porque ¿Como podía ser feliz, si lo obligaba a hacer un trabajo vergonzante, de quitarle la ropa usada, bañarlo, y luego ponerle ropa limpia? ¿Como podía ser feliz con el sueldo miserable que le pagaba? Y ¿Como podía conformarse con las sobras que dejaban los cortesanos, y le dejaba llevárselas para alimentar a su familia?
Entonces el rey mandó a traer a su más sabio consejero y le preguntó, que como podía ser feliz su sirviente. El sabio, después de indagar la situación, le comentó que el paje era feliz, porque no estaba en el círculo del 99.
¿”Círculo del 99”? pregunto el rey ¿Que es eso? ¿Es feliz porque no está en ese círculo? El consejero le trató de aclarar: No estaba en el “Círculo del 99”, y por eso no era infeliz. El rey estaba cada vez más confundido, y como no entendía, el sabio optó por demostrarle con hechos.
Por la noche se fueron a la calle donde vivía el paje, y se acercaron cautelosamente a su casa, escondiéndose en la oscuridad. Su esposa e hijos se habían ido a acostar y él andaba revisando que la puerta y las ventanas estuviesen cerradas, para que el también se fuera a dormir.
El sabio se acercó a la puerta llevando una bolsa, y cuidadosamente la colgó del pestillo, y tocó. Apresuradamente y sin hacer ruido, regresó a donde estaba el Rey. Desde su escondite vieron como salia el sirviente. Buscó a quien había tocado, y como no vio a nadie, se dispuso a regresar al interior. Al volverse, notó la bolsa que estaba colgada y la tomo, con cierta desconfianza.
Aun asì, la tomó la llevó hasta la mesa, donde se dispuso a ver su contenido. Al abrirla, por poco se desmaya, pues había una gran cantidad de monedas de oro. Las sacó, y las vació sobre la mesa para contarlas. Para efectos prácticos, empezó a hacer pilas de 10 monedas, y procedió a contarlas.
Un montón, 10 monedas, dos montones, 20 monedas, 3 montones, 30 monedas, y asì hasta el décimo montón que tenìa...9 monedas ¡9 monedas! Alarmado, se retiró de la mesa, y buscó en el suelo la moneda que faltaba. Alumbró con la lámpara de aceite por todos lados, pero no había nada.
En ese momento ya no era feliz, ya era del “Círculo del 99”. Pensó que le habían robado una moneda de oro, o que la había perdido, y se acostó en la cama pensando cuantas cosas estaba dispuesto a hacer, para conseguir la moneda que le faltaba.
Apolinar Castrejón Marino
En esas tierras lejanas de los cedros sagrados del oriente, había un Rey que procuraba gobernar con justicia y equidad. Cada día, cuando se levantaba, disfrutaba tener un hermoso y elegante palacio, un reino con muchos siervos y vasallos, y una corte de caballeros y de damas, que se esforzaban para complacerlo.
Sus bodegas estaban llenas de alimentos y bebidas, y el tesoro real era cuantioso. Pero en el transcurso del día, tenía que afrontar asuntos de guerra con sus vecinos, de diplomacia con las autoridades religiosas, del cobro de impuestos, y del gasto público. Su buen humor iba desapareciendo, y para la tarde estaba nervioso y enfadado.
El Rey era muy inteligente y observador, y llamó su atención un paje -de los 20 que lo atend
ían en sus aposentos- porque siempre lo saludaba con amabilidad, y sonreía mientras hacía su trabajo.En esas tierras lejanas de los cedros sagrados del oriente, había un Rey que procuraba gobernar con justicia y equidad. Cada día, cuando se levantaba, disfrutaba tener un hermoso y elegante palacio, un reino con muchos siervos y vasallos, y una corte de caballeros y de damas, que se esforzaban para complacerlo.
Sus bodegas estaban llenas de alimentos y bebidas, y el tesoro real era cuantioso. Pero en el transcurso del día, tenía que afrontar asuntos de guerra con sus vecinos, de diplomacia con las autoridades religiosas, del cobro de impuestos, y del gasto público. Su buen humor iba desapareciendo, y para la tarde estaba nervioso y enfadado.
El Rey era muy inteligente y observador, y llamó su atención un paje -de los 20 que lo atend
El Rey sabía que muchos de los cortesanos, y de sus pajes, eran un poco rebeldes cuando les daba alguna orden, pero eso no pasaba con su paje de cámara. Noto que su alegría y buen humor eran francos y sinceros, y su curiosidad aumentó.
Un día se propuso indagar que pasaba, y mientras el paje le ayudaba a vestirse, le preguntó, como estaba. Sin levantar la mirada, contestó: “Con el permiso de su majestad, estoy muy bien, gracias por preguntar”.
A lo pocos días, un poco discretamente le volvió a preguntar: “¿ ...y tienes algún secreto? El sirviente devolvió la pregunta “¿...un secreto, majestad?
“Si. Digo, para estar feliz”.
“Bueno, no es un secreto. Las razones para ser feliz están a la vista: trabajo para mi soberano, que es justo y piadoso, trabajo en el palacio, y su majestad me obsequia con comida para mi familia”.
El Rey pensó que su sirviente se burlaba, porque ¿Como podía ser feliz, si lo obligaba a hacer un trabajo vergonzante, de quitarle la ropa usada, bañarlo, y luego ponerle ropa limpia? ¿Como podía ser feliz con el sueldo miserable que le pagaba? Y ¿Como podía conformarse con las sobras que dejaban los cortesanos, y le dejaba llevárselas para alimentar a su familia?
Entonces el rey mandó a traer a su más sabio consejero y le preguntó, que como podía ser feliz su sirviente. El sabio, después de indagar la situación, le comentó que el paje era feliz, porque no estaba en el círculo del 99.
¿”Círculo del 99”? pregunto el rey ¿Que es eso? ¿Es feliz porque no está en ese círculo? El consejero le trató de aclarar: No estaba en el “Círculo del 99”, y por eso no era infeliz. El rey estaba cada vez más confundido, y como no entendía, el sabio optó por demostrarle con hechos.
Por la noche se fueron a la calle donde vivía el paje, y se acercaron cautelosamente a su casa, escondiéndose en la oscuridad. Su esposa e hijos se habían ido a acostar y él andaba revisando que la puerta y las ventanas estuviesen cerradas, para que el también se fuera a dormir.
El sabio se acercó a la puerta llevando una bolsa, y cuidadosamente la colgó del pestillo, y tocó. Apresuradamente y sin hacer ruido, regresó a donde estaba el Rey. Desde su escondite vieron como salia el sirviente. Buscó a quien había tocado, y como no vio a nadie, se dispuso a regresar al interior. Al volverse, notó la bolsa que estaba colgada y la tomo, con cierta desconfianza.
Aun asì, la tomó la llevó hasta la mesa, donde se dispuso a ver su contenido. Al abrirla, por poco se desmaya, pues había una gran cantidad de monedas de oro. Las sacó, y las vació sobre la mesa para contarlas. Para efectos prácticos, empezó a hacer pilas de 10 monedas, y procedió a contarlas.
Un montón, 10 monedas, dos montones, 20 monedas, 3 montones, 30 monedas, y asì hasta el décimo montón que tenìa...9 monedas ¡9 monedas! Alarmado, se retiró de la mesa, y buscó en el suelo la moneda que faltaba. Alumbró con la lámpara de aceite por todos lados, pero no había nada.
En ese momento ya no era feliz, ya era del “Círculo del 99”. Pensó que le habían robado una moneda de oro, o que la había perdido, y se acostó en la cama pensando cuantas cosas estaba dispuesto a hacer, para conseguir la moneda que le faltaba.
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