ARTÍCULO
Memorias de Adriano
Efraín Flores Maldonado*
Entre 1924 y 1929, con solo 25 años de edad, Marguerite Yourcenar, nacida en Bruselas en 1903 y fallecida en Estados Unidos en 1987, pudo escribir y publicar su libro titulado “Memorias de Adriano” en 1951, traducida al español en 1955. La autora culminó su larga investigación al reencontrar entre su abundante y desordenado archivo, una larga carta manuscrita del emperador Publio Elio Adriano, enviada a su pariente Marco Aurelio, quien posteriormente fue tamb
ién emperador de Roma entre los años 161 y 180 D.C. La autora tiene el talento y el tiempo para sintetizar dicha carta, destacando la inteligencia, cultura y calidad humana del emperador Adriano, quien gobernó Roma, entre los años 117 y 138 D.C. El emperador destaca en su misiva, su interés literario y cultural hasta tal punto que “me costaría vivir en un mundo sin libros”, convencido de que la educación y la cultura forman parte del desempeño de un gobierno justo y eficiente; se queja de que, en Roma en ocasiones existieran “administraciones sin prestigio ni gloria”; advierte que la educación escolar privada y pública, abunda en defectos, porque en las mismas “los maestros ejercen sobre los alumnos, un despotismo que yo me avergonzaría de imponer a los hombres”; maestros muy lejos de Sócrates a quien consideró “el más grande seductor”. Como gobernante, Adriano se dice satisfecho al haber desterrado de Roma y del gobierno “a los imprudentes y a los ambiciosos, que complican la obra pública, atrayendo a intelectuales y técnicos, indispensables en un buen gobierno”. Enfático, se declaraba contrario a toda ineficacia de tal suerte que “despedí a los funcionarios incapaces… y mandé a ejecutar a los peores”. Satisfecho se dice al escuchar voces inconformes, que en ocasiones “estaban bien fundadas”, al señalar errores y corruptelas, que eran evidentes al descubrir entre los funcionarios “riquezas sospechosas, que engañaban el verdadero estado de las finanzas del imperio”. Laborioso incansable, de repente advertía que sus funcionarios reposaban a tal grado, que cada día era evidente que “el gobierno civil descansaba más y más en mí, cada día”. Explotaba en rabia cuando advertía que tenía “una corte de subalternos, cada día más mediocres… y descubría en mis giras, la existencia de un sordo descontento, de un odio secreto que no sospechaban los altos dignatarios que atestaban mi palacio”. Adriano prefirió ver su gobierno en términos reales, con fortalezas y debilidades, para no cultivar apariencias, convencido de que “a la larga, las máscaras… se convierten en rostros”. Sabía que el gobierno se mide por sus resultados y que las virtudes del emperador, solo el éxito las pone de relieve. Sabía que su paso por el imperio debía dejar huellas prestigiadas, convencido de que “los cesares mediocres siempre serán los más numerosos… y en el extremo, algún insensato asalta el poder”. Se dio a la tarea de fundar el mayor número de bibliotecas, convencido de que “establecerlas equivale a construir graneros públicos, para inviernos del espíritu, porque son hospitales del alma”. Estaba convencido de que la palabra del gobernante debe tener honor, y por ello “prometía pocas cosas, porque estaba dispuesto a cumplir mis promesas”. Su fórmula mágica era permanecer siempre “ciego a las intrigas y sordo a los rumores”. Ubicaba en el poder a cada persona según sus capacidades, incluidos los de un segundo plano, cuyas características “les impedían pasar al primero”. Adriano procuró siempre eficientar la función del imperio, más allá de la bondad y la generosidad, reconociendo que tenía funcionarios honrados, pero no siempre dotados de capacidad y envergadura para maximizar la eficiencia del gobierno. Fue un emperador rebelde e impredecible, sabedor de que lo indomable, siempre tiene un especial carisma y misteriosa belleza, que cautiva la admiración popular. *Doctor en Ciencia Política.
Entre 1924 y 1929, con solo 25 años de edad, Marguerite Yourcenar, nacida en Bruselas en 1903 y fallecida en Estados Unidos en 1987, pudo escribir y publicar su libro titulado “Memorias de Adriano” en 1951, traducida al español en 1955. La autora culminó su larga investigación al reencontrar entre su abundante y desordenado archivo, una larga carta manuscrita del emperador Publio Elio Adriano, enviada a su pariente Marco Aurelio, quien posteriormente fue tamb
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