ARTÍCULO

Virgen de La Natividad
Apolinar Castrejón Marino
Fidel llegó del trabajo de la parcela un poco temprano, pues era día sábado, y además era la fiesta de la Virgen de la Natividad. Se bañó y luego se puso su mejor ropa. Hasta se puso brillantina cuando se peinó, y salió alegremente a ver “que había” en la feria.
Anduvo un rato caminando entre los puestos de baratijas -de esos que llamaban “de varilleros”- luego pasó por los puestos de frutas y se detuvo un rato a ver el desplumadero que hacían los estafadores de la “bolita colorada”, quitándoles su dinero a los parroquianos que trataban de adivinar de las 3 corcholatas “dónde quedó la bolita”. 
Su abuela Dominga ya le había dicho bien clarito que en ese juego nunca gana la gente y que nunca arriesgara su dinero. Así que luego se fue a seguir mirando entre los puestos. Su abuelo le hab
ía dado hasta 5 pesos para que se los gastara, pero le había advertido que “…no comprará pendejadas”. Así que se compró un elote, luego unos buñuelos y hasta una limonada.
Andaba muy contento y tranquilo. A su paso se cruzaron 2 muchachas del barrio, con sus vestidos nuevos, bien peinadas, con los cachetes manchados de colorete, y los labios también pintados de rojo. Por un momento se las quedó mirando, ellas se dieron cuenta, y le obsequiaron una sonrisa que le llegó al fondo de su corazón.
Fidel siguió caminando entre la gente y al llegar a la esquina vio a su primo Ramón y 2 de sus amigos. Se acercó a ellos con intención de contarles que la Petra y la Juana le habían coqueteado, y que si alguno de ellos quería acompañarlo a buscarlas para andar juntos en la feria, y quien sabe, a lo mejor se hacían novios.
Pero ellos estaban entretenidos con sus pláticas de que uno era muy bueno para hacer surcos bien derechitos con la yunta de weyes, otro aseguraba que nadie lo superaba para chaponar con el machete, y el otro presumía que su caballo era el mejor.
Fidel les pregunto si ahí iban a estar más tiempo, porque él iba a seguir andando en la feria. Entonces ellos dijeron que también iban a ver “que había” y comenzaron a caminar hacia la plazuela de “El Santuario”. Fidel venía de esa dirección, pero no les dijo nada.
Caminando y mirando, llegaron a la iglesia de la Virgen de la Natividad, y la rodearon para dirigirse a los “puestos” y fondas, que en esa sección eran más alegres, con sinfonola, y hasta una cancionera “en vivo”. Ocuparon una mesa, y como quien no quiere la cosa, pidieron unas cervezas.
Fidel les dijo que no quería y que prefería una pepsicola. Le pidieron su pepsicola, pero le hicieron una seña discretamente a la cantinera para que le pusiera un poco de alcohol. Ya que tuvieron sus bebidas, se pusieron a tomar, y continuaron con su plática de presumir y alardear, que es lo más frecuente entre los jóvenes.
Como producto de la bebida, los ánimos fueron subiendo de tono y pasaron a discutir que quién era más hábil para el “porrazo” de tigres, que como se sabe, es una lucha cuerpo a cuerpo con el sano propósito de derribar al contrario.
Salieron de la cantina con intención de mostrar con hechos, lo que habían dicho. Pero la confrontación de los tigres ya se había terminado, y pensaron que todo iba a quedar en “habladas”. En ese momento pasaron frente a ellos 3 paisanos que llevaban unos enormes sombreros y unos costales, y Ramón dijo que seguramente eran “tlacololeros”, quizá por las máscaras de tlacololeros que también llevaban.
Entonces recordaron que vestirse de tlacololero también era apropiado para demostrar su valor, porque hay que darse de chirrionazos con un látigo, y eso duele mucho. Los tlacololeros se protegen lo más que pueden con los costales y se cubren la cara y el pecho y el estomago con una gran máscara de palo, de ese que llaman cubata, que es una madera muy resistente y que tiene poco peso.
Así que se fueron a la casa del mayordomo, donde se estaban vistiendo los tlacololeros. Y se ofrecieron a participar, si les prestaban los ajuares del caso. Pero si corriendo, los otros danzantes tlacololeros les calzaron los costales, y les cubrieron la cara con varios pañuelos de paliacates, para que no les lastimara la máscara, como es de palo. Y les dieron su chirrión para que practicaran.
A luego salieron a danzar, que es cosa muy sencilla: como balanceándose y dando pasos chiquitos como tentando el suelo al ritmo del pito. Y gritan y dicen cosas, pero no se sabe que dicen, porque los pañuelos y la máscara opacan la voz. Así que la gente solo escucha gritos como interjecciones: Huju, yeah.
Lo bueno es cuando se encuentran con los tlacololeros del otro barrio. Se rodean, como que se saludan y se hacen señas, y se convidan como parejas. Luego se truenan los chirriones frente a frente, y luego empiezan los golpes ya en serio: cada uno tiene su turno de pegarle al contrario, en donde pueda.
El que recibe el golpe, levanta el brazo izquierdo bien enrollado de costal, para recibir el latigazo y desviarlo. Según su habilidad, no sufrirá daño. Luego viene el turno de el para golpear a su oponente. Son tan fuertes los golpes, que gritan y dicen disparates y obscenidades.
El abuelo contó después que Fidel llegó borracho y todo maltrecho por los golpes del chirrión, y la abuela lo lavó y luego le aplicó pomada para que disminuyera el dolor. Pero por la noche, con la fiebre, se le rebelaban los golpes que le dieron y entre sueños decía “No me tires tan abajo cabrón”.

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