ARTÍCULO

Inseguridad, talón de
Aquiles del Estado Mexicano
Esteban Mendoza Ramos
De acuerdo a datos recientes publicados en la revista Nexos, México se encuentra entre el 10% de los países más violentos del orbe. De las 32 entidades del país, Guerrero ocupa uno de los primeros sitios en número de homicidios dolosos, secuestros, feminicidios, siembra y tráfico de drogas. Delit
os que muestran tasas de crecimiento permanente.
Esta lacerante verdad nos obliga a abandonar cualquier estado de confort que tengamos como ciudadanos y participar en la búsqueda de soluciones, que nos permitan como sociedad recuperar un mínimo de confianza y certidumbre al transitar por calles y carreteras, o incluso, sentirnos seguros en nuestro propio hogar, pues en estos momentos lo más cercano a nuestra memoria son las imágenes dantescas de cuerpos sin cabeza, incinerados, despedazados, etcétera.
Debemos comenzar por realizar un buen diagnóstico del problema, porque de eso dependerán las posibilidades de éxito. Guerrero tiene la fama, desde hace muchos años, de dirimir los conflictos a balazos; sin embargo, en los últimos diez años las cosas en materia de seguridad de pública, procuración e impartición de justicia, así como el tema de reinserción social, son un auténtico desastre. Podemos hablar de un 99% de impunidad, nula prevención del delito, ineficiencia o corrupción del ministerio público; lentitud y frivolidad en jueces y magistrados; y un sistema penitenciario al borde del colapso, con cárceles bajo el sistema de “autogobierno”, donde las autoridades valen muy poco.
La ancestral herencia de violencia, la agreste geografía, grupos armados que abiertamente desafían a los cuerpos de seguridad, autoridades municipales amenazadas, coludidas o, de plano, convertidas en personeros de capos del narcotráfico, son elementos que explican en parte el clima delictivo que padecemos. Por supuesto, también padecemos la indolencia o indiferencia de autoridades federales, que sólo se limitan a enviar fuerzas armadas, pero sin la instrucción precisa de acabar o disuadir a todas esas personas que transitan por los caminos del estado, con el arma al hombro.
La vulnerabilidad institucional tiene sus propios parámetros, de acuerdo a la región de que se trate. En la Tierra Caliente, el control de la delincuencia organizada es casi absoluto, pues controlan o amedrentan a las autoridades municipales y estatales, extorsionan a empresas y a particulares, asesinan a plena luz del día, con la certeza de que nadie se atreverá a castigarlos. La región de la costa grande también tiene dueños, que no son los ciudadanos.
Por supuesto, lo más visible ante los ojos del mundo y del resto del país es la crítica situación de Acapulco, Chilpancingo y Chilapa, que han dado pie a muchas crónicas de terror. Iguala, con la tragedia de los 43, alcanzó una indeseable fama, que lastima a los hijos de la Cuna de la Bandera. Taxco se ha convertido en parte del corredor de la muerte, que incluye a los municipios del sur de Morelos, como Amacuzac, Puente de Ixtla, Xochitepec y Temixco.
Sólo la Costa Chica y la Montaña presentan en menor medida el fenómeno de la violencia generalizada, sin que estén libres del todo. Tlapa muestra evidencias de la actuación de grupos organizados del crimen, por lo que podemos hablar de un estado de guerra de baja intensidad –todavía- en el estado de Guerrero, lo que convierte la violencia en el estado en asunto de seguridad nacional. Los supuestos que la ley contempla para considerar a los actos delictivos en amenaza al Estado Mexicano, se cubren con creces.
Ante esta terrible realidad, no se puede esperar mucho tiempo. El temor, la desesperación y el miedo, son ingredientes letales para la estabilidad social. Nada florece en un campo bañado de sangre, ni entre columnas de humo, producto de cientos de cartuchos percutidos, que buscan el pecho o la cabeza de seres humanos para acabar con su existencia. No importa si el gobierno es viejo o es nuevo, los ciudadanos exigen, claman, el fin del infierno.
En verdad que la sociedad está entusiasmada con el gran cambio democrático que se suscitó el día primero de julio, porque abrió una ventana de esperanza. Sin embargo, el gigantesco bono democrático que ha recibido MORENA a través del voto popular, debe ser aprovechado para transformar esa realidad, contra la que se manifestó en las urnas el pueblo de México.

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