ARTÍCULO

La Decena Trágica
Apolinar Castrejón Marino
Hoy trataremos del episodio más violento de la Revolución Mexicana que inició con una protesta en contra del Presidente Francisco I. Madero, y culminó con su asesinato.
Madero fue presidente de México poco más de un año. Tomó posesión el 6 de noviembre de 1911, y fue asesinado el 22 de febrero de 1913.
Tenemos que decir, que su ejercicio presidencial fue muy desagradable, pues desde el primer momento, hubo manifestaciones de inconformidad en su contra. No, no había “redes sociales”. Las rebeliones eran a balazos, y los jefes de las instituciones, se enfrentaban contra los rebeldes, cada quien al frente de su ejército. No como ahora que solo son unos habladores.
Los revolucionarios que habían luchado con Madero, exigiendo “Sufragio efectivo
, No reelección” se sentían traicionados, porque al estar en el poder, los desconoció, y  les ordenó entregar las armas. Eso sí, iIgualito que hacen los políticos actualmente.
Los ricos y hacendados que habían sido despojados de sus propiedades, también se sintieron traicionados, al ver que la oligarquía porfirista, fue mantenida en los puestos más importantes del gobierno.
El pueblo, no entendía de política, y no estaba consciente de la falsedad de las reformas que había prometido, pero veía que sus condiciones de pobreza y explotación no habían cambiado.
Y entonces hubo muchas insurrecciones, sobre todo de los jefes militares, y de los revolucionarios, que eran los únicos que tenían armas, y podían organizarse en contra del gobierno. Estallaron rebeliones en el norte, con Pascual Orozco y Pancho Villa, y en el sur con  Emiliano Zapata.
Se fraguaron muchas conspiraciones en la que participaron los más rancios conservadores, como Rodolfo Reyes, hijo de Bernardo Reyes; el general Manuel Mondragón, representante de Félix Díaz; el general Gregorio Ruiz, y Cecilio Ocón. Huerta tenía como médico, y consejero a Aureliano Urrutia, quien quería atraerlo a un grupo que se reunió en Tacubaya para planear un golpe militar contra el gobierno.
Pero la insurrección más grande y definitiva, fue la denominada “Decena Trágica”, los diez días transcurridos del 9 al 18 de febrero, que culminó con el asesinato de Madero.
El presidente fue informado oportunamente que muchos militares conspiraban en su contra, pero le restó importancia. El domingo 9 de febrero, se dirigió hacia el Palacio Nacional solo para hacerse ver como jefe del gobierno.
Ahí vio que las tropas amotinadas en su contra eran más de lo que había calculado. Un grupo de cadetes de la Escuela Militar de Aspirantes de Tlalpan, y la tropa del cuartel de Tacubaya, se habían levantado en armas, comandados por los generales Manuel Mondragón y Gregorio Ruiz, y habían pasado a Santiago Tlatelolco y a Lecumberri, a liberar a los generales Bernardo Reyes y Félix Díaz que estaban presos por traición.
El lunes 10 el centro de la ciudad se vio totalmente abandonado, y todas las tiendas permanecían cerradas, ante la amenaza de balaceras y cañonazos.
Al mediodía, Madero llegó al centro de la ciudad acompañado por una escolta de cadetes del Colegio Militar, de Chapultepec, acción a la que se conoce como “Marcha de la Lealtad”, y que en la actualidad, los presidentes remedan alegremente, sintiéndose “comandante supremo”.
El general Lauro Villar, estaba encargado de la defensa de Palacio Nacional, y como primera medida, había dispuesto una línea de tiradores. Pero no pudo disparar porque había un montón de gente curiosa.
Al ver llegar a los rebeldes, le ordenó a Bernardo Reyes que se rindiera, y entregara las armas. En lugar de eso, Reyes se lanzó con su caballo contra los tiradores. Los soldados, y los rebeldes, obedeciendo la consigna, dispararon a discreción. En la primera andanada cayó muerto Bernardo Reyes, y el general Villar, también resultó gravemente herido, además de otros 50 muertos de ambos bandos.
Invadido de temor, y al ver a su comandante herido, Madero tomó la más fatal decisión, nombrar Comandante de la Plaza al General Victoriano Huerta, un viejo y ambicioso militar, sin honor y sin escrúpulos, a quien llamaban “El Chacal”, que de inmediato se dedicó a aprovecharse del poder.
Al día siguiente, (martes 11) las tropas rebeldes al mando de Félix Díaz se acuartelaron en un edificio cercano, llamado “La Ciudadela”, que era una instalación estratégica del ejército federal, con un depósito de armas y municiones.
Felipe ángeles y Rubio Navarrete, rodeaban la fortaleza, y se prepararon para atacar. En ambos bandos tenían buenos cañones y buenos artilleros, para un enfrentamiento aniquilador.
El miércoles 12 los militares sublevados, dejaron escapar a los presos de la cárcel de Belén, para crear confusión y miedo entre la población. El jueves 13 iniciaron los combates, siendo tan violentos, que llegaron a dispararse mil cañonazos por minuto.
El viernes 14 se contabilizaron más de 100 civiles muertos, por causas de balas perdidas. El sábado 15, una comisión de senadores, se entrevistó  con Madero para pedirle que renunciara voluntariamente, para evitar mayor daño.
El domingo 16 Madero pactó un armisticio, pero no funcionó porque los disparos continuaron indiscriminadamente, ocasionando otros 300 civiles muertos. Al día siguiente se procedió a incinerarlos, para evitar una epidemia, pero solo se consiguió que el humo pestilente inundara la ciudad.
El martes 18, Victoriano Huerta se descaró como traidor, al reunirse Henry Lane Wilson embajador de Estados Unidos en México, y con el general Félix Díaz, como jefe del ejército federal, para pactar la eliminación definitiva del presidente Madero.
Encargaron al Ministro de Relaciones Exteriores, Pedro Lascuráin, que convenciera a Madero de que renunciara, a cambio de que respetarían su vida, y lo enviarían exiliado a Cuba, con los privilegios de su rango.
Lascuráin exigió a Huerta, pruebas de que respetarían la vida del Presidente, y Huerta le juró que así sería. Pero todo era mentira. Madero y Pino Suárez fueron encerrados en la intendencia de Palacio Nacional. Y el 22 de febrero, a las 10 de la noche los despertaron con la noticia de que serían trasladados, al tren que los llevaría a Veracruz.
Por órdenes del general Aureliano Blanquet, Madero fue subido a un coche y Pino Suarez a otro, tomando rumbo a la Penitenciaría de Lecumberri. Al momento de pasar frente al penal Madero dijo que por ahí ni iban a ningún lado. Nadie le hizo caso, y los coches avanzaron hacia un callejón oscuro y solitario, a un costado de la penitenciaría.
Francisco Cárdenas, ordenó que los coches se detuvieran, y  de la manera más grosera ordenó a Madero: “Baje usted, cabrón”. Madero se negó y entonces le disparó en la cabeza; y murió ahí en el asiento trasero del coche.
En el coche de atrás, Pino Suárez, recibió la misma orden por parte de Rafael Pimienta. Al oír el disparo, se negó a bajar, al ver lo que le iba a pasar. Entonces Pimienta le apuntó con la pistola, haciéndole señas de que corriera por su vida. Entonces, le disparó como si fuera un conejo, luego llegó Cárdenas y lo acabó de matar con un tiro de gracia.
Al amanecer, corrió la noticia de los asesinatos. La primera reacción fue de indignación, por parte de los habitantes de la ciudad, pero luego se alegraron por el cese de las batallas. El resto del día, de manera insólita, adornaron las fachadas de sus casas, se lanzaron jubilosos a las calles, y hasta ensalzaron a los asesinos.

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