ARTÍCULO

Ante la tumba
Edilberto Nava García
Este domingo por la tarde, en Apango, fue llevado a su tumba Crisóforo Nava Barrios, tras su sorpresiva defunción. Su hija Edita Ivón, agradeció al nutrido acompañamiento y pidió brindar con mezcal a lo que llamó el último brindis, frente el exánime, quien,
dijo ella, sólo mezcal tomó las veces que brindó. Muchos dieron cuenta de la copa en tanto la banda de música y el mariachi estaban toca y toca.
Inquieto y hasta rebelde, Crisóforo Nava era profesor de agricultura, para lo que había ido a estudiar a Roque, Guanajuato. Casó con doña Edith Sánchez, de Coahuayutla y pronto volvió a Apango para trabajar en la secundaria técnica hasta que se jubiló. Se desempeñó como alcalde y tres años después como síndico y por conflictos políticos mostró su inconformidad, su rebeldía. Esa rebeldía lo llevó en ocasiones a extremos, como organizar un plantón religioso por diferencias en asuntos monetarios con un párroco que gozaba de la protección del obispo Zavala Castro. Por cierto, se sabe que dicho obispo, se adelantó en el camino, pues murió de cirrosis. Esa lucha parroquial duró, pero al final el ministro hubo de ser mudado. Le asistió la razón al rebelde apanguense.
En los últimos años había encabezado un plantón en exigencia por transparentar el manejo de fondos públicos y por tal motivo fue llevado a la cárcel. Salió pronto, pues desde el punto de vista legal y político ejercía un derecho contemplado en la ley, salvo el escandaloso incendio de un inservible vehículo oficial. Hasta cierto punto, frente a la autoridad se hizo ciudadano de cuidado y hasta temible, a grado de orillar a la presidenta en funciones a salir de la cabecera a ejercer su autoridad en otro municipio, con buena parte de sus empleados.
La corrupción continúa y la exigencia también. Y como reza el cuento mexicano: “Ya mataron a la perra, pero quedan los perritos”.

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