COLUMNA

COSMOS
Héctor CONTRERAS ORGANISTA
LA NATIVIDAD
(Con mi respetuoso saludo y agradecimiento a Bersa, y a mis queridos y admirados amigos en AA… Y a quienes quieren dejar de beber alcohol, y no pueden, como yo, hace casi cuarenta años)
Un día, ese borracho que quería dejar de beber y no podía, y desesperado había buscado y no encontrado alguna forma de dejar de ser teporocho, tembloroso, en la mañana, en un baldío, encontró entre basura, un par de zapatos viejos cuya piel estaba endurecida por el calor, el frío, la lluvia y el tiempo, desde cuando alguien los fue a tirar ahí.
El borrachín, se los colocó, aunque no eran de su medida, pero reflexionó en que podía hacer una “manda” a su madre, la virgen de La Natividad, yéndose a esa hora de la madrugada, caminando de Chilpancingo a Tixtla.
Enfiló su andar hacia la salida de Tixtla y con dificultad, fue avanzando por la serpenteada carretera. Los carros que iban o venían de Tixtla pasaban
veloces cerca de él mientras el borracho, crudo, reflexionaba a cada instante en que La Natividad escucharía su petición cuando llegando a su santuario se hincara al pie de su altar y le pidiera el milagro: Dejar de beber, porque, ¡ah!, es tan pero tan difícil dejar de beber que casi nadie lo entiende…
Llegó el momento en que no pudo dar un paso más. Se detuvo, y al separar los endurecidos zapatos vio que sus pies iban sangrando por las ámpulas que le produjo el calzado y los tiró a la barranca para continuar caminando descalzo para cumplir su propósito de llegar al santuario de la virgen de la Natividad de Tixtla.
Después de la subida que llega hasta el punto de la carretera conocido como Machohua, comenzó a descender hasta otro paraje que se llamó o se llama “La Media Luna”, donde está un puente. Desde ahí se ve la presa de Tixtla, que está enfrente y pasa por ahí un riachuelo. Bajó a bañarse abajo del puente, dio masaje a los pies, a descansar un rato y siguió caminando hasta llegar a Teoixtla, donde comienza una larga avenida que llega hasta el santuario de la virgen.
Cuadras antes de llegar al santuario, hay una o dos pilitas en las hace muchos años las familias tixtlecas se surtían de agua, iban por ella en latas y cubetas para trasladarlas a sus domicilios. El borracho no pudo más, sentía desfallecer y frente a una tienda de abarrotes, había un grupo de borrachines a los que pidió le regalaran un trago de mezcal para mantenerse en pie. Se lo obsequiaron y se sentó a platicar con ellos, a curársela, a seguir bebiendo y les platicó su odisea de la caminata, mostrándoles sus pies sangrantes, como promesa a la virgen para que ella le auxiliara con un milagro y él dejara atrás es vida de borrachín.
Al paso de los minutos, el cuarto de hora, a la media hora y la hora, estaba ya otra vez tan ebrio que se olvidó por qué estaba ahí y a qué iba. De pronto llegó un automóvil que se estacionó frente al grupo de borrachines, del vehículo bajó un uniformado que era jefe de Tránsito y que era amigo del borrachín. Sin más trámite, el oficial lo subió al vehículo, lo llevó a su oficina y teniendo como vecino un billar, le compró un cartón de cerveza, llamó un taxi, lo subió y dijo al chofer que a ese borracho lo trajera a Chilpancingo, dándole el domicilio.
Esto sucedió hace muchos años, muchos. Cuando el borracho se repuso, volvió a Tixtla, pero ya no caminando. Llegó al santuario, como era su antiguo propósito; lloró ante la madre de la Natividad y encontró consuelo en su regazo, pidiéndole le brindara la oportunidad de dejar de beber, de que le arrancara la obsesión demoníaca que hacía años se había apoderado de él, despojándolo de su voluntad.
Hoy es el día de la virgen de la Natividad, de la milagrosa, de la madre de quienes creemos en ella y a quienes nos ha hecho algún milagro, como el que aquí he narrado.
Ella así es de milagrosa, y les digo que así es porque yo fui ese borracho.
Gracias, Madre Santísima de la Natividad.
Si alguien dijo que yo no tenía madre, se equivocó.

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