COLUMNA
COSMOS
Héctor CONTRERAS ORGANISTA
Héctor CONTRERAS ORGANISTA
7 de junio de 2017, DÍA DE LA LIBERTAD DE EXPRESIÓN, JOSÉ PAGES LLERGO, PRESENTE:
PALABRAS DEL DIRECTOR DE “SIEMPRE” AL APADRINAR LA NUEVA GENERACIÓN DE PERIODISTAS VERACRUZANOS, el 1° DE SEPTIEMBRE DE 1966
PALABRAS DEL DIRECTOR DE “SIEMPRE” AL APADRINAR LA NUEVA GENERACIÓN DE PERIODISTAS VERACRUZANOS, el 1° DE SEPTIEMBRE DE 1966
Han llegado ustedes al sirio exacto donde se bifurcan dos caninos.
Dos rumbos opuestos se tienden en la distancia de sus vidas y a partir de ahora habrán de meditar –si no lo han hecho todavía-, cuál de ellas habrán de seguir.
En esta decisión está en juego el destino personal de cada uno de ustedes y en cierto sentido también el de la patria misma.
Uno es blando y suave y conduce al disfrute de una vida cómoda. Para seguirlo, basta con cerrar los ojos a la realidad, los oídos al clamor débil y la boca para acallar los gritos de la propia conciencia.
El otro es más largo y más lleno de obstáculos y de peligros. Habrá de recorrerlo desnudo de ambiciones pero abrigado de responsabilidades. Y al fin de la jornada, ya maltrechos y decepcionados, hallaremos como recompensa una pobreza digna y la sentencia de una voz mágica que nos dirá, con la fatalidad del oráculo, si supimos cumplir como hombres, como mexicanos y como periodistas.
En cualquiera de los dos casos, no ha elegido ustedes una carrera fácil ni tranquila. Porque si soslayan su responsabilidad tendrán como castigo la propia maldición y si la cumplen, tendrán como premio la indiferencia y el vacío. Así es esto. Así habrá de ser hasta el fin de los días.
Yo me pregunto si tengo derecho de enfrentarlos a esta disyuntiva. Me pregunto qué ejemplo valedero puedo invocar de mi generación y qué enseñanzas elevadas podría dictar como lección un hombre de mi tiempo a quienes buscan, como ustedes, un luz que les marque el derrotero.
Porque no están limpias nuestras manos ni nuestras conciencias y porque la piedra que arrojemos, podría rebotar sobre nuestras cabezas al impulso reversible de una conducta que no ha sido ejemplar.
Porque hemos doblado las espaldas y hemos hincado las rodillas ante el altar donde presiden los signos más reverenciados de nuestro tiempo, allí donde el poder y el dinero se levantaron en símbolo para ocupar el lugar de Jesucristo. Porque hemos claudicado de la dignidad en beneficio de satisfacciones primitivas y porque nos hemos hecho insensibles al dolor del pueblo en cuyo nombre pretendemos ejercitar un derecho del que no somos dignos del todo.
El periodismo mexicano saltó de la bohemia de cantina a la caja registradora de un almacén de abarrotes, sin haberse detenido en la preocupación por México. Y sólo tuvo momentos estelares en la Independencia y la Reforma y leves destellos de grandeza y hombría en la gesta de l Revolución.
La prensa nuestra ha degenerado hasta convertirse en un escaparate multicolor para atraer clientela infantilista. Es un anzuelo arrojado al mar tormentoso de las ambiciones. En una sucia cadena que invita a aprisionar las conciencias de quienes tienen -¡y son muchos!- vocación de esclavos .
Ignoran que hoy como ayer, como mañana, un periódico será siempre superior a otro, no en razón de su técnica ni de su lujo, sino en función directa de su moral y de su limpieza.
Hemos de entregarle al pueblo un periodismo que lo preocupe y no que lo entretenga, si queremos ser dignos de este noble oficio que ejercemos, sin más título que el de la vocación y que nos convierte ante la nación en árbitros de problemas y situaciones que muy frecuentemente están por encima de nuestra cultura y en muchas ocasiones también de nuestra autoridad moral.
Oscilamos entre el halago abyecto y la censura irresponsable. Lejos de la serenidad y el análisis, es la pasión la que mueve nuestras plumas.
Convertimos a los enanos en gigantes, o movidos por el rencor y la envidia destruimos honras, negamos el talento, ofendemos la belleza y aplastamos la capacidad. La crítica, llevada a este extremo, no sólo pierde su eficacia sino que se convierte en crimen porque se pone al servicio de los más bajos instintos, porque sólo responde a lo negativo de nuestra conciencia y en el mejor de los casos, al interés de la antipatria.
Allí nace el divorcio entre el que escribe y el que lee. De allí parte la desconfianza tradicional de nuestra prensa. Y no debemos esperar otra actitud ni podemos exigir otra conducta, porque los pueblos siguen a un iluminado pero intuyen la presencia de una farsante. Cuando el periodista pierde su autoridad y abdica de su condición de líder, no puede aspirar al respeto del poder público, ni debe protestar porque la nave del Estado se conducida sin nuestra orientación ni nuestro consejo.
En justicia, habría que meditar hasta dónde llega la responsabilidad del periodista y hasta dónde empieza la de nuestros gobiernos. Porque mucha de la escoria de México h comprado la patente de corso que supone la propiedad de diarios y revistas y se han convertido en águilas rampantes sobre la superficie de esta adolorida patria…
Y si lo hicieran para medrar solamente, su daño sería relativo en una sociedad que acepta al periodismo como un simple negocio. Pero su crimen va más lejos porque ofende lo sagrado que hay en nuestra actividad y porque envenenan y prostituyen la conciencia de un pueblo ante la tolerancia de los gobiernos que no sólo les teme, sino que también los alienta, los protege y los respeta.
Si hemos de vivir a la altura de nuestra misión, habremos de procurar ser soldados y maestros, apóstoles y sacerdotes. Y si estos valores nos fueran negados por la suerte, procuremos ser fieles al origen, procuremos ser hombres.
No tengo más autoridad y ella es muy relativa por cierto, que la que me concede el ejercicio de cuarenta y dos años no interrumpidos en el periodismo. Este es el único título que invoco al responder al deber que me impone la generosa hospitalidad de ustedes. Y si un consejo habrá que dar quien tiene más necesidad de recibirlo, quisiera llevar a la conciencia de cada nuevo compañero el orgullo de haber nacido a una profesión que ejercida con autoridad y decoro nos sitúa arriba de todos los poderes temporales y sólo al nivel del artista que produce un pedazo personal del mundo.
Y habremos de elevarnos arriba de nuestras miserias para ser humildes ante el sabio, comprensivos ante el débil, altivos ante el fuerte. Y en todos los casos, saber distinguir entre el interés personal y el interés de nuestra patria.
Ha progresado tanto la ciencia, que el vino ya no se hace con uvas, ni el chocolate con cacao ni los periódicos con periodistas. Ignoro, pues, cuál sea la actividad a la que dediquen su esfuerzo y su talento estos nuevos compañeros. Pero si el azar los llevara a ocupar un sitio en la prensa, donde es frecuente ver a la tropa superando en capacidad a sus generales, quisiera sentirlos tan limpios, tan apasionados y verticales como lo ha sido usted, maestro Valencia, es este bello, duro, mágico y alucinante oficio nuestro que es el periodismo (José Pagés Llergo).
Dos rumbos opuestos se tienden en la distancia de sus vidas y a partir de ahora habrán de meditar –si no lo han hecho todavía-, cuál de ellas habrán de seguir.
En esta decisión está en juego el destino personal de cada uno de ustedes y en cierto sentido también el de la patria misma.
Uno es blando y suave y conduce al disfrute de una vida cómoda. Para seguirlo, basta con cerrar los ojos a la realidad, los oídos al clamor débil y la boca para acallar los gritos de la propia conciencia.
El otro es más largo y más lleno de obstáculos y de peligros. Habrá de recorrerlo desnudo de ambiciones pero abrigado de responsabilidades. Y al fin de la jornada, ya maltrechos y decepcionados, hallaremos como recompensa una pobreza digna y la sentencia de una voz mágica que nos dirá, con la fatalidad del oráculo, si supimos cumplir como hombres, como mexicanos y como periodistas.
En cualquiera de los dos casos, no ha elegido ustedes una carrera fácil ni tranquila. Porque si soslayan su responsabilidad tendrán como castigo la propia maldición y si la cumplen, tendrán como premio la indiferencia y el vacío. Así es esto. Así habrá de ser hasta el fin de los días.
Yo me pregunto si tengo derecho de enfrentarlos a esta disyuntiva. Me pregunto qué ejemplo valedero puedo invocar de mi generación y qué enseñanzas elevadas podría dictar como lección un hombre de mi tiempo a quienes buscan, como ustedes, un luz que les marque el derrotero.
Porque no están limpias nuestras manos ni nuestras conciencias y porque la piedra que arrojemos, podría rebotar sobre nuestras cabezas al impulso reversible de una conducta que no ha sido ejemplar.
Porque hemos doblado las espaldas y hemos hincado las rodillas ante el altar donde presiden los signos más reverenciados de nuestro tiempo, allí donde el poder y el dinero se levantaron en símbolo para ocupar el lugar de Jesucristo. Porque hemos claudicado de la dignidad en beneficio de satisfacciones primitivas y porque nos hemos hecho insensibles al dolor del pueblo en cuyo nombre pretendemos ejercitar un derecho del que no somos dignos del todo.
El periodismo mexicano saltó de la bohemia de cantina a la caja registradora de un almacén de abarrotes, sin haberse detenido en la preocupación por México. Y sólo tuvo momentos estelares en la Independencia y la Reforma y leves destellos de grandeza y hombría en la gesta de l Revolución.
La prensa nuestra ha degenerado hasta convertirse en un escaparate multicolor para atraer clientela infantilista. Es un anzuelo arrojado al mar tormentoso de las ambiciones. En una sucia cadena que invita a aprisionar las conciencias de quienes tienen -¡y son muchos!- vocación de esclavos .
Ignoran que hoy como ayer, como mañana, un periódico será siempre superior a otro, no en razón de su técnica ni de su lujo, sino en función directa de su moral y de su limpieza.
Hemos de entregarle al pueblo un periodismo que lo preocupe y no que lo entretenga, si queremos ser dignos de este noble oficio que ejercemos, sin más título que el de la vocación y que nos convierte ante la nación en árbitros de problemas y situaciones que muy frecuentemente están por encima de nuestra cultura y en muchas ocasiones también de nuestra autoridad moral.
Oscilamos entre el halago abyecto y la censura irresponsable. Lejos de la serenidad y el análisis, es la pasión la que mueve nuestras plumas.
Convertimos a los enanos en gigantes, o movidos por el rencor y la envidia destruimos honras, negamos el talento, ofendemos la belleza y aplastamos la capacidad. La crítica, llevada a este extremo, no sólo pierde su eficacia sino que se convierte en crimen porque se pone al servicio de los más bajos instintos, porque sólo responde a lo negativo de nuestra conciencia y en el mejor de los casos, al interés de la antipatria.
Allí nace el divorcio entre el que escribe y el que lee. De allí parte la desconfianza tradicional de nuestra prensa. Y no debemos esperar otra actitud ni podemos exigir otra conducta, porque los pueblos siguen a un iluminado pero intuyen la presencia de una farsante. Cuando el periodista pierde su autoridad y abdica de su condición de líder, no puede aspirar al respeto del poder público, ni debe protestar porque la nave del Estado se conducida sin nuestra orientación ni nuestro consejo.
En justicia, habría que meditar hasta dónde llega la responsabilidad del periodista y hasta dónde empieza la de nuestros gobiernos. Porque mucha de la escoria de México h comprado la patente de corso que supone la propiedad de diarios y revistas y se han convertido en águilas rampantes sobre la superficie de esta adolorida patria…
Y si lo hicieran para medrar solamente, su daño sería relativo en una sociedad que acepta al periodismo como un simple negocio. Pero su crimen va más lejos porque ofende lo sagrado que hay en nuestra actividad y porque envenenan y prostituyen la conciencia de un pueblo ante la tolerancia de los gobiernos que no sólo les teme, sino que también los alienta, los protege y los respeta.
Si hemos de vivir a la altura de nuestra misión, habremos de procurar ser soldados y maestros, apóstoles y sacerdotes. Y si estos valores nos fueran negados por la suerte, procuremos ser fieles al origen, procuremos ser hombres.
No tengo más autoridad y ella es muy relativa por cierto, que la que me concede el ejercicio de cuarenta y dos años no interrumpidos en el periodismo. Este es el único título que invoco al responder al deber que me impone la generosa hospitalidad de ustedes. Y si un consejo habrá que dar quien tiene más necesidad de recibirlo, quisiera llevar a la conciencia de cada nuevo compañero el orgullo de haber nacido a una profesión que ejercida con autoridad y decoro nos sitúa arriba de todos los poderes temporales y sólo al nivel del artista que produce un pedazo personal del mundo.
Y habremos de elevarnos arriba de nuestras miserias para ser humildes ante el sabio, comprensivos ante el débil, altivos ante el fuerte. Y en todos los casos, saber distinguir entre el interés personal y el interés de nuestra patria.
Ha progresado tanto la ciencia, que el vino ya no se hace con uvas, ni el chocolate con cacao ni los periódicos con periodistas. Ignoro, pues, cuál sea la actividad a la que dediquen su esfuerzo y su talento estos nuevos compañeros. Pero si el azar los llevara a ocupar un sitio en la prensa, donde es frecuente ver a la tropa superando en capacidad a sus generales, quisiera sentirlos tan limpios, tan apasionados y verticales como lo ha sido usted, maestro Valencia, es este bello, duro, mágico y alucinante oficio nuestro que es el periodismo (José Pagés Llergo).
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