COLUMNA
Tiempos y Realidades
Jorge Guzmán Martínez
Hace treinta años tener un título universitario era sinónimo de trabajo de prever un patrimonio familiar y una satisfacción moral y personal, digna de haber estado en una institución durante cinco años o más, dentro de unos diez años tener un título profesional será motivo hasta de chascarrillos. A lo mejor alguna empresa arcaica todavía respete ese “papelito”, dijeran los que han sido menospreciados y en algunos casos, olvidados.
La falta de cultura en el tema del capital humano por parte de los patrones eventuales que surgen cada tres o seis años, ha desbordado inquietudes en la base trabajadora, que muchos de ellos a costa de sacrificar muchas cosas intentan y muchos logran una preparación a nivel
licenciatura y luego verían sus planes frustrados, porque los nuevos jefes y patrones desconocen lo que la ley del trabajo manifiesta en sus cientos de artículos, dándole prioridad a sus allegados y recomendados que sin tener una pizca de preparación logran los mejores puestos y bien pagados, aunque nada más tengan la educación básica los famosos (CPT) con primaria terminada.
Y quienes demuestran que tienen experiencia y documentación que acredita su personalidad, simplemente son aislados para que no se den cuenta de los movimientos y movimientos que realizan al interior, y no los dejan entrar en ese círculo vicioso, aunque tengan el título a la mano, al fin de cuentas, nadie le va a pagar por tenerlo, ahí empieza el fin de la titulitis.
El gran problema de los títulos universitarios es que, por un lado no acreditan que quien lo porta sepa efectivamente de la materia, y por otro no le garantizan ningún trabajo. Un asunto que vale la pena comentar es la situación que viven los inmigrantes en diferentes partes del mundo. Más de 1.3 millones de ellos con educación universitaria laboran en empleos ajenos a su profesión, tales como lavaplatos, guardias de seguridad, y taxistas, o comerciantes en pequeña y gran escala, incrementando con esto las estadísticas de la aplicación de la economía subterránea.
La economía ha cambiado muchísimo en los últimos años, y la mayoría de jóvenes –y no tan jóvenes– se sienten completamente perdidos en este nuevo mercado laboral. Las fronteras han desaparecido, la competencia ha aumentado y la incertidumbre es el nuevo orden.
Hoy en día y dado el sistema social en que se vive el tener un título universitario a nadie le importa y menos a los grandes demagogos que llegan al poder político y económico, ya que lo único que les importa es auto manejar sus finanzas y si tienen problemas lo único que piden es una pomada para curar el grano y que el mundo siga rodando, aunque tengan trabajadores de nivel y con experiencia, optan por elegir a gente de su “equipo” de los famosos CPT, y seguir maquillando la realidad financiera y demostrar una situación económica utópica de su administración. Hasta la próxima.
Jorge Guzmán Martínez
Hace treinta años tener un título universitario era sinónimo de trabajo de prever un patrimonio familiar y una satisfacción moral y personal, digna de haber estado en una institución durante cinco años o más, dentro de unos diez años tener un título profesional será motivo hasta de chascarrillos. A lo mejor alguna empresa arcaica todavía respete ese “papelito”, dijeran los que han sido menospreciados y en algunos casos, olvidados.
La falta de cultura en el tema del capital humano por parte de los patrones eventuales que surgen cada tres o seis años, ha desbordado inquietudes en la base trabajadora, que muchos de ellos a costa de sacrificar muchas cosas intentan y muchos logran una preparación a nivel
licenciatura y luego verían sus planes frustrados, porque los nuevos jefes y patrones desconocen lo que la ley del trabajo manifiesta en sus cientos de artículos, dándole prioridad a sus allegados y recomendados que sin tener una pizca de preparación logran los mejores puestos y bien pagados, aunque nada más tengan la educación básica los famosos (CPT) con primaria terminada.
Y quienes demuestran que tienen experiencia y documentación que acredita su personalidad, simplemente son aislados para que no se den cuenta de los movimientos y movimientos que realizan al interior, y no los dejan entrar en ese círculo vicioso, aunque tengan el título a la mano, al fin de cuentas, nadie le va a pagar por tenerlo, ahí empieza el fin de la titulitis.
El gran problema de los títulos universitarios es que, por un lado no acreditan que quien lo porta sepa efectivamente de la materia, y por otro no le garantizan ningún trabajo. Un asunto que vale la pena comentar es la situación que viven los inmigrantes en diferentes partes del mundo. Más de 1.3 millones de ellos con educación universitaria laboran en empleos ajenos a su profesión, tales como lavaplatos, guardias de seguridad, y taxistas, o comerciantes en pequeña y gran escala, incrementando con esto las estadísticas de la aplicación de la economía subterránea.
La economía ha cambiado muchísimo en los últimos años, y la mayoría de jóvenes –y no tan jóvenes– se sienten completamente perdidos en este nuevo mercado laboral. Las fronteras han desaparecido, la competencia ha aumentado y la incertidumbre es el nuevo orden.
Hoy en día y dado el sistema social en que se vive el tener un título universitario a nadie le importa y menos a los grandes demagogos que llegan al poder político y económico, ya que lo único que les importa es auto manejar sus finanzas y si tienen problemas lo único que piden es una pomada para curar el grano y que el mundo siga rodando, aunque tengan trabajadores de nivel y con experiencia, optan por elegir a gente de su “equipo” de los famosos CPT, y seguir maquillando la realidad financiera y demostrar una situación económica utópica de su administración. Hasta la próxima.
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