ARTÍCULO
Guerrero es una
cajita desmembrada
Wendy Alanís
El verdadero Guerrero que encabeza el priista Héctor Antonio Astudillo Flores, es un estado en descomposición, moribundo y sumergido en la desilusión de una promesa fallida de “orden y paz”, copia de un viejo eslogan de la Revolución Mexicana.
Guerrero es una cajita que se debate entre la vida y la muerte, desmembrada por la disputa de grupos del crimen organizado que desean la exclusividad del territorio y que han extendido sus tentáculos hasta las más altas esferas de la oligarquía política, cuyos miembros se han dejado seducir porque solo son políticos interesados en su propio beneficio.
Prueba de ello, es la levítica Chilapa que se encuentra sitiada por al menos quinientos elementos militares cuya presencia es obsoleta para combatir la descomunal inseguridad que permea desgarradoramente
a una ciudad tan pequeña que además es un importante corredor comercial y cultural de la zona Centro.
Hoy, a casi dos años de gestión astudillista, los guerrerenses vivimos en un socavón sanguinolento, donde el auténtico poder está en manos del narcotráfico y de gobernantes que solo juegan a gobernar, como lo es el caso del perredista Evodio Velásquez Aguirre en Acapulco y del priista Marco Antonio Leyva Mena en Chilpancingo, pues además de tener a acapulqueños y chilpancinguenses sumergidos en el atraso y el desorden, ellos solo se columpian alegremente de las arcas del erario público, cual cínicos trapecista que son.
La verdadera entidad que gobierna Héctor Antonio Astudillo Flores del Partido Revolucionario Institucional (PRI) es un estado putrefacto, donde ciudadanos convergen entre las balas de la delincuencia y la sangre de inocentes y culpables. Eso es Guerrero; un fantasma que camina a paso lento por el fango de la corrupción que solo ha dejado una estela de muerte y una raquítica economía que solo nos hunde más en la pobreza y la desesperación.
Este es el “paraíso” de Astudillo Flores; un gobernante que luce relojes de ochenta mil pesos en tiempos de austeridad para el pueblo y utiliza aeronaves oficiales para asistir a bodas de sus compañeros en la política, en el estado de Oaxaca.
cajita desmembrada
Wendy Alanís
El verdadero Guerrero que encabeza el priista Héctor Antonio Astudillo Flores, es un estado en descomposición, moribundo y sumergido en la desilusión de una promesa fallida de “orden y paz”, copia de un viejo eslogan de la Revolución Mexicana.
Guerrero es una cajita que se debate entre la vida y la muerte, desmembrada por la disputa de grupos del crimen organizado que desean la exclusividad del territorio y que han extendido sus tentáculos hasta las más altas esferas de la oligarquía política, cuyos miembros se han dejado seducir porque solo son políticos interesados en su propio beneficio.
Prueba de ello, es la levítica Chilapa que se encuentra sitiada por al menos quinientos elementos militares cuya presencia es obsoleta para combatir la descomunal inseguridad que permea desgarradoramente
a una ciudad tan pequeña que además es un importante corredor comercial y cultural de la zona Centro.
Hoy, a casi dos años de gestión astudillista, los guerrerenses vivimos en un socavón sanguinolento, donde el auténtico poder está en manos del narcotráfico y de gobernantes que solo juegan a gobernar, como lo es el caso del perredista Evodio Velásquez Aguirre en Acapulco y del priista Marco Antonio Leyva Mena en Chilpancingo, pues además de tener a acapulqueños y chilpancinguenses sumergidos en el atraso y el desorden, ellos solo se columpian alegremente de las arcas del erario público, cual cínicos trapecista que son.
La verdadera entidad que gobierna Héctor Antonio Astudillo Flores del Partido Revolucionario Institucional (PRI) es un estado putrefacto, donde ciudadanos convergen entre las balas de la delincuencia y la sangre de inocentes y culpables. Eso es Guerrero; un fantasma que camina a paso lento por el fango de la corrupción que solo ha dejado una estela de muerte y una raquítica economía que solo nos hunde más en la pobreza y la desesperación.
Este es el “paraíso” de Astudillo Flores; un gobernante que luce relojes de ochenta mil pesos en tiempos de austeridad para el pueblo y utiliza aeronaves oficiales para asistir a bodas de sus compañeros en la política, en el estado de Oaxaca.
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