ARTICULO

 Nada de flores, nada de espinas


Ciriaco Zacarías Cervantes
Y que le caigo de sorpresa, una tarde/noche, cuando rentaba en el centro. Yo iba por unas fotos.
Toc, toc. Toco la puerta. Abre, me ve y me echa una bocanadota de humo de cigarro (o le aspiraba o me hablaba, una de dos).

“Pásale cabrón”. Andaba eufórico esa vez, caminaba. El trago a la chela, la fumada de Raleigh, el olor a tabaco en el cuarto.
“¿Sabes por qué el (estadio) Azteca no tiene techo?, para que Dios y la Virgencita vean jugar al América”, me dijo esa vez, mientras mostraba aquel gran altar a la Virgen que tenía en -como le llamaba- su “aposento”.
Él, eufórico. Yo, apestando a ese Raleigh.
Por las pláticas, por las anécdotas, por las chelas, por los cigarros, por el saludo....por reconocer mi voz ya cuando casi no veías, Victoria en mano, gracias, “Gitano”.
Gracias, Quiroz.

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