COLUMNA

Cosmos
Héctor Contreras Organista



LA VIRGEN DE LA NATIVIDAD EN TIXTLA
“La Natividad hermosa en su santuario siempre está,
bendiciendo corazones peregrinos en su altar….
                Sí que sí, sí que sí, en milagrosa La Natividad…”
           (Fragmento de la canción Son “Tixtlequita”,
  de Héctor Contreras Organista)
Desde tiempos remotos, la virgen de La Natividad, de Tixtla, ha sido muy venerada por la grey católica, no solamente de la localidad, sino de gente venida de casi toda la república pero principalmente de la Costa Grande de Guerrero, de Tepetixtla y Tixlancingo, pueblos donde se dice está el origen de la inmaculada, según versiones que se han venido pasando de generación en generación y que con acuciosidad plausible investigó el admirado escritor periodista y poeta don José Filemón Estrada y Carreño, mejor conocido en el mundo cultural suriano como “Pepe Jile” y quien al respecto dejó un legado cultural muy importante en su libro “Imágenes Milagrosas de Guerrero”, publicado por él mismo en 1986 y presentado por otro ilustre guerrerense, el maestro Miguel Aroche Parra.
Las familias chilpancingueñas de aquellos primeros años del siglo XX iban en septiembre en peregrinación a Tixtla, caminando por la vieja y tortuosa carretera en la que el famoso chofer don Jorge López Mejía, “El Mamacito”, transportó a bordo de su carrito Ford a las primeras pasajeras que a la capital del estado acudían a vender las ricas verduras que produce en abundancia el valle de Tixtla.
En el antiguo mercado de la hermosa Tixtla era muy socorrida la venta de memelitas de garbanzo y frijol que los comensales disfrutaban con sendas jícaras de arroz de leche. Después se hizo muy famosa la barbacoa con grandes tortillas blancas y una gran variedad de productos alimenticios y la venta de petates, tanates y tecolpetes, ollas de barro y jarros, cañuelas, aventadores, pero principalmente verduras y flores, sobre todo las cadenas de cempasúchil y los racimos de margaritas y flores frescas silvestres de diversos colores, las moradas eran las más solicitadas.

Desde la bajada que pasa frente a los terrenos de Ayotzinapa, a lo lejos se escuchaban los cánticos de los peregrinos que iban en devoción al famoso santuario de la Natividad que como eternos guardianes ha tenido desde siempre a los Sabinos o Ahuehuetes milenarios que resguardan la entrada al templo de la inmaculada. Alguna vez, algún exagerado sacerdote encargado del lugar colocó unos letreros que causaban hilaridad a los visitantes: “Prohibido a los novios besarse en este lugar. Atentamente La Virgen”.
La posesión del valle de Tixtla se lo disputaban Atliaca y Mochitlán. Los españoles, con don Martín de Armendáriz al frente llegaron y pusieron orden el 11 de noviembre de 1672 y por ello le asignaron la posesión de Ayotzinapa donde fundó una hacienda y después ha sido la Normal “Raúl Isidro Burgos”.
Tras la evangelización que hicieron los frailes agustinos, los españoles colonizaron Tixtla y entronizaron la sagrada imagen, con la salvedad de que ellos veneraban “pomposamente con vísperas, maitines y misa cantada el 8 de septiembre en memoria de Nuestra Señora de Covadonga, que es reverenciada desde el siglo VIII en un pueblecito de Oviedo, cerca del caudaloso río Deva, España, bajo el cuidado directo de los canónigos regulares de San Agustín, desde 1635”.
Al exterminarse los españoles, los criollos y los naturales de Tixtla siguieron conmemorando a la virgen el 8 de septiembre, pero bajo la advocación de la Natividad de María, así como el 2 de febrero, Día de la Candelaria, en memoria de la Presentación del Niño Dios en el templo, según datos que aporta Pepe Jile.
PRIMERA TRADICIÓN
Una tradición oral dice que cuatro costeños de Tixtlancingo (municipio de Coyuca de Benítez) llevaron a Puebla a retocar una imagen de la virgen María. Cuando regresaron con ella ya retocada descansaron bajo los sabinos que poblaban el barrio de Xaltepetla, de Tixtla y al tratar de continuar su camino “hete aquí que la Venerable Estatua se les volvió pesada a grado tal, que entre los cuatro no consiguieron moverla, mucho menos levantarla”.
Comenzaron a elevar la voz implorándole a la virgen que les permitiera llevarla y entregarla a su pueblo. Ante sus gritos los vecinos del barrio se dieron cuenta de “la elección que en su favor había hecho la Madre de Dios y empezaron a llorar de emoción, a encenderle velas y veladoras entonándole cánticos sacros mientras los tixtlancingueños se regresaban llorosos a su tierra, para dar la dolorosa noticia”.
SEGUNDA TRADICION 
Con la llegada de los españoles llegó la imagen de la virgen María. Como los habitantes de Tixtla ya había sido evangelizados y habitaban los barrios de Tequiac, Xaltepetla, El Calvario, San Lucas, San Isidro y Santiago, acordaron que para mantener viva la fe cristiana entre los naturales y acostumbrarlos a rezar las preces por la mañana, antes de empezar las faenas así como para rezar el rosario por las tardes, antes del toque de ánimas, les dejarían por dos meses la Imagen en cada barrio, durante los cuales recibiría el culto de los moradores y, pasados los dos meses, la entregarían al barrio vecino, y así sucesivamente hasta terminar el año. Los barrios levantaron poco a poco sus ermitas y finalmente sus templos para recibir dignamente a la Virgen Peregrina.
VERSIÓN TERCERA
En 1760 Tixtla se inundó, contaba con 88 años de su fundación. Una tromba asoló el valle. La virgen estaba hospedada en el barrio de Xaltepetla. El anegamiento fue total, sobre todo para los barrios cercanos a la laguna. Como pudieron los vecinos del barrio salieron a las alturas para no ahogarse y consigo llevaban la Estatua de la Virgen María. Abandonaron el valle y se dirigieron hacia el Sur, en busca de otros lugares donde vivir con mayor seguridad. Cruzaron la Sierra Madre y “al avistar el Grade Océano se dividieron en dos columnas, las que por separado fundaron sendos pueblos, y para tener un recuerdo perenne de su lugar de origen, los bautizaron con nombres en donde estuviera presente  la palabra amada: Tixtlancingo (Tixtla chico), se llama uno y Tepetixtla, el otro, ambos del municipio de Coyuca de Benítez”.
Hay la versión de que llegó el día en que los vecinos de Tixtlancingo “repararon en el mal estado en que se encontraba la virgen, acordaron llevarla a Puebla para que la restauraran. Para facilitar la travesía decidieron meterla en una caja de muerto envolviéndola con mantas y cobijas para que perdiera la forma de ataúd y no tuvieran dificultades con las autoridades por donde pasaran.
Después de cinco semanas, cuando regresaban con su virgen retocada, descansaron bajo la sombra acogedora de los Sabinos de Tixtla, quitaron algunas cobijas a la caja donde venía empacada la estatua y mientras descansaban fueron descubiertos por unos transeúntes que dieron aviso a las autoridades quienes descubrieron la Estatua bendita.
Hechas las averiguaciones probaron que pertenecía a la colectividad tixtleca teniendo que dejárselas exigiendo únicamente el pago de sus gastos personales y lo del retoque, y fue así como la virgen de La Natividad volvió a su antiguo lugar de veneración, a Tixtla”.
Cita Pepe Jile en su libro la petición que hizo el General Vicente Guerrero a Su Santidad el papa León XII, dirigiéndose a él cinco veces por escrito, para que se dignara conceder a los fieles “indulgencia plenaria en forma de jubileo por 8 días consecutivos, desde el 15 hasta el 22 de octubre. Que se declare privilegiado por todos los días del año y perpetuamente el altar de la Beatísima Virgen María bajo el título de su Natividad”. Escrito girado el 9 de marzo de 1823. El papa contestó afirmativamente.
Cita también en su libro el distinguido periodista José Filemón Estrada y Carreño el regalo que Vicente Guerrero hizo a la virgen: una corona de oro engarzada de esmeraldas, un collar de esmeraldas que por muchos años lució la Sagrada Imagen. “De tal manera –dice Pepe Jile- que difícilmente podremos encontrar otro católico que haya demostrado su amor hacia la Madre de Dios bajo la advocación de su Natividad, como el que le tuvo el general Vicente Guerrero Saldaña”. 

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