COLUMNA

Cosmos

Héctor Contreras Organista

LA ARENA DEL PUEBLO
-Box y Lucha Libre en Chilpancingo-
El Box es un deporte que hace muchos años dejó de practicarse en Chilpancingo.
De lo que recordamos es que las funciones de Box se realizaban a fines de los años 50 y en la década de los 60 en lo que fue la Arena Teatro del Pueblo, una especie de Salón de Usos Múltiples que se localizó en la esquina que actualmente forman las calles de Juárez y Quintana Roo, antes conocida como Calle de las Flores.
Era un jacalón enorme. Su interior estaba circundado con gruesas bancas de cemento. Rodeaban el ring hileras de sillones hechos de madera, como para durar siglos.

Los chilpancingueños nos dábamos cita cada semana para disfrutar uno de los pocos atractivos de diversión que ha tenido nuestro pueblo: Las funciones de Box que previamente habían sido anunciadas por medio de un carro de sonido que recorría la ciudad. 
El carro de sonido era un coche libre, como antes se les llamaba a los ahora agringados “taxis”, y que se estacionaban frente a la iglesia de La Asunción, a esperar pasaje. 
El sonido era alquilado por don Mundo, El Chaparrito; don Mundo Morales del Barrio de San Mateo, de la mera calle de Lerdo para que no haya duda, esposo de la famosa doña Luisa Memije, hacedora de los más sabrosos chiles rellenos del rumbo, el mole, el fiambre y muchos otros deliciosos platillos.
Cuando no podía ir a hacer el recorrido por la ciudad cuidando su Radson, un equipo de sonido de aquellos, un micrófono de los cromados, muy pesados pero de excelente calidad y unas bocinas que daban buen tono a la anunciada, don Mundo mandaba a su hijo Nalo. Eran de cuatro a cinco horas recorriendo la ciudad, invitando a la función de Box.
La afición era tremenda, tanto en número como en ánimo.
Las funciones a las 9:15 de la noche.
¿Por qué a las 9:15? 
Porque los organizadores de las funciones esperaban a que salieran los empleados de las oficinas de gobierno que en esos años trabajaban hasta las 21 horas.
Surgieron, como es de suponerse, grandes estrellas del pugilato: José Isabel Marín  Contreras, apodado “Brazo de Oro” y su hermano, el “Puños de Oro”; el “Baby” Fernando Palacios, “Pajarito” Ortega; “Torito” Anaya, “Costeñito” Morales, el “Relámpago” Romero, el “Zurdo” Rodríguez, “Al” Cristino, “Quique”, el de la Barbacoa, en fin, hasta suena como a falta de respeto no mencionarlos a todos, pero es que fueron tantos… y todos con mucho amor a las trompadas.
Obviamente que debió haber uno, o mejor dicho varios motivos para que el Box alcanzara el gran respaldo del respetable público.
Antes de los boxeadores mencionados hubo otra, o mejor dicho, otras generaciones de pugilistas que precedieron a la mencionada.
Entre ellos, el más destacado e inquieto fue Alberto Saavedra Ramos, quien llegó a ser Mayor Médico Militar, Jefe de los Servicios Coordinados de Salud Pública en el estado de Guerrero y Presidente Municipal de Chilpancingo. Al verlo tan serio y tan respetable como es, nadie lo creería, pero así fue. El flamante médico director del Sanatorio del Carmen fue un boxeador tremendo, impactante, con por lo menos cuarenta peleas en su haber y casi todas ganadas.
Pero eso no lo sabía su papá, el prestigiado licenciado Alberto Saavedra Torija. Que de haberse enterado, con todo y ser un finísimo pugilista, de seguro lo hubiera bajado del ring a carambazos, y Alberto Ramos o Alberto Ramírez, nombres tras los cuales ocultaba el verdadero Alberto Saavedra Ramos para subir al encordado, ni los guantes hubiera metido.
En fin que esto del Box fue una historia única en Chilpancingo, alternando, naturalmente con la lucha libre.
Todavía tenemos fresco el recuerdo de aquellas noches en que don Mundo El Chaparrito subía a la parte más alta del techo de la Arena Teatro del Pueblo sus bocinas para anunciar desde las 7 de la noche que a las 9:15 comenzaría la función de Box.
Mientras que entre anunciada y anunciada ponía a todo volumen música de moda como “Las Bicicletas”, Jesusita en Chihuahua, o danzones como Nereidas, Pulque para Dos, Juárez, Blanca Esthela, El Zopilote Mojado, el Cabeza de hacha, El Barranquillero y muchas más, todas motivadoras. 
En la entrada de la arena había muchos puestos de tacos, tostadas, tortas, semillitas, aguas frescas, enchiladas y la gente haciendo cola, comprándole los boletos a la siempre bien recordada doña Amalia Campos Sánchez que se encargaba de atender al público.
Ya en el interior los boxeadores hacían uso de los dos vestidores que estaban a la entrada, uno a la izquierda y otro a la derecha. Desde ahí observaban por medio de unas ventanas pequeñas y cuadradas, al estilo de castillo medieval, cómo se iban desarrollando las peleas. Los baños para asearse al final de la pelea no eran otra cosa que un tanque en el fondo de la arena con agua llegada por tubo de Omiltemi y bien fría.
Un señor que fue boxeador y al que todo Chilpancingo conoció como Vulcano, cada que llegaba a la arena acompañado de buena cantidad de sus trabajadores de una herrería del barrio de San Francisco hacía reír a la gente porque con su voz ronca gritaba a todo pulmón, como si de verdad vendiera, “hay tacos de pollo encuerado”.
LUCHA LIBRE
No nos queda muy lejos el tema de la Lucha Libre que se hacía en el mismo lugar. Por ese ring desfilaron El Santo, El Médico Asesino, El Enfermero, El Cavernario Galindo, El Rayo de Jalisco, Dorrel Dixon, Dante Juárez, Blue Demon, Sugi Sito, Alfonso Ham Lee, El Espectro, El Gladiador, René El Copetes Guajardo, Ray Mendoza, El Verdugo, La Tonina Jackson, Huracán Ramírez y de Acapulco venían El Fantasma de la Quebrada, Chanoc, Braulio Mendoza y muchos más que procuraron con sus maromas, llaves y pujidos, dar solaz y esparcimiento al hermoso pueblo de Chilpancingo, el del clima más bello del mundo.
En el segundo lustro de los años 60 del siglo pasado la Arena Teatro del Pueblo tuvo que ser demolida, tal vez porque sus viguetas ya estaban cansadas de haber sostenido por muchos años el pesado techo de lámina y los travesaños de un lugar de usos múltiples pero que le dio tanta alegría a nuestro querido Chilpancingo.
Hubo personajes como el gobernador Darío L. Arrieta Mateos, el doctor Alberto Saavedra Ramos, el profesor José Sagahón Obispo y mujeres como la esposa del gobernador de ese entonces, también paisanas extraordinarias como doña Amalia Campos y muchas otras distinguidas damas que mucho contribuyeron para que Chilpancingo tuviera, entre semana, un lugarcito donde divertirse sanamente. 
La mayoría de ellas y a las que nunca se les había hecho un reconocimiento vendían tacos y tostadas, agua fresca y tortas en las afueras de la arena.

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