PRINCIPAL DE PRIMERA PLANA
Heroína de la sierra, termina
inyectada en venas de gringos
Laura Woldenberg/VICE News).- Cuando “Pepe” va a visitar a su familia sabe que el recorrido puede acabar muy mal. Los imponentes paisajes de la sierra de Guerrero contrastan con el horror que se vive en los pueblos cercanos a la orilla del camino de terracería que lo guía hasta su destino. Una región que está en disputa por los diferentes cárteles debido a la producción y trasiego de la goma de opio, materia prima para “cocinar” la heroína.
“Pepe” — cuyo nombre real no revelamos por protección — vive en Chilpancingo, “Chilpayork” para los locales. Trabaja en una institución educativa y es originario de Jaleaca de Catalán, donde el Estado es un espejismo. Es un chico amable y de risa contagiosa. Él pertenece al grupo de jóvenes que buscan librarse de la condena que cargan por ser originarios de un territorio olvidado y abandonado, cooptado por cárteles o bandas delincuenciales.
Los amigos de “Pepe” en Jaleaca de Catalán cultivan amapola y algunas verduras. Son campesinos que viven en una de las regiones más olvidadas del país. Siembran la flor porque es lo más rentable.
“Memo” — para quien también usamos un nombre falso — es un agricultor joven y fuerte. Menciona que prefiere cultivar chile que mariguana, pero lo que más deja es la amapola, de la cual se extrae la goma de opio. Es un cultivo amable, no necesita de mucho cuidado y se puede cosechar tres veces al año. Su flor es roja o blanca y su fruto es lo que se raya para sacar un líquido lechoso que se recolecta en latas de jugo Jumex. Este líquido se deja secar y es lo que se convierte en la goma.
Él tiene una pequeña cosecha, comenta que las erradicaciones del ejército se han intensificado en los últimos años y muchos campesinos del pueblo han perdido sus cultivos. La producción le dará unos 15 mil pesos, precio al que se vende el kilo de goma. Se necesitan 15 kilos de goma para sacar un kilo de heroína aproximadamente, que en el mercado de Estados Unidos puede tener un costo entre 25 mil y 70 mil dólares. Esto quiere decir que la cadena lucrativa, puede aumentar hasta cinco veces el valor del producto, desde la cosecha hasta la venta final en el país vecino.
La parcela de “Memo” le deja un promedio de 45 mil pesos al año. Si es su única fuente de ingreso estaría obteniendo unos 3 mil 750 pesos al mes, que en México equivalen a 1.7 salarios mínimos.
Claramente “Memo” no es de los que gana en el proceso productivo de la heroína. Tampoco el resto de las familias que viven en la sierra y, sin embargo, deciden tomar el riesgo.
LA HEROÍNA “CHOCOLATOSA”
La cadena productiva de la heroína que comienza en Guerrero, termina inyectada en las venas de alguna persona, de cualquier género, edad o estrato social en Chicago, Los Ángeles o Nueva York. Se trata de un sucesión de acciones que involucra a muchos actores, y casi todos pierden: campesinos, desplazados, consumidores y gobiernos.
“La pregunta es: ¿qué tipo de ‘narco’ queremos?” comenta en entrevista con VICE News, Guillermo Valdés ex director del servicio de inteligencia mexicano (CISEN), quien dejó su cargo en septiembre 2011. Esta pregunta parece ser una constante para quienes intervienen la producción de esta droga. México es un jugador fundamental para abastecer a Estados Unidos, siendo su principal proveedor y el tercer productor de opio en el mundo. Afganistán domina la producción mundial con el 85 por ciento, seguido por Myanmar con el 8 por ciento y después México con el 2 por ciento aproximadamente, según el Informe Mundial sobre las Drogas 2015, publicado por la Oficina de las Naciones Unidas contra la Droga y el Delito (ONUDC).
La zona montañosa de Guerrero y el Triángulo Dorado (donde colindan Sinaloa, Durango y Chihuahua) son los dos territorios principales para la cosecha de amapola, cultivo que se transformará en la “mexican black tar”, la heroína chocolatosa, de baja calidad, que se distribuye principalmente en la parte oeste del Río Misisipi y que será consumida por los estadounidenses a un bajo costo.
La heroína recorre un camino largo, que deja víctimas regadas en los rincones más inhóspitos de México y la violencia e impunidad ha obligado a comunidades enteras a huir de sus localidades. Hoy, por ejemplo, La Ciénega, Guerrero, es un pueblo fantasma en cuyo territorio sólo quedan cascarones de lo que antes fueron escuelas, iglesias, casas y hospitales. Sus habitantes, quienes vivían del ganado han tenido que migrar a ciudades cercanas donde no logran acoplarse a la vida urbana y difícilmente consiguen un empleo.
Desde la fragmentación del Cártel de Los Beltrán Leyva, del cual surgieron Los Rojos, Guerreros Unidos y más de una decena de bandas delincuenciales que se disputan el territorio, se generó un caldo de cultivo apto para la violencia, corrupción e impunidad en las zonas serranas de Guerrero y la región de Tierra Caliente.
Entre 2011 y 2015 han sido desplazadas 281 mil 418 personas de manera forzada por causa de la violencia en México, según la Comisión Mexicana de Defensa y Promoción de los Derechos Humanos (CMDPDH), 21 por ciento de esta población corresponde a Guerrero.
UN CAMPO DE REFUGIADOS
Azucena es una chica con menos de 21 años, vive sobre la carretera federal Acapulco – Zihuatanejo desde 2013 en un sitio que bien podría decirse, es un campo de refugiados donde sobreviven 160 personas. Los remanentes de un pueblo que huyó para no morir a manos del crimen organizado. “Es una parte de la tierra donde pueden trabajar y esconderse, donde no va el gobierno. Fue por eso que (los narcos) nos sacaron” comenta.
Huyó a los 17 años de su ejido en el municipio de San Miguel Totolapan, Tierra Caliente, con sus hermanos y sus padres. Dejó su casa, tierras, ganado, documentos. Su hogar lo quemaron, no quedan más que las cenizas y el recuerdo de una comunidad cuya actividad productiva principal era el mango y el coco. Ahora duermen en el piso y no cuentan con agua potable. Sus padres ocupan un pequeño cuarto hecho con maderas y lámina.
Aquella noche, cuando tuvieron que huir, hombres armados llegaron a rodear el pueblo y a disparar. La gente aterrorizada no salía de sus casas. La amenaza fue clara y contundente: “el que no quiera problemas que se vaya y deje todo… pero no queríamos” comenta Azucena.
El pueblo intentó organizarse para defenderse, pero después de dos días de amenazas y balazos decidieron que escaparían. “Salimos por el cerro, cruzamos el río para que no nos escucharan, no nos llevamos nada, solo lo que llevábamos puesto, solo poco dinero… caminamos toda la noche, dormimos un poco, pero duramos tres días caminando”.
Ese fue el desenlace de un pueblo entero, que ahora está destinado a ver pasar coches y más coches que transitan sobre el asfalto que une dos centros icónicos del turismo nacional, Acapulco con Zihuatanejo, y cuyos pasajeros difícilmente se percatarán de la desolación que se vive a las orillas. Ellos, los desplazados, son otra evidencia de que en la cadena productiva de la heroína casi todos pierden.
Pero Guerrero es sólo un ejemplo de otros estados del país que cultivan amapola y que por lo general ocupan los primero lugares en las estadísticas de pobreza. De los 859 municipios gomeros que hay en México, 774 viven en pobreza, según Humberto Padgett en su libro Guerrero: los hombres de verde y la dama de rojo.
DEL ORIGEN A LA POLÍTICA ESQUIZOFRÉNICA
La actividad gomera en nuestro país no es una novedad. Durante las últimas décadas del siglo XIX los chinos que llegaron a Sinaloa para la construcción del ferrocarril trajeron la también llamada, adormidera. Fue hasta 1926 que se prohibió el enervante en México y finalmente los productores locales se quedaron con el mercado de la amapola expulsando a los chinos.
El boom de esta droga se dio en los años cuarenta para proveer de morfina al ejército de Estados Unidos. Guillermo Valdés, el ex agente de inteligencia mexicano, comenta “la amapola se producía para el ejército de EU cuando fue el primer boom de goma de opio, durante la Segunda Guerra Mundial”.
México lleva produciendo amapola más de 100 años y la región histórica de adormidera es el Triángulo Dorado, cuna de los grandes capos mexicanos como Joaquín Guzmán Loera, El Chapo Guzmán, los hermanos Beltrán Leyva y Rafael Caro Quintero. Debido a que es un producto altamente rentable y a la creciente demanda del mercado, las organizaciones criminales se disputan el territorio para la producción y trasiego. “En México no ha habido una estructura política y de seguridad que las limite, que las haga más desarticuladas, más fragmentadas.
Desde el Estado ha habido una política esquizofrénica hacia el narcotráfico. Por un lado se le dice combatir, que es un mal que no debe existir y se le combate con decomisos, erradicaciones… pero durante muchas décadas se le toleró y se le puso alfombra roja… se les entregaron a los narcos las policías… todas estas décadas de permisividad del Estado mexicano hicieron que las organizaciones se hicieran muy poderosas, incluso más que las instituciones locales”, agrega Valdés.
La estrategia contra el narcotráfico comienza en la sierra: el Ejército tiene como misión la erradicación de los plantíos de amapola para destruir la materia prima de la heroína. Los militares pasan largas temporadas en las montañas, en condiciones adversas y precarias, destruyendo plantíos a través del “vareo” [golpean la flor con una vara para cortarla] y la queman. También utilizan helicópteros de fumigación. Sin embargo, mientras se destruye un cultivo aparece otro.
La más evidente consecuencia de esto es que el campesino se queda sin cosecha y por lo tanto sin ingresos. “Los plantíos son cultivados por personas de escasos recursos, son personas que habitan en áreas rurales, que buscan alguna manera de obtener algún beneficio económico, oriundos de la región… es el primer eslabón de la cadena”, comenta el Comandante Pantoja del 34 batallón de Infantería de la 35 zona militar durante una misión de erradicación en la sierra de Guerrero donde afirma, “se produce el 60 por ciento de la producción nacional”.
Su batallón se dedica, principalmente, a misiones de erradicación, también a reducir la violencia por medio de patrullajes, en una de las zonas más violentas del país. “Los delitos se multiplicaron, ya no es nada más la producción de amapola, sino otros delitos como robo, asalto, secuestro y extorsión”.
Las comunidades de la región viven atrapadas en diferentes frentes: una guerra entre cárteles que se disputan el territorio y una batalla contra el ejército para evitar la destrucción de sus plantíos. Pero la erradicación no trae consigo un programa social integral que ayude a modificar su actividad.
VIVIR PARA COMPRAR UNA DOSIS
Una vez que el opio o la heroína llega a la frontera con Estados Unidos, los cárteles mexicanos practican todo tipo de métodos para cruzar la droga: “usan sofisticados vehículos, túneles, personas… realmente no paran”, afirma el Agente Anthony Williams de la Agencia para el Control de Drogas (DEA). Entre 2009 y 2015 los decomisos de heroína crecieron un 400 por ciento en la frontera entre México y EU, según la Oficina de Aduanas y Protección Fronteriza de Estados Unidos (CBP).
La cadena de violencia, injusticia e impunidad que se vive en México tiene su fin en el país vecino, en el que 1,5 millones de personas consumen heroína según la (Office Of National Drug Control Policy) y esperan una dosis, ya sea de “mexican black tar” o de “china white”, una heroína más pura y cara, que se consume mayoritariamente en el Noreste de EU y generalmente proviene de Colombia. En los últimos años los cárteles mexicanos han empezado a producir este producto para competir en ese territorio.
La adicción de heroína en Norteamérica es un problema creciente. Entre el 2002 y el 2013 las muertes relacionadas al consumo de opioides se cuadriplicó, según el Center for Disease Control.
Nate vive en las calles de Los Ángeles, duerme sobre los restos de un colchón en medio de dos basureros afuera de una vecindad. Es un joven blanco, de ojos azules; sus jeans lo protegen de las enormes llagas y cicatrices que la heroína le ha dejado. Se enganchó con los opioides desde niño, al consumir las pastillas de prescripción médica de su padre, y poco a poco fue cambiando a la heroína más barata. Ahora lo que necesita para sobrevivir son dos inyecciones al día y su única preocupación es conseguir el dinero para poder comprar su dosis.
Nate, como muchos de los adictos en EU empezó a consumir heroína como alternativa a los llamados “painkillers”, medicamentos que requieren de prescripción médica y pertenecen a la familia de los opioides. “Los cárteles mexicanos han incrementado su producción, tenemos una nueva ola de usuarios de heroína, ya que es más barato que los opioides legales”, comenta el Agente Anthony Williams.
El mercado actual de la heroína se estima en 27 mil millones de dólares, según la Oficina de Política Nacional de Control del Drogas (Office Of National Drug Control Policy).
Con la rentabilidad de ese negocio es difícil pensar que una política prohibicionista pueda acabar con la industria. La guerra contra las drogas ha probado su fracaso e incluso, aquellos que confiaron y apostaron a esa estrategia lo están repensando: “para erradicar el problema del narcotráfico se requiere regulación, no prohibición” afirma Valdés.
Este lucrativo negocio para algunos, representa un alto costo para la vida de otros, por ejemplo para “Memo”, “Pepe”, Azucena, y Nate. Ellos están del lado de los perdedores en esta cadena, en la que casi nadie gana. (sinembargo.mx).
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