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La Ceiba Amorosa      

Juan López
 Era Ernesto P. Uruchurtu regente de la Ciudad de México. Tiempos en los que todavía no ocurrían aquellos trágicos sucesos del 2 de octubre. La capital del país era la sede de una sociedad amodorrada que a veces la nota roja soliviantaba por algún horrendo asesinato o, cualquier otra cruel asonada que mortificaba a los capitalinos.

Sigiloso el político más importante de la ciudad, silente y cabizbajo a nadie le comunicó que mantenía en secreto un proyecto urbano de dimensiones colosales para la época. El Paseo de la Reforma que llegaba del Bosque de Chapultepec a la glorieta de El caballito, sería prolongado hasta las inmediaciones de la Villa de Guadalupe, algo que parecía insólito y del tamaño de la locura de un loco.
No existiendo ese alboroto que ahora se llama sociedad civil. Los periódicos apellidados “prensa vendida”, poco entusiasmados con las causas populares, acudían al banquete que el señor Uruchurtu había maquinado para agasajar a todo el Poder Judicial en uno de los islotes entonces accesibles de Xochimilco. Se inventó la excusa para que los jueces, actuarios, defensores de oficio, magistrados, secretarias y ministros, así como el personal adscrito de limpieza y vigilancia, asistieran al ágape que el gobierno del Distrito Federal le ofrecía a los togados en pago por sus desinteresados intereses.
Fue un viernes al mediodía. A la una de la tarde no quedaba un solo sujeto en su oficina que pudiera atender algún requerimiento de justicia o protección de la misma. Pequeños avisos en cartulinas como las que ahora usa “la maña” prevenían que hasta el próximo lunes se podría atender cualquier solicitud del público.
Cuando nadie estuvo presto para auxiliar a los particulares fue que empezó la maquinaria pesada a derrumbar edificios e inmuebles que por su geografía se opusieran a la magna obra del Regente. No fue posible ampararse, ni permitir una notificación, ningún actuario pudo ofrecer sus servicios ni un sello hubo disponible para impedir que los trascabos y buldóceres convirtieran en escombros terrenos baldíos, no digamos vecindades o construcciones en andamios.
Hoy la Ciudad de México tiene vías de comunicación que trasladan a cualquier ángulo por muy remoto que éste sea. Sabemos desde entonces que nadie puede impedir una obra que va a dar servicio a toda la sociedad. Es por ello que la Ceiba Amorosa, no podrá ser de ningún modo obstáculo para que el Acabús normalmente funcione en beneficio de los acapulqueños, modernizando el tipo y la calidad del transporte urbano, donde se ha colocado una inversión de miles de millones de pesos. Sólo porque un grupúsculo de adocenados y alucinados quieren darle a la ceiba la importancia que El Principito le daba a sus Baobabs que amenazaban derruirle su planeta.
El Acabús es una institución pública urgente para servicio de la comunidad. Un sicofante no puede, ni debe, ni se le ha de permitir que impida el mejoramiento del transporte colectivo en Acapulco.
PD: “El interés público está por encima del interés privado”: Máxima jurídica. 

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