COLUMNA
Guerra de los Pasteles
Apolinar Castrejón Marino
Pues mire usted, para que no se diga que los mexicanos somos cobardes, hemos hecho muchas guerras. Hasta hicimos una que se llamó “Guerra de los Pasteles”.
Pero no se crea que los mexicanos se agarraron a pastelazos con los ciudadanos de otros países. Fue una verdadera guerra con balazos, cañonazos, por mar y tierra… y desde luego, nos ganaron.
Como usted sabe, después de que México conquistó su independencia, desde luego, con una guerra, ciudadanos se establecieron en nuestro país, y se dedicaron a los más variados negocios. Entre ellos unos franceses que se dedicaron a la repostería... hacer pasteles pues.
Remontel fue un pastelero francés que puso su negocio en el centro de la Ciudad de México. Y sucedió que cierto día, se encontraban departiendo unos oficiales del ejército mexicano. Estuvieron muy a gusto, y cuando al fin decidieron retirarse, les extendieron la cuenta, y suponiendo que “el más tonto” la pagaría, se salieron sin que nadie la saldara.
Al día siguiente, el pastelero Remontel se apersonó al cuartel a reclamar el pago. Y mero entonces se hizo un motín en el centro, frente a su pastelería, con daños a muchos negocios. Entre ellos, la pastelería.
Los motines y altercados, eran muy frecuentes, y por esos días, las relaciones entre los gobiernos mexicano y francés, no eran muy amistosas debido a que en el golfo de México, había sido asesinado un ciudadano francés acusado de piratería. De uno y otro bando estaban con ganas de “echarse un tirito”, nada más querían un pretexto.
Las quejas y demandas, en gran parte exageradas, se acumularon en el ministerio francés, y Louis Mathieu Molé mandó a su ministro en México, Deffaudis, que obligara al gobierno mexicano a que pagara los daños por sus camorras.
El gobierno mexicano se negó rotundamente, pues no tenía los recursos económicos, y además de que no podía hacerse responsable por cualquier daño que algún extranjero sufriera en México a causa de las revueltas.
El gobierno francés procedió a “medirle el agua a los camotes”, y como apenas en 1821, México había consumado su independencia y seguía “experimentando” de qué manera funcionar como nación, por donde quiera había inestabilidad, una desastrosa situación financiera; desorden político y social, y los levantamientos armados.
El gobierno francés seguro dijo “Este es ojal y me lo abrocho”, el de 15 de abril de 1838 le declaró la guerra a México. Al día siguiente cesaron las relaciones entre ambos países; los franceses sitiaron el puerto de Veracruz y establecieron un bloqueo económico. El 27 de noviembre comenzaron a bombardear el fuerte de San Juan de Ulúa y la bandera con las franjas azul, blanca y roja se izaron, para afrentar a México.
El embajador Daffaudis había reclamado de mala manera al gobierno de Don Antonio López de Santa Anna, y como él decía que gritos de su mujer, y gritos en el trabajo, pues le entró a la guerra con más ganas que estrategia. Y como en muchas otras veces, Santa Anna fue derrotado.
El 5 de diciembre, durante un bombardeo, Santa Anna fue herido en una pierna, que le tuvieron que amputar. Cuando regresó a la ciudad de México, fue recibido cómo héroe y aprovechó para hacerle un pomposo funeral a su pierna, que conservaba en formol.
El gobierno de México firmó un tratado para terminar la guerra el 9 de marzo de 1939, y se comprometió a pagar las indemnizaciones. México terminó pagando $600,000 pesos por daños. Los pasteles más caros de la historia ¿No?
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