ARTICULO
Una escuela de la vida
César González Guerrero
Envío un especial y cordial saludo, a mis select@s lector@s que por respeto del espacio, omito sus nombres, esperando pronto hacer mención de cada uno de ellos. Por su interés en mis colaboraciones y sus respectivos comentarios, reciban mi agradecimiento.
Como la mayoría de las familias guerrerenses, y costachiquenses, nuestra infancia en familia pasó momentos muy difíciles, a tal grado de que, no pocas veces, tuvimos que conformarnos con solamente comer “memela a seca”, con agua y sal, y a veces algo de chile y frijoles “Apozonque” (de olla) porque los “fritos” o “machucau” requerían la manteca, y para ello no alcanzaba el dinero. Contadas fueron las ocasiones en que la carne, el queso y la leche se presentaban en nuestra dieta alimenticia. El inolvidable café “tineo”, afortunadamente, siempre estuvo presente porque mi madre, Cohinta Guerrero Aparicio, hacía hasta lo imposible por que esta rica bebida no faltara, aunque sea “agua chirria”. Siempre nos recomendaba, antes de salir a la escuela, “beban aunque sea café”. Poco a poco fuimos conociendo las galletas “norteñas”, “marías” o “jarochas”, los tamales “chocos” y, mucho después, disfrutamos el rico pan “cariado” y el de “terciopelo”. Eso es inolvidable.
Jamás me imaginé que, años después, el trabajo de mis padres, Cohinta Guerrero Aparicio y Santa Cruz González Cortes, lograría resultados favorables en la vida, como es el hecho de pasar de ser una familia campesina humilde, con muchas carencias y necesidades, a ser una familia con dignidad y de provecho. Superamos obstáculos, penas y tristezas que, a la fecha, también se hacen inolvidables.
Para empezar mi padre llega a Copala en el año 1946, a la edad de 16 años, sin nada, únicamente con el espíritu triunfador de un pequeño solitario en búsqueda de su padre, el señor Gaudencio González Pérez, a quien circunstancialmente encuentra en el punto conocido antiguamente como El Clavo, hoy Crucero de la Peñas.
Coincidentemente, mi abuelo sufría de la enfermedad del asma, razón por la cual la madrastra de mi padre, mi entrañable abuela Victoria Castañeda García lo aceptó para que, siendo el mayor de los hijos, lo ayudara en las difíciles tareas del campo. Es por ello que el máximo grado de estudios alcanzado de mi padre fue hasta el segundo año de primaria. Insuficiente como para defenderse de los abusivos de la ignorancia de aquella época, que años más tarde en 1964, lo llevaron a conocer la cárcel de San Luis Acatlán, de manera injusta. Gracias a Dios salió libre por haber demostrado, en su autodefensa, que no tenía ningún delito.
A fuerza de mucho esfuerzo y entrega al trabajo, mi padre pronto se hace de un terreno en el punto conocido como el Arroyo del Cuatete, antes de llegar al antiguo pueblo del “Atrancadero” hoy llamado el Carrizo, y lo empieza a “chaponar” (limpiar), al mismo tiempo que también apoya a su padre. La construcción de la carretera nacional divide su tierra por lo que ahora están separados.
Ya en matrimonio con mi madre Cohinta Guerrero Aparicio, con mi hermano Luis Javier, los pequeños menores de 10 años, entre 1960-1970, empezamos a ser parte importante en el trabajo campesino de mi padre, y fue así que iniciamos a labrar la tierra. En “pleno rayo del sol”, primero “tumbando el monte” con sus inolvidables “chaponas” y “quemazones”, luego sembrando y “resembrando” las palmeras que ahora disfrutamos, también plátano, árboles frutales y toda aquello que se podía, cargando al hombro y a la cabeza, el agua para su respectivo regadío. Tiempos difíciles también para nuestra madre que aportaba un doble esfuerzo, acompañándonos a regar la siembra por un lado y, por otro, atendiendo las tareas del hogar.
Con muchos sacrificios alcanzamos a cosechar y, aun con problemas, llegamos a formar parte de una clase social más acomodada. Ya podíamos disfrutar de una mejor alimentación y mejor nivel de vida, gracias a la venta de los productos que nos proporcionaba la tierra: maíz, frijol, arroz, nanche, jamaica, ajonjolí, chile, jitomate, algodón, tamarindo, limón, etcétera.
A pesar de que el tiempo ha pasado y esta breve parte de nuestra historia solo es una muestra (ya en próxima ocasión trataremos otra parte), estamos muy agradecidos con la vida, principalmente con nuestros padres que nos enseñaron a ser gentes de bien. Nosotros, y creo muchos de nuestros paisanos, también nos consideramos, orgullosamente, parte de esa cultura del Esfuerzo y no del Privilegio. Gracias a Dios.
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