COLUMNA
Las guerras de México
Apolinar Castrejón Marino
Mucha gente aún tiene presente la fatalidad de nuestra nación, que cada 100 años se realiza una guerra: en 1810, la guerra de independencia, y en 1910, la revolución.
Otros, menos ortodoxos, se mostraron muy contentos porque “la sangre no llegó al río” este año de 2010, a pesar de la efervescencia política ocasionada por el gobierno fallido de Felipe Calderón y su “lucha contra el narcotráfico”, que amenazaba con un descontento generalizado con probabilidades de una lucha fratricida.
6 años después, nos damos cuenta que desde ese tiempo, hemos vivido en la guerra: asesinatos en cualquier parte y a cualquiera hora del día. Robos, secuestros y ejecuciones ¿No es esto una guerra?
Tener que encerrarse en su casa, para evitar exponerse a ser víctima de cualquier delito, tener temor tanto por los delincuentes como por la policía y el ejército ¿no es una revolución? Abrir las páginas del periódico, ver la televisión o navegar por internet, nos lleva indefectiblemente a enterarnos de la gran cantidad de hechos de sangre, con suma violencia, como descabezados, violaciones tumultuarias y atracos a gran escala.
A esto, se suman las “tomas” de las carreteras, los bloqueos de calles e incendio de edificios públicos que realizan los estudiantes y otras organizaciones bélicas en nombre de la justicia.
La vocación pacifista de México es solo un gran mito. Antes de la llegada de los españoles, las tribus y pueblos se la pasaban guerreando todo el tiempo. Después de 3 siglos de sometimiento, las gentes querían ser dueñas del suelo que pisaban, y entonces se dispusieron a sacar a los invasores del país.
10 años de guerra y muchos miles de muertos, para que nuestro país se convirtiera en una nación independiente con el nombre de México. Pero no fue suficiente, solo desencadenó otro tipo de conflictos: ¿Qué tipo de país querían tener los mexicanos? Unos deseaban tener un rey, y otros hasta un emperador. Otros más, querían que esto fuera una república, aunque nadie tenía experiencia para saber que era ser republicano.
El 31 de enero de 1824 se reunieron en la Ciudad de Querétaro delegados de todos los estados, quienes se concedieron el título de diputados y conformaron un Congreso Constituyente, y después de 76 sesiones estuvieron listos para promulgar el Acta Constitutiva de la Federación Mexicana, como República Popular Representativa y Federal y tendría como primer presidente a Guadalupe Victoria.
Al amparo del Plan de Iguala, y los Tratados de Córdoba esta Acta Constitutiva logró conciliar los intereses de los principales actores políticos: Los insurgentes, el Ejército y la Iglesia.
No pasó mucho tiempo para que Iturbide sedujera a cada uno de esos actores para que lo aceptaran como gran emperador a cambio de conservar sus privilegios. Monarquistas y liberales, parecían querer estar en paz, y la burocracia y los comerciantes, también quisieron entrar al pacto. Los caciques de los estados se vieron atraídos por la persona y figura del emperador y porqué sentían la necesidad de integrar una defensa común para enfrentar un eventual intento de reconquista por parte de los españoles.
Pero algo falló, y el Plan de Casa Mata, puso fin al imperio. El Congreso Constituyente declaró nula la coronación de Iturbide e inválido el Plan de Iguala y los Tratados de Córdoba. La Nueva España quedó nuevamente en el limbo: no era un Estado ni parte de un Estado, ni nación, ni provincia de una nación.
Varias provincias se proclamaron estados libres y soberanos, aprovechando que no existía vínculo legal con las restantes y creyéndose dueñas de su destino. México se encontró, repentinamente, en peligro de desaparecer y fragmentarse en muchas repúblicas independientes.
Entonces apareció el germen del caudillismo. El general Antonio López de Santa Anna, que se encontraba en Tampico se dirigió hacia el centro del país, con las fuerzas a su mando. En San Luis Potosí se autoproclamó protector de la federación y de la libertad de los pueblos, y con ese pretexto estaba listo para sacar el mayor provecho personal de la situación.
Guadalajara fue una de las provincias, que se opuso y manifestó que no existía ordenamiento legal, pacto o convenio, que la obligara a acatar órdenes provenientes de la ciudad de México. Otras provincias siguieron su ejemplo. En Monterrey las provincias de Texas, Coahuila, Nuevo León y Tamaulipas, formaron una Junta con objeto de hacer una. Oaxaca, Querétaro y Yucatán se declararon autónomos.
La cosa se repite hoy con el caudillo hidalguense con aspiraciones presidenciales, el Secretario de Gobernachong, con su vistoso “operativo Chilapa”, patética “demostración” de fuerza, que no se realizó en Chilapa, sino en Chilpancingo, que no se hizo en instalaciones militares, sino en el “polideportivo”, y que no fueron 3 mil “efectivos”, sino solo 300, que marchaban a “paso veloz” alrededor de los “funcionarios”, pasando una y otra vez para dar la impresión ante las cámaras que eran los 3 mil.
¿O acaso a usted lo engañaron?
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