COLABORACIÓN
Crónicas de navidad
Reloj de paz
Felipe Zurita.
Hoy escuché como las rosas pronunciaban tu nombre y la felicidad de aquel jardín que se perdía con el ritmo de un reloj de pared. El tiempo parecía ser el mismo.
Alfred… Alfred… ya te dormiste. – Tras un largo silencio que se conseguía y suavemente se rompía en la profundidad de la noche. Era un cascabel acariciado por el aire que bailaba en el patio.
No estoy dormido… sólo escucho el sonido. Tiene un ritmo, una forma tan singular que no es el viento quien lo mece, sino alguien divino que cada vez que lo hace otorga alas y responsabilidades.
Son alas para los nuevos ángeles, son deseos que se cumplen. Debes meditar cuando escuches un sonido diferente por las noches. Y te darás cuenta que hay algo diferente. Pon atención, no se escucha el tic tac del viejo reloj de la sala. Él ha enmudecido.
Sí, ese viejo reloj colgado de la pared un día por tu abuelo. Aquel que inunda todos los espacios en silencio, que marca su ritmo, su paso tranquilo firme, sellando con cada campanada el paso incansable de un círculo sin fin. Una vuelta que nunca termina.
Números que se repiten, pero que jamás son los mismos, que el tiempo aprendió a caminar para adelante y no para atrás, un paso lento a veces en silencio, a veces eterno, pero siempre con el mismo tiempo. Así debemos ser, caminar siempre para adelante, no buscar el pasado sino el presente.
Es constante, algún día llegará a su destino, hay quienes llegan a él sin darse cuenta porque no tienen tiempo. Porque olvidan su esencia, es como aquella raíz triste quemada por el sol que parece morir y desconoce su origen, entonces renace con fuerza con el cariño.
Hay vidas eternas que sólo les falta una buena tierra, un buen patio o una vieja casa para hacer feliz. Una gran familia que te haga sentir parte de ella misma, que te sientas acertado, que no les importe quien eres, que sepan sólo que ahí está tu lugar.
Puedes crecer al cuidado de José, del anciano dueño del jardín, puedes ser flor, puedes ser rama o quizás una tarde donde alguien te enamore, vuelvas a encontrar tu belleza y dejes de ser sólo una raíz y te vuelvas la flor más bella.
Que ese reloj y la paz que provocan el sonido de esas campañas mecidas por el aire, sean la caricia de Dios para ti y tu ángel para tu espíritu, para tu alma, que te de alas, sabiduría, pero sobre todo paciencia, igual o mejor que la del viejo reloj de la pared, para que seas admirado por todos.
Por eso debes buscar siempre tu lugar, ya que en ocasiones hay quienes no valoran lo que tú eres. Es entonces, el momento de buscar un nuevo jardín, una tierra diferente fresca, húmeda, abundante, que te permita crecer, ser valiente y permitirle al tiempo que te cuide, que te vuelva fuerte.
Renueva tu fe cada día, como lo haces en el inicio de año y cuando se despida en silencio el año saliente y las campanas del reloj vibren con fuerza anunciando la llegada de un nuevo año, recíbelo con la alegría de tener una nueva oportunidad para ser feliz porque somos hijos de reyes, porque así lo marca las siete estrellas que escriben el milagro de la vida.
A nombre de mi madre, mis hijos Emilio, Gaby y David y de toda mi familia así como de mi casa Editorial La Crónica, Vespertino de Chilpancingo, a ti Javier Francisco Reyes. Gracias.
Feliz Navidad y un gran 2016.
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