ARTICULO

La Infancia Campesina

César González Guerrero

Un saludo y reconocimiento a los niños y niñas que dedican gran parte de su tiempo a las tareas del campo, apoyando la economía familiar, sin abandonar las aulas.
Desde luego hay de infancias a infancias, depende de los niveles y categorías sociales, así como de las circunstancias que cada familia vive. No es muy sencillo catalogar esta etapa de la vida humana, más aun si trata de ubicar los aspectos socioeconómicos, ya que como dice la voz popular: “cada quien su vida”. Sin embargo, a quienes la vida les sonríe es porque las situaciones les favorecen y porque también, a pesar de los obstáculos, a “mal tiempo” dan  “buena cara”.  Total, no se puede tener todo y porque, como algunos dicen, la felicidad no se alcanza sin el dinero. Cuestión de enfoques y se respeta.

En pleno siglo XXI todavía es muy fácil encontrar niñ@s, sobre todo en las áreas rurales pequeñas, con necesidades fundamentales como la falta de alimentación, vestido, calzado, educación, y es alto el porcentaje de quienes carecen hasta de lo más indispensable, que sobreviven en el marco de la marginación social extrema, no obstante la existencia de una gran diversidad de programas asistenciales. Es un asunto de reflexión y solución urgente que merece la atención de las autoridades municipales, estatales y federales.
Lo anterior no es novedoso, ha existido desde hace muchos años, al menos recuerdo que, en los años 1950-1960, cuando estábamos en Copala, municipio de la Costa Chica de Guerrero, la mayoría de nosotros, nuestros pequeñ@s amig@s, no conocíamos lo que era la luz eléctrica, el servicio de agua potable, una carretera pavimentada, los zapatos, las tecnologías, etcétera si acaso utilizábamos el “candil” para iluminar las noches, tomar agua de la “tinaja” y al natural, andar descalzos por veredas y caminos de terracería o empedrados y, quizá algunos, teníamos el privilegio de contar con el apoyo de animales domésticos que nos auxiliaban en nuestras actividades cotidianas.
Menciono, en primer término, el “acarrear” agua diariamente (para el consumo familiar y para vender),  “a pie”,  “al hombro” o “a la cabeza”, desde muy temprano, diría yo de madrugada, de los diferentes “pozos” y “pozas” o manantiales, lugares en donde “manaba” el agua (mención especial merece el “agua zarca”) que todos sabíamos dónde había, como los “pozos de tía manuela”, “charchove”, “el chorro”, “las pilas”, “la hierve jiote”, “el manguito”, “el nanchito”, y por supuesto del inolvidable  hermoso rio  Copala.
El cortar leña, principalmente los fines de semana,  fue y creo sigue siendo, una actividad ineludible para cualquier hijo de campesino que, desde los 5 años ya deberíamos andar en los “huamiles”, “tlacocoles”, caminos y terrenos baldíos, buscando ramas, varas y “barañas” secas para la elaboración de los alimentos en casa, sin duda el “cubato” fue, entre otros, uno de los más codiciados, y todo aquel trozo de madera o “palo” de corazón, que entre más “grueso” siempre fue mejor. Lugares lejanos como la histórica “Loma del Chivo” fueron de los predilectos para conseguir “leña buena”. En algunas ocasiones era tal nuestra desesperación por no encontrar esa leña buena que teníamos que conformarnos con llevar leña de “palo bojo” como el “carnizuelo”, “sasanil”, “el timuche”, “el cuaulote”, que desde luego, no servían para nada, ya que solamente “echaban humo” y nada de “lumbre”. Ya se imaginaran las “regañadas” de nuestras madres que sufrían nuestras irresponsabilidades.
Buscar “zacate” o pastura, diariamente,  para alimentar todas las noches los animales que nos servían de apoyo, también fue una de las tareas básicas de nuestra infancia, de tal manera que cada tarde era obligación conseguir algo de alimento para el burro, burra, macho, mula, yegua o caballo, obviamente, y en virtud de que a veces no teníamos de otra, en muchas ocasiones tuvimos que “cortar”, a escondidas y sin autorización, un “manojo” en los terrenos que se encontraban a orillas del rio o arroyos, cercanos a la carretera, arriesgándonos a los reclamos de los dueños y otras “regañadas”. Gracias a Dios nunca fuimos sorprendidos ya que fuimos muy discretos. Claro, cobijados por la obscuridad de la tarde-noche que se convertían en nuestros cómplices. Debo comentar que no cualquier pasto era “bueno”, de tal manera que el “zacatón” y el “pataiste”, nunca fueron recomendables para alimentar nuestros animales, en cambio el “paras” fue de los predilectos.
Es por todo lo anterior que, como campesino, jamás soltábamos el machete, nuestra herramienta de trabajo, “filoso”, “cortante” y presto para cortar toda clase de objetos mencionados. Combinando siempre  el estudio por la mañana con las tareas del campo por la tarde, llevándole los alimentos a mi padre, preparando la tierra para la siembra,  y levantar la abundante cosecha de maíz, frijol, arroz, algodón, ajonjolí, Jamaica, etc. Creo fueron tiempos mejores no como los actuales.
Esta infancia, con este tipo de actividades,  de la cual estamos muy orgullosos nos llevó a conocer la vida real, la vida de los hechos, pero también de los sueños por llegar a formamos como profesionales, gracias a Dios y a nuestros padres algunos lo logramos. Claro preferimos estudiar que darle “la espalda al sol”. Aunque debo confesar, lo mejor de la vida está en el campo. Apoyemos al campo.

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