COLUMNA

 Cosmos

Héctor Contreras Organista

Carabela
En las proximidades de algunas islas del  Caribe navega tranquilamente una Carabela. Los marineros hacen sus tareas mientraas que los oficiales se ocupan en quehaceres de trazos de rutas y administración del navío. El capitán en cubierta va supervisando detalles y girando órdenes.
De pronto comienza a soplar un viento frío que golpea la nave. Su fuerza crece rápidamente. El amplio espacio del cielo azul es cubierto por una espesa nube negra que se desplaza y se extiende en el infinito anunciando tormenta. 
El trayecto de la carabela en crucero es amenazado. La embarcación es envuelta en breve tiempo por una tormenta, anticipo de huracán. 
El estruendo ensordecedor de los rayos, el viento y la lluvia “pican” el mar. El oleaje eleva su tamaño y amenaza con destruir la nave. Presurosamente hace bambolear la embarcación que ante la bravura del Océano parece solamente un pedazo de madero frágil, casi insignificante ante la poderosa copia del diluvio. 
Pese al caos, el medio centenar de marineros  tratan de permanecer firmes, justamente cada cual en el espacio que les fue asignado. No hay alteración ni gritos ni desesperación en ellos porque conocen su quehacer y sus deberes ante alguna contingencia. No es que sus nervios sean de acero ni son seres de excepción. Son marineros habituados a la rudeza de las tormentas y a la adversidad en cualquiera de los siete mares.

Conocen la amenaza de los Océanos y de sus tormentas, de los rayos y de los ciclones, y aún más, algunas ocasiones el naufragio. 
Las sorpresas del mar no les son ajenas, así lo valoran. Es la vida misma en movimiento: La existencia como el mar, como el mundo o como los ríos, cambian sorpresivamente en cualquier instante, y, como los marineros, la mujer, el hombre, el joven, el niño y el anciano, no acostumbrados a cruceros, a tormentas a medio mar, a carabelas y a oleajes, debemos y tenemos que estar preparados para ser navegantes siempre y enfrentar lo inesperado.
La preparación para enfrentar y vencer sorpresas negativas a lo largo de la existencia, son lecciones que nos da la vida misma por medio de las adversidades que nos azotan desde la infancia, desde el hogar, desde la propia familia y, a veces, casi desde la cuna. 
Se trata de esa adversidad que como los nubarrones negros que atacan embarcaciones, crecen, y los vemos ya cuando están frente a nosotros, turbios y amenazadores, dispuestos al colapso.
Es entonces cuando algunas veces pudiéramos tomar conciencia de ello: cuando a base de golpes y tropiezos, fracasos y dolores, decepciones y frustraciones nos enseñan exactamente lo que es la vida. Pero no a cómo vivirla.
Si no avanzamos en la preparación escolar y buscamos solidez en el conocimiento por medio de la lectura, si no crecemos en los terrenos del espíritu, si no adquirimos fe, si no escuchamos consejos de la gente mayor, experimentada y golpeada pero de pie como los marineros, si no escuchamos los gritos de nuestra propia conciencia, si no buscamos con desesperación y ansiedad la educación, si no nos esforzamos por moldear el carácter con pensamientos positivos, y si no nos convertimos en dadores de bondades y somos misericordiosos, si no nos regalamos ejemplos de vida y progreso a nosotros mismos, las sorpresas de las tormentas, tan crueles como las de los Océanos, nos derribarán fácilmente y enfermaremos y desapareceremos de nuestros propósitos sin haber conservado siquiera su huella.
No pasemos orgullosos por los mares procelosos como si voláramos por encima de la tormenta. 
Seamos capaces de aceptar el ejemplo del Maestro de Galilea. Y si acaso somos genuinamente pretenciosos, hagamos el esfuerzo de cambiar y ser diferentes, consultemos Su Palabra.
Y si no logramos ser marineros, por lo menos tendremos la oportunidad de ser pescadores, no de hombres, sino de nuestra propia conciencia, que ya es mucho.

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