PRIMERA PLANA
Casi 7 meses, sin justicia
para Mondragón: La viuda
Melissa del Pozo.--Semanas previas a su brutal asesinato, Julio César Mondragón, de 22 años, ya no quería seguir siendo estudiante de magisterio de la Escuela Normal de Ayotzinapa en Guerrero, México.
Inicialmente, Mondragón había entrado a la escuela con la ambición de “hacer historia”.
Este colegio está dirigido y controlado por sus estudiantes. Mondragón no tenía que costear su educación, ni tampoco su estancia ni los libros. En la Escuela Normal rural “Raúl Isidro Burgos” de Ayotzinapa, el estudiante vivía rodeado de murales de figuras revolucionarias como el Ché Guevara y Lucio Cabañas.
Pero a finales del verano del 2014, en el Distrito Federal, Mondragón le contó a su pareja, Marissa Mendoza, que los “castigos” que los estudiantes infligían a aquellos que desobedecían las normas eran demasiado severos. Dichos castigos incluían, entre otros, ser obligados a permanecer en un lugar llamado “El Pozo”, un foso lleno de fango pútrido y agua procedente de los desagües.
Mondragón también explicó a su novia que, a pesar de que el acceso a la escuela es muy selectivo, los estudiantes de Ayotzinapa no estudiaban.
En vez de ello, Mondragón, una de las primeras víctimas de los ataques de la policía que ocurrieron hoy hace seis meses, dijo que los estudiantes organizaban su día alrededor de las “carteras”, comisiones de acción política que se centraban enteramente en la labor política de la escuela.
Esto incluía acampar en las tierras de cultivo comunales de la escuela y secuestrar autobuses de pasajeros para viajar de protesta en protesta.
Julio “me decía que estaba harto porque no estaban estudiando nada”, explicó Mendoza a VICE News en una entrevista el pasado martes.
La pareja se conoció en un baile escolar en la Ciudad de México en 2010. En ese momento, Mendoza estaba estudiando para ser maestra. Sólo tres semanas después de que Mondragón se trasladara a Guerrero para entrar a la escuela de Ayotzinapa, Mendoza dio a luz a la hija de ambos, Melisa.
“Me dijo que iba a hacer historia en esa escuela, pero nunca imaginé de qué manera”, declaró Mendoza.
El 26 de septiembre, Mondragón se encontraba entre un grupo de cerca de cien estudiantes de la Escuela Normal de Ayotzinapa que viajaban en una caravana de autobuses secuestrados hacia la ciudad de Iguala, en Guerrero, para hacerse de más autobuses y solicitar fondos para su institución.
Los estudiantes de Ayotzinapa fueron atacados por la policía de Iguala. Las fuerzas de seguridad bloquearon la ruta de los autobuses y abrieron fuego antes de entregar a 43 estudiantes de Ayotzinapa a un cártel local de droga, conocido como Guerreros Unidos. Los sicarios de este grupo han sido acusados de secuestrar y masacrar a los 43 estudiantes en un vertedero.
Seis meses más tarde, los supervivientes y las decenas de personas que se han manifestado contra los ataques aún dudan de las afirmaciones del gobierno en lo que corresponde a los 43 estudiantes desaparecidos. Muchos de ellos se reunirán hoy en la Ciudad de México para realizar otra protesta y exigir justicia para las víctimas.
Supervivientes de los ataques y padres de los desaparecidos dieron una rueda de prensa en la Ciudad de México el martes, para solicitar la anulación de las elecciones de Guerrero de este año.
Se ha confirmado que seis personas fueron asesinadas esa lluviosa noche de septiembre en Iguala. A la mayoría de ellos se les disparó, pero uno de ellos, Julio César Mondragón, sufrió una de las muertes más crueles que se puedan imaginar: sus asesinos le arrancaron la piel de la cara y le sacaron los ojos antes de abandonar su cuerpo en un lote baldío.
“Me escribió y me dijo que estaba en Iguala, que iban a secuestrar camiones”, explicó Mendoza a VICE News. “Platicamos de la niña, nos dijimos cosas muy bonitas, hasta que me dijo que le estaban disparando. Yo le dije que se saliera de ese lugar y me dijo que no, porque no podía abandonar a sus compañeros”.
Un hombre ha sido arrestado en relación con la muerte de Mondragón. No obstante, seis meses después de los ataques policiales de Iguala, los supervivientes se han unido a decenas de personas que esperan justicia en un caso que sacudió México y levantó fuertes críticas por la gestión que hizo del mismo la administración del presidente Peña Nieto.
En los últimos seis meses, los padres de los 43 estudiantes, así como los estudiantes supervivientes y otros activistas, han protagonizado múltiples manifestaciones en Guerrero y en todo México exigiendo que los estudiantes fueran devueltos con vida.
Después de la masacre, el comisionado por los Derechos Humanos de las Naciones Unidas y la Comisión Interamericana de Derechos Humanos han amonestado al gobierno mexicano por sus deficiencias en este aspecto y han pedido que el caso se resuelva de forma concluyente.
En febrero, el entonces Procurador General de la República, Jesús Murillo Karam, se vio obligado a dimitir después de las duras críticas que había a raíz del caso.
Mondragón y Mendoza se habían ido a vivir juntos en 2012. El salario de Marissa, como profesora de primaria, apenas era suficiente para sobrevivir, por lo que él empezó a trabajar como guardia de seguridad en un centro comercial de la ciudad. A finales del 2013, Mendoza se dio cuenta de que estaba embarazada.
Mondragón decidió volver a la escuela el pasado febrero. Inicialmente se fijó en la Escuela Normal Rural Raúl Isidro Burgos de Ayotzinapa, en el centro del estado de Guerrero. Se trata de una escuela conocida en todo el país por su trasfondo izquierdista radical y por ser el lugar de nacimiento político de figuras como el guerrillero de los años 70 Lucio Cabañas.
“Le dije que no se fuera”, declaró Mendoza. “Le dije que la distancia nos iba a separar, pero él me decía que era muy egoísta y que no quería su superación”.
En agosto, sin haber estado nunca antes en Guerrero, y con Melisa a punto de llegar a nuestras vidas, Julio fue aceptado en Ayotzinapa y se enlistó.
“Las últimas palabras que me dijo es que él se iba a ir y que en esa escuela iba a dejar huella”, dijo Marissa.
Mantuvieron el contacto regularmente. Julio le decía a Marissa que no estaba de acuerdo con muchas de las normas que habían establecido los directores de la Escuela Normal años atrás.
“Él me llamó y me dijo que pediría su cambio (de plantel) en diciembre”, dijo Marissa. “Decía que había demasiadas sanciones”.
Durante sus últimos meses ahí, trató varias veces de escalar las hileras de la Federación de Estudiantes del consejo escolar, dijo Mendoza, y de cambiar esas normas.
“Me decía que los aventaban en algo que llaman ‘El Pozo’, un charco lleno de lodo y agua sucia donde hacían que se dieran vueltas”, aseguró Marissa a VICE News. “O si se dormían en las reuniones, hacían que se fueran a la alberca sucia llena de lama y cosas así”.
Pero Mondragón aún era estudiante de primer año, por lo que debía seguir los pasos de los estudiante mayores.
Julio y Marissa se vieron por última vez el 11 de septiembre de 2014. Él viajó al DF un fin de semana para ver por segunda vez a su hija recién nacida. El 26 de septiembre, Julio estaba entre los estudiantes de primer año destinados a la ciudad de Iguala. Iban a secuestrar más autobuses. Les habían rapado las cabezas en una especie de novatada. Marissa estuvo en contacto con Julio hasta las nueve de la noche, cuando recibió su primer mensaje alarmante.
“Sólo me dijo: ‘Te pido que cuides mucho a mi hija, que te cuides, no olvides que las amo porque probablemente me van a matar’”, dijo Mendoza, entre sollozos.
El 27 de septiembre de 2014, después de incontables mensajes y llamadas a Julio sin obtener ninguna respuesta, la joven entró a Facebook. Lo primero que vio fue la espeluznante imagen de un joven sin cara ni ojos, tirado en el suelo, con playera roja y una bufanda café.
“De inmediato pensé que era él, por las cicatrices en forma de U en su mano y por la bufanda”, dijo Marissa.
Mendoza y su madre viajaron inmediatamente a Chilpancingo, capital de Guerrero. Ahí, los compañeros supervivientes de Julio la llevaron al depósito de cadáveres donde Mendoza pidió ver el cuerpo.
“Con el simple hecho de verle los pies supe que era él”, declaró a VICE News. “Luego comenzaron a retirar la sábana y vi que no tenía cara, ni ojos. Todo su cuerpo estaba muy golpeado, muchos moretones, el más grande lo tenía en el hombro, era tan grotesco que se veía negro”.
Marissa Mendoza fue una de los familiares de los estudiantes de Ayotzinapa que se reunieron con el presidente Enrique Peña Nieto el 29 de octubre de 2014, en Los Pinos.
“Le pedimos que nos ayudara, no sólo con la desaparición de los 43, sino también a esclarecer el caso de Julio”, dijo. “Él dijo que haría todo lo posible por encontrar a los normalistas, pero de Julio no dijo nada”.
El pasado 25 de febrero de 2015, la Comisión Nacional de Seguridad de México emitió un comunicado diciendo que Luis Francisco Martínez Díaz, de 40 años de edad, un oficial de policía de Iguala, había sido arrestado por su conexión con la muerte de Julio Mondragón. Este oficial es uno de los más de cien detenidos hasta el momento después de los ataques de la policía de Iguala.
De acuerdo a las investigaciones del Gobierno —que han sido cuestionadas por parte de expertos independientes — Martínez Díaz fue responsable del cruel asesinato de Julio César Mondragón a quien le arrancaron brutalmente el rostro.
“Yo no creo que ese policía sólo sea el culpable”, dijo Marissa. “Hay más y seguramente están libres y prófugos. Aún hay mucha incertidumbre y ésta es sólo una forma de cerrar el caso”.
Marissa Mendoza tiene ahora 24 años, es madre soltera y trabaja en dos centros de enseñanza.
Estos trabajos le dan simplemente para pagar el alquiler del departamento que compartía con Julio, para comida, transporte y el cuidado de la niña. Aún no sabe qué le dirá a su hija cuando sea mayor y pregunte dónde está su padre.
Su hija Melisa tiene casi ocho meses y está a punto de dar sus primeros pasos. “Es el vivo retrato de su papá, casi igual de seria”, dijo Marissa. “No se ríe mucho, Julio tampoco lo hacía”.
A diferencia de la mayoría de las familias de fallecidos y desaparecidos, Mendoza casi no ha participado en las reuniones de los padres de los normalistas, aunque ella afirmó que se solidariza con las familias de los compañeros de Julio.
Desde entonces, la obsesión de Mendoza ha sido su hija Melisa.
“Julio siempre me pidió que cuidara mucho a nuestra ratita, así le decía a Melisa, es como una gotita de él”, dijo. “Y así lo voy a hacer”.
“Siento que el gobierno se está burlando de nuestros sentimientos, por eso a veces ya no escucho nada de lo que dicen”, afirmó Mendoza. (Este texto fue publicado originalmente en VICE News, nuestra plataforma de noticias. Sigue a Melissa del Pozo en Twitter @Melissadps).
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