COLUMNA

Reyes sexenales en México


Apolinar Castrejón Marino 


La convulsión política en que viven los mexicanos, bien puede explicarse a partir del factor Carlos Salinas de Gortari, “El hombre que quiso ser rey”, pues representa el punto más elevado del poder político, la cumbre del presidencialismo.

La ingobernabilidad, la pobreza, el predominio del crimen organizado, y otros graves problemas que nos aquejan, tienen su origen en el salinismo. Carlos Salinas estableció el modelo a seguir por todos los políticos, de todos los partidos, y aún de los intelectuales de todas las ideologías.
A todos les gusta el gobierno que se asemeja a la mafia, que todo lo controla y todo lo decide. A todos les gusta el gobernante que se parece un gánster o un “capo”, al que todos le temen, porque con solo un gesto, puede disponer de la vida y patrimonio de los ciudadanos.
El modelo Salinas de gobernante, es el de un rey plenipotenciario, ungido por su mismo inmenso poder. Lo que recuerda al emperador Napoleón Bonaparte, quien al momento de su coronación, no quiso que el Papa Pio VII le impusiera la corona, se la arrebató, y él mismo se la impuso en la cabeza.
Los historiadores han querido enderezar este acto, diciendo que  su coronación por mano propia simboliza su derecho a la corona por la voluntad del pueblo. Y aseguran que fue un mito inventado por Adolfo Thiers, político del más alto rango, e inmortalizado por el pintor Jacques-Louis David.
El modelo de gobierno de Salinas se basa en una larga lista de complicidades basado en la ley de la oligarquía “Para nosotros todo, para ellos, nada”. Tenía un diagrama, en el que figuraban los caciques de todas las regiones, junto a todos los señores del dinero, los empresarios y los “líderes naturales”. Él los había colocado o los mantenía en los puestos, y basaba su poder en su lealtad.
El 6 de julio de 1988, se realizaron las elecciones en que compitieron los candidatos Manuel J. Clouthier, Cuauhtémoc Cárdenas, Rosario Ibarra de Piedra, y Carlos Salinas de Gortari. En las primeras horas de la noche se advirtió como el ingeniero Cuauhtémoc Cárdenas iba ganando ampliamente a Carlos Salinas.
Pero como a mañosos nadie les gana a los priístas, el Secretario de Gobernación Manuel Bartlett urdió diversas estrategias. Primero salió a declarar que el mal clima estaba impidiendo recibir la información de los estados, y 2 horas más tarde de plano, que “se cayó el sistema” debido a que la información estaba llegando tumultuosamente.
Después de tan escandaloso manoseo de una elección, solo podría tomar posesión con la complicidad de elevados personajes de la política y la administración, y la debilidad de sus opositores. El dirigente del Partido Acción Nacional Luis H. Álvarez, hoy santón panista, lo apoyó públicamente asegurando que su gobierno sería “de facto”, pero gobierno al fin. 
Su más “feroz” oponente, “el inge” Cuauhtémoc Cárdenas, le tuvo miedo, y prefirió irse “por la sombrita”. Después de 27 años de tales acontecimientos, se sigue repitiendo la misma historia…con diferentes nombres: Peña Nieto manoseó la elección a su antojo; los panistas, “bien gracias”; y el “peje” resultó un gatito sin botas.
En busca de tomar fuerza como Presidente, Salinas corrió en busca de reconocimiento de gobierno norteamericano, que entonces presidía George Bush, a quien seguramente le ofreció en “bandeja de plata” nuestros recursos naturales y mano de obra, no calificada, pero barata. Del mismo modo que lo han venido haciendo todos los presidentes, desde entonces, hasta Peña Nieto. 
Salinas se rodeó de universitarios brillantes y destacados como él, que era egresado de la Universidad de Harvard. Formó su gabinete con los doctores como Pedro Aspe, Jaime Serra puche y Manuel Camacho. Tratando de equilibrar su gabinete, incorporó al maestro rural mexiquense, Carlos Hank, a Manuel Bartlett, y a Fernando Gutiérrez Barrios. Pero a su amigo más querido, casi su hijo, Luis Donaldo Colosio, le encargó la dirigencia del PRI. 
Eran una especie de Dioses del Olimpo, que desde su residencia celestial, miraban las  miserias de los mexicanos. Eran testigos de nuestra vida cotidiana, pero no les despertarían ningún interés, y nunca llegarían a entenderla. Exactamente como se conducen en la actualidad Luis Videgaray, Osorio Chong y Jesús Murillo. 
En el colmo del cinismo, Salinas “embrujaba” a las clases pobres con discursos falsos, de los cuales seguramente se reía cuando no estaba ante las cámaras, en compañía de sus colaboradores, o de su familia, oiga usted: 
“Somos pragmáticos, pero tenemos una filosofía de servir a la gente, de predicar con el trabajo, abrazar la libertad y la justicia. A esto, le llamamos liberalismo social. Hoy es más fuerte la patria, porque así debemos heredarla a nuestros hijos y a los hijos de nuestros hijos, hoy hacemos realidad la nueva grandeza mexicana”.

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