ARTICULO

Tiempos violentos 


Esteban Mendoza Ramos 
 La espina más aguda de la insurrección social provocada por la desaparición de los  43 normalistas es, sin duda, la CETEG, ese movimiento confuso, integrado por auténticas demandas de justicia, vestigios guerrilleros, resentimientos sociales y traumas incendiarios, cuya expresión recurrente es la violencia destructiva y sistemática. 

Por desgracia para todos, esta actitud no resuelve para nada el problema primordial, que no es otro que la aparición con vida de los muchachos ausentes, aún peor, desvía la atención pública hacia estos sucesos agresivos, porque confunden a los ciudadanos del resto de la república, que no logran entender cómo es que se pretende encontrar a los normalistas entre las cenizas de los vehículos quemados, detrás de los cristales rotos o en las sedes de los partidos políticos, a donde penetran con furia criminal.
El comportamiento de la CETEG de ahora es exactamente igual al del año pasado, cuando luchaban con todo en contra de la reforma educativa, entonces recién aprobada. La duda cabe ¿no será la misma causa de fondo y que la desaparición de los normalistas sea sólo un buen pretexto? Porque quienes realmente están preocupados por la suerte de los estudiantes de Ayotzinapa que fueron capturados por la policía municipal de Iguala, andan allá en la región buscándolos, en cambio los maestros cetegistas y sus aliados subversivos fueron simplemente a dejar su huella de destrucción a esa ciudad del norte del estado.
Me pongo en el papel de cualquiera de los padres de los jóvenes desaparecidos y jamás se me ocurriría en estos momentos recurrir a la violencia contra inmuebles para recuperar a mi hijo. El dolor y la incertidumbre es tan grande, que mi camino sería la lucha pacífica, la oración, la exigencia firme a las autoridades, pero no tendría energía ni el ánimo suficientes para quemar carros o romper vidrios. Eso es otra cosa, eso persigue otros fines, muy distantes de los anhelos de justicia que todo el pueblo de México reclama para los normalistas desaparecidos.
Es normal, aunque no ético ni legal, que los acontecimientos trágicos sirvan como escudo para todo tipo de grupos y acciones contrarias a la justicia. Es el caso de la CETEG. Ellos luego, luego se frotaron las manos, prepararon sus casas de campaña, desempolvaron el anafre y se pusieron en caravana rumbo al zócalo de Chilpancingo. Ahí están como paladines de la justicia, saqueando comercios, bloqueando carreteras, con la tea encendida para que a la menor provocación se aprestan a usarla en contra de los molinos de viento.
Una generación de líderes de la CETEG ya anda disfrutando del producto de las llamaradas que provocaron el 2013. ¿Dónde están Minervino Morán y Juárez Ocampo? Esos dirigentes radicales que muy pronto se acostumbraron a utilizar los lujos y las ventajas del Estado burgués. Hoy tenemos una nueva generación de próceres cetegistas bien dispuestos a negociar, con la ventaja que proporciona una crisis social como la actual. La cosa urge, porque se acercan ya las vacaciones, y eso si es un asunto sagrado, con aguinaldo, prima vacacional y algún otro apoyo económico incluido. Lo veremos muy pronto.
La tarea de la sociedad es marcar una línea bien definida entre la auténtica exigencia de justicia de padres y familiares de las víctimas de José Luis Abarca, los días 26 y 27 en Iguala. Hacer que el gobierno escuche a todas esas voces que han salido a las calles del país y del mundo ha criticar el descuido de las instituciones nacionales para proteger la vida de los mexicanos, preocupados por sus reformas estructurales y sus indicadores macroeconómicos. Y al mismo tiempo rechazar toda manifestación de violencia, toda intención de acabar con lo poco que queda de la patria.

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