ARTICULO

En memoria de
nuestros muertos



Cesar González Guerrero


Con mis mejores deseos para un Guerrero en paz y armonía. 
Si alguna riqueza tenemos los mexicanos y desde luego los guerrerenses, costachiquenses y copaltecos, es la riqueza espiritual que se denomina costumbre, tradición y cultura popular. Es algo que va más allá de lo material y de lo comercial. Es una actitud de respeto a nuestros antepasados, a nuestros mayores que nos han enseñado estos valores, es la herencia que jamás debemos olvidar.
Los días 1 y 2 de noviembre, fechas que están grabadas en la memoria de cada uno de los seres humanos, al menos en México, están registradas desde hace más de 3 mil años, desde el México antiguo, en la era prehispánica, mejor conocida como región Mesoamérica.

Son fechas, días y noches, para recordar a nuestros seres queridos, inclusive a los amigos y, en algunos casos tal vez, hasta los posibles adversarios, no enemigos. Se reúnen familias enteras, tanto en los domicilios particulares como en el panteón, lugares propicios para hacer todo el ritual que se merecen los fieles difuntos. Desde luego, no faltan las ceremonias religiosas en templos, iglesias, parroquias, capillas y catedrales, en donde realizan misas y se ora por su eterno descanso, por la paz y tranquilidad en su eterna morada.
En lo personal, por causas de fuerza mayor, en esta ocasión cumplimos el protocolo en la ciudad de México, precisamente en el altar mayor que fue instalado en la Plaza de la Constitución, en donde honramos a mi madre Cohinta Guerrero Aparicio y mi padre Santa Cruz González Cortés, en la página de internet denominada “Todas las ofrendas de México”. 
Posteriormente, ya en la noche, visitando el cementerio de Mixquic, en donde también rogamos por ellos, en compañía de mi familia, Dora, Doris Iliana, César, Cecilia, Braulio César, Victoria y Fabio César, incluida mi hija Gunhild (Yunel) y su pequeño Valther (El Torito) que, coincidentemente, nos visitaron desde Noruega y la acompañamos en la presentación de su Película (documental) “Las optimistas”, en el IX Festival de Cine Documental Internacional y que, afortunadamente, logró ser premiada. Cabe mencionar que en este documental, de manera muy especial, se utiliza como fondo musical el excelente ritmo del Poquilin, interpretado por el internacional grupo Copallys. Ya habrá manera de proyectarla en alguna pantalla aquí en Guerrero y, posiblemente, en la Costa Chica.
Regresando al tema de nuestros difuntos, en esta ocasión vino a mi memoria, una serie de recuerdos que, en mi niñez, disfrutamos al lado de nuestros padres y hermanos, desde ir a cortar las flores de cempachuchitl, instalar el altar, con sus respectivas velas y veladoras, sin faltar las ofrendas del mole pipián, los tamales nejos, el arroz de leche, y todo aquello que gustaba a nuestros difuntos, niños y adultos. Fue una gran enseñanza que continuamos cumpliendo con nuestros hijos y nietos.
También recuerdo que, mi madre, y creo que en  todos los hogares, colocaba velas a casi todos los muertos de la familia, cercana y no muy cercana. En ese tiempo mínimo colocaba 20, de las que recuerdo, a mis abuelos Francisco Aparicio y Gaudencio González, mis abuelas Petra Guerrero y Eustacia Cortés, mi tía abuela Amada Guerrero, a mi Abuela Carlota Cortés, a sus tíos Amancio, sus tías Sofía, Rosa y Refugia Guerrero,  mi tío Daniel Guerrero y Feliciana Rodríguez, a mi hermana Delta Remedios, su sobrino Honorio Guerrero, Sobrina Leopoldina y sobrino Oscar Guerrero, su hijo adoptivo Odilón Anastasio, etcétera.
Obviamente, estas fechas también se significaban, aparte del fervor religioso, por “compartir” los alimentos ya mencionados. Trasladarnos a Copala,  desde la ciudad de Acapulco o de la Ciudad de México, en donde estudiábamos la Secundaria o los estudios Medio Superior y Superior, en estos días se consideraba como una obligación moral que, en muchos años, cumplimos cabalmente, sin escatimar recursos económicos que, de por sí, eran muy escasos.
Como olvidar aquéllos momentos en los cuales, mi madre, nos reunía alrededor del altar, y nos señalaba a quien estaban destinadas cada vela y cada veladora, desde luego, con la intención de que no se olvidara a nadie de los difuntos grandes, repitiendo sus nombres con los que se les conocía: papa chico, papa dencho, mama petra, papa mancho, papa nengo, papa noyo, ma rosa, ma Sofía, ma luya, tía carlota, tía amada, mama chana, y el tío que siempre menciono como “chumbio”, etc, etc.
Tampoco puedo olvidar como, al visitar a nuestros muertos en el panteón de Copala, al pasar por las tumbas, se detenía y nos decía quien estaba sepultado, con el propósito de que, con el paso del tiempo  no “perdiéramos” su ubicación.  No faltaba el comentario acerca de alguien que conoció en vida, expresando con mucho sentimiento frases como: “aquí está enterrado fulano de tal”, y en alguna ocasión le colocaba algún ramo de flores, demostrando su tristeza y contagiándonos de su pesar. Son valores inolvidables.
Ahora, después de sus enseñanzas, no me queda más que decirle a mi madre, Cohinta Guerrero Aparicio, gracias por esta gran herencia.  Descansen en paz todos nuestros fieles difuntos.

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