PRIMERA PLANA
Ruiz Massieu.El crimen perfecto
Carlos Puig/Nexos
(Segunda Parte)
Hijo del doctor Armando Ruiz Quintanilla y de la escritora María del Refugio Massieu Helguera, José Francisco nació en Acapulco el 22 de julio de 1946. Como todo el que en ese entonces aspiraba a ser político estudió en la Facultad de Derecho de la Universidad Nacional Autónoma de México. Después obtuvo una especialidad en ciencias políticas, en la University of Essex, de Inglaterra. Se afilió al PRI desde 1967. Había sido secretario particular del subdirector general jurídico del Instituto Mexicano del Seguro Social; ocupó diversos cargos en el Instituto del Fondo Nacional para la Vivienda de los Trabajadores (Infonavit); direct
or general de Asuntos Jurídicos de la Secretaría de Salubridad y Asistencia; secretario general de Gobierno de Guerrero, y subsecretario de Planeación en la entonces Secretaría de Salubridad y Asistencia, de 1983 a 1986, cuando fue destapado para la gubernatura de su estado natal.
Tenía 24 años de edad cuando ya casado con Adriana Margarita Salinas de Gortari, hermana de quien fuera presidente de México, constituyó la asociación civil Política y Profesión Revolucionaria, el 26 de marzo de 1971, con Carlos Salinas de Gortari, Emilio Lozoya y Manuel Camacho Solís.
Con Adriana Salinas tuvo dos hijas: Daniela, académica del ITAM, y Claudia, hoy secretaria de Turismo. Ruiz Massieu se casó en segundas nupcias con Fernanda Riveroll Sánchez.
Amante de los libros, los coleccionaba, los leía y los regalaba. Escribió algunos: Régimen jurídico de las empresas multinacionales en América Latina (1974); Nueva administración pública federal (1977); Empresa pública (1980); Estudios jurídicos sobre la administración pública (1981); Estudios de derecho político de estados y municipios (1986), e Ideas a tiempo (1990).
Le gustaba usar el adjetivo “dinosaurios” para sus compañeros de partido y si no lo inventó fue un usuario frecuente del término liberalismo social para eso que se había construido en el sexenio de su amigo y ex cuñado.
Decía Carlos Castillo Peraza, quien fuera su amigo, que Ruiz Massieu aunque era un hombre del sistema, “comprendió que éste debía cambiar. Por su propia experiencia y su sentido de la realidad mexicana, no veía posible que este cambio fuera súbito sino que tenía que ser meditado, organizado, programado y ejecutado con sus plazos y sus ritmos”. Castillo Peraza le dijo hace 20 años a Proceso que estaba seguro que Ruiz Massieu “quería modernizar al PRI. Quería su separación del Estado y el gobierno; quería que fuera un partido político más que compitiera en condiciones equitativas. Señalaba que esto no podía darse de inmediato, pero que a esto había que tender, y eso habría que propiciar e impulsar. Él era un hombre estudioso de las transiciones políticas, incluso había escrito textos sobre estos tópicos. Hay un trabajo suyo en que analiza y compara las transiciones española y chilena para ver cuáles son los caminos posibles de la transición mexicana”.
El grupo de sicarios que mató a Ruiz Massieu lo había intentado dos veces antes. Primero una mañana en el University Club al final de un desayuno al que el guerrerense nunca llegó, y después, una tarde frente al hotel Casablanca pero Ruiz Massieu salió caminando rodeado de colaboradores y policías.
La oportunidad llegaría la mañana del 28 de septiembre.
El líder de la operación era Fernando Rodríguez González, secretario técnico de la Comisión de Recursos Hidráulicos de la Cámara de Diputados al que su compadre, el diputado tamaulipeco Manuel Muñoz Rocha, había pagado un millón de nuevos pesos. Fernando había reclutado a su hermano, Jorge, quien a su vez había contratado a Daniel Aguilar Treviño y Carlos Cantú Narváez, tamaulipecos cuidadores de caballos en el rancho El Corralillo, propiedad de Abraham Rubio Canales a quien Ruiz Massieu metiera a la cárcel en Guerrero por un fraude de más de siete millones de dólares.
En el complot también estuvieron la pareja de Fernando, María Eugenia Ramírez Arauz, sus hermanos Roberto Ángel y Jesús, y su cuñado Anthony Dorrego quien por cierto trabajaba en CEPROPIE. Todos se reunieron en casa de Fernando y María Eugenia, y la última noche Aguilar y Narváez durmieron en el hotel Puebla, de la colonia Roma. Jorge compró las armas, también en Tamaulipas. Una subametralladora, un AK-47 y una escuadra.
Todos coinciden en que fue hasta la noche del 27 cuando una llamada de Muñoz Rocha a Fernando les indicó que la mañana siguiente estaría Ruiz Massieu en un desayuno con la FNOC.
El periodista Ramón Márquez reconstruyó el crimen en una joya del periodismo policiaco.
De él son los siguientes párrafos.
28 de septiembre
9:15 horas.
Camina de prisa Ruiz Massieu hacia su cita con la muerte.
A tranco veloz le acompaña un pequeño grupo: Mariano Palacios, Natividad González Parás y Alfredo Morales. En el elevador se topan con un agitado Heriberto Galindo, a quien Ruiz Massieu y Palacios hacen víctima de la broma: “¡Llegaste tarde!… Te estuvimos esperando porque hay cosas importantes que platicar… Como no llegaste, tuvimos que nombrar coordinadora a Rosario Guerra”. Ofrece disculpas Galindo y, como González Parás, pide a Ruiz Massieu unos momentos para conversar. Dice el líder al segundo: “Tengo prisa. Voy al IFE. Ve como a las 12 y allí hablamos”. Y a Heriberto: “Vente conmigo en el coche”.
En el amplio vestíbulo de la FNOC, de enormes mosaicos de mármol color crema, se producen los encuentros casuales, las charlas al paso, los apretones de mano. Se forman numerosos grupúsculos. Por fin dice Ruiz Massieu a Mariano Palacios: “Ya, ya aquí nos despedimos. Regresa a atender a tus demás invitados”.
Se abrazan afectuosamente en el adiós…
Ruiz Massieu no deja de hablar, de dar indicaciones mientras camina con los futuros diputados Carlos Reta, Ana María Licona y Roberto Ortega Lomelí —subsecretario del CEN del partido—, a quien pide le acompañe en su auto, con Heriberto Galindo.
Cruza la calle el secretario priista. No puede darse cuenta de que, frente al edificio del FNOC, un sujeto vestido con jeans y tenis hace una discreta seña a otro que viste en forma similar a la suya, quien finge leer el periódico y que asiente con ligero movimiento de cabeza; “es él”, se dicen con la mirada. En breves instantes, el segundo de ellos ingresará a la historia nacional como un magnicida. Ruiz Massieu decide conducir su automóvil y ordena al chofer Juan Cabrera: “Maneja el coche de Roberto”. Pasa por la parte trasera del Buick Century plateado, abre la portezuela del conductor y se quita el saco. Está de espaldas al hombre que le quitará la vida. Antes de subir al automóvil, indica a Heriberto que ocupe el asiento del copiloto. Ortega Lomelí viajará en la parte trasera.
La secretaria Isabel Plancarte observa que en el boleto del estacionamiento donde dejó su vehículo, el reloj checador inscribe: 9:28. Sale del estacionamiento y camina por la calle de Lafragua.
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