PRIMERA PLANA
Ruiz Massieu. El crimen perfecto
Carlos Puig/Nexos hoy
(Séptima Parte)
A la distancia, el relato de lo que llevó a la Procuraduría a la osamenta de El Encanto parece de locos. En su momento fue contado con absoluta seriedad como una tragedia macabra que colmó nuestras primeras planas.
Un informante anónimo —después se sabría que se trataba de un tal Ramiro Aguilar Lucero— había hecho llegar a la señora Francisca Zetina, La Paca, de profesión “médium” y amiga de una de las amantes de Raúl, una narración de cómo había sido testigo de que el 30 de septiembre de 1994, dos días después del asesinato de Ruiz Massieu, Raúl Salinas de Gortari había matado a batazos a Manuel Muñoz Rocha en una casa de Paseo de la Reforma en Las Lomas. Es más, Aguilar Lucero le había hecho un croquis a la “médium” para poder llegar a donde después del asesinato, Raúl y sus cómplices, habían llevado a enterrar el cuerpo.
Hasta Pablo Chapa Bezanilla supo que el cuento parecía tan inverosímil que tuvo que apuntalarlo con un testimonio de otra calidad: un teniente coronel del Estado Mayor Presidencial y miembro del cuerpo de seguridad del hermano de ex presidente.
El teniente coronel Chávez Ramírez confesó el 14 de octubre de 1996 que, por instrucciones de Raúl, cubriéndose las manos con unos calcetines, condujo el Jetta en que se vio por última vez a Muñoz Rocha, para dejarlo abandonado en la calle de Palo Santo, a unas cuantas cuadras del deportivo del Estado Mayor. También declaró que Justo Ceja, secretario particular del presidente de la República, había estado involucrado en la desaparición de las huellas del asesinato y entierro de Muñoz Rocha.
El 22 de octubre la PGR ejercitó acción penal contra Chávez Ramírez, bajo el cargo de encubrimiento de homicidio, pero el Juzgado Tercero de Distrito en Materia Penal se declaró incompetente y trasladó el caso al fuero militar. El día 25, en la Procuraduría General de Justicia Militar, Chávez Ramírez ratificó su declaración del 14 ante el Ministerio Público federal. Al momento de ser aprehendido por encubrimiento —cuya pena va de tres meses a tres años de cárcel y multa de 15 a 60 días—, el ex jefe de seguridad de Raúl Salinas de Gortari formaba parte del Estado Mayor de la Secretaría de la Defensa, adscrito a la Policía Judicial Militar.
Chávez Ramírez, anteriormente, había declarado dos veces ante autoridades judiciales y se le había olvidado mencionar todo esto. ¿Por qué? Por temor a los Salinas, dijo, que además, según él, habían tenido el buen gusto de agradecer su silencio con una beca en Londres para estudiar inglés.
El militar mexicano agregó en su declaración esta narración:
“Chávez Ramírez recordó que el 26 de septiembre de 1995 él y los otros dos militares, con Justo Ceja —acompañado de una dama de aproximadamente 24 años y sin recordar su nombre—, viajaron a la ciudad de Montreal, haciendo una escala en la ciudad de Toronto, llegando al otro día por la mañana, en donde los estaba esperando el teniente Rojas Guzmán, ayudante del licenciado Carlos Salinas de Gortari. Al mediodía del 27 de septiembre, en el vestíbulo del hotel Versalles, los militares becados vieron llegar a Carlos Salinas de Gortari, quien los saludó, ya que previamente el licenciado Justo Ceja les informó que iba a llegar al hotel, por lo cual ya lo estaban esperando, saludando a todos de mano, y que al momento en que saludó al dicente le manifestó: ‘le agradezco la lealtad a mi hermano’, y enseguida los invitó para cenar en la noche, la cual se llevó a cabo en un restaurante de comida japonesa, sin recordar el nombre, y ahí les comentó sobre la preocupación que sentía por lo que estaba pasando en el país, y además les preguntó a cada uno por sus familias.
”Después, los invitó a tomar únicamente una cerveza, tardando en este lugar aproximadamente una hora con treinta minutos, para proceder a retirarse de dicho lugar, en compañía del licenciado Justo Ceja y del teniente Rojas Guzmán…
”Al día siguiente, Justo Ceja les pidió que bajaran al vestíbulo del hotel al filo de las dos de la tarde, y llegó Carlos Salinas, los volvió a saludar y posteriormente les hizo entrega de un sobre, el cual contenía la cantidad de cinco mil dólares americanos, haciéndonos hincapié que era para sufragar sus gastos durante su estancia en Inglaterra, ya que no llevaban dinero para dichos gastos, que esto fue el día 28 de septiembre de 1995. Se despide y se retira, no sin antes decirles que le echaran ganas al curso, ya que les serviría para su carrera militar”.
Así es: la Procuraduría General de la República le dijo a un juez que el ex presidente de México personalmente había premiado a militares mexicanos por encubrir un asesinato cometido por su hermano.
El 2 de diciembre de 1996, cuando de Estados Unidos, donde se hizo un peritaje, llegaron las primeras noticias de que la osamenta hallada en El Encanto no era la de Muñoz Rocha, Ernesto Zedillo decidió pedir la renuncia de Antonio Lozano y el resto de su equipo, incluido, por supuesto, el fiscal Pablo Chapa Bezanilla.
El 31 de enero de 1997 la Procuraduría del Distrito Federal informó que después de peritajes e investigaciones había determinado que los restos encontrados habían sido puestos ahí unos días antes por el yerno de Francisca Zetina, La Paca, y eran los de su padre. Es decir, el consuegro de la “médium”. La Paca, el yerno y el autor de aquel anónimo todos terminaron en la cárcel. Todos, también, habían recibido dinero de la Procuraduría General de la República por su colaboración en la investigación. Eventualmente, Chapa Bezanilla también iría a la cárcel acusado de haber planeado con Zetina el espectáculo de El Encanto.
Si Muñoz Rocha no era el de El Encanto ¿dónde estaba el diputado?
Versiones hay tantas como declarantes, y la verdad es que no se sabe de él desde el día del asesinato.
Tal vez la más verosímil sea la que cuentan su hermana Magdalena y su sobrino Carlos, que lo recibieron en su casa de Coyoacán la noche del asesinato.
“Carlos Alberto recuerda que al abrir la puerta se percató que era su tío Manuel que llevaba una bolsa de color negro, de piel, de 30 centímetros de altura por 20 de ancho y de grosor 10 centímetros, y la cual llevaba colgada al hombro, y al entrar dejó esa bolsa en la mesa del comedor, y pasó al baño…
”Al sobrino le llamó la atención que el tío estuviera despeinado, se mostrara un poco apresurado, y que le apreció un poco afligido en su rostro y se le notaba preocupación. Tan pronto salió del baño, Manuel Muñoz Rocha subió a la recámara de Magdalena, quien se dio cuenta de que su hermano se notaba muy cansado y tenso, por lo que la declarante le preguntó qué le pasaba, dado el aspecto que presentaba, apreciando también que el mismo vestía de manera informal, recordando que llevaba puestos una chamarra de piel color negro, con pantalón negro, camisa al parecer de color vino, lo cual no era común en su hermano. Manuel pidió a Magdalena que no le preguntara, porque ni él mismo sabía nada, excepto que a su compadre Fernando (Rodríguez González) le habían desbaratado su casa, y que frente a la de Manuel estaban unos tipos, al parecer vigilándolo. También le dijo esa noche que ya se había comunicado con el tocayito, refiriéndose al doctor Manuel Espinosa Milo, de Pachuca, Hidalgo, con quien se dirigía y ya había quedado de verse”.
A eso de la una de la mañana del día 29 Muñoz Rocha salió de casa de su hermana. En la cocina dejó una maleta negra.
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