COLUMNA

Cosmos

Héctor Contreras Organista

Te lo digo a ti, mi hija: Entiéndelo tú, mi nuera
El gran mérito que tiene el hombre de valía es aquel que aspira a conquistar las cumbres más elevadas de la vida, ignorando cómo le va a hacer para lograrlo, pero en su fuero interno sabe que esa es su meta y día a día, contra viento y marea, así pasen muchos años, tiene que ir dando atrás de un paso, otro. Lo importante es avanzar.

Este párrafo me recuerda a aquel viajero que le preguntó a Sócrates: “Señor, ¿cómo le hago para llegar al monte del Olimpo? Le contestó el sabio: “Fíjate que cada paso que des, vaya en esa dirección”. ¿Eso es todo? Diríase que sí, basta sólo con dar un paso atrás de otro sin parar para llegar a la meta, pero resulta que el camino al éxito requiere de otro elemento valioso: La Constancia.
Cierta ocasión le escuché a mi padre estas palabras: “Los triunfadores nunca se rindieron; los que se rinden, nunca triunfan”.
Por otro lado, don Renato Leduc se hizo célebre y escribió su nombre con letras de oro en la literatura universal con su poema: “Tiempo”:… Sabia virtud de conocer el tiempo, a tiempo amar y desatarse a tiempo; como dice el refrán, dar tiempo al tiempo que de amor y dolor alivia el tiempo. 
Los triunfadores, desde edad temprana, se abren paso en la vida para no quedarse en el pantano, ni en el arroyo, ni en la indiferencia social, ni se amilanan cuando la adversidad no les permite salir de los abrojos: Siguen, caminan, marchan, avanzan con paso orgulloso y firme y con la mirada al frente. Su sonrisa es sincera y quienes temen al triunfo, al éxito, los ven pasar y les aplauden, pero no van con ellos porque el Olimpo se hizo para los dioses.
El decálogo de los siglos plantea ideas que si se respetan consolidan los propósitos de Moisés. La Constitución ofrece señales por dónde se debe caminar con vientos venturosos.  El dominio de los Pecados Capitales, que originalmente fueron ocho, hasta que el 7 fue dado por el Papa Gregorio (540-604), equilibran al hombre y lo sensibilizan, mientras que jamás debe olvidarse al hombre que le ponían al lado al gran César cuando en Roma observaba orgulloso la llegada de sus ejércitos conquistadores. Aquel sujeto, en voz baja y próximo a él le repetía: “¡Recuerda que eres mortal!”.
Nadie puede bailar un difícil son calentano de Guerrero sino ha bailado con la tarima de Tixtla o la chilena costeña. ¡Recuerda que eres mortal!
La temeridad en algunos políticos es la misma que la de Luzbel, cuando decía: “¿Quién como yo?”. Así aquí: algunos apaches danzantes de la política afirman con soberbia, retando a Dios: “Para el año que viene voy a hacer esto”. ¿A quién le comprarían el boleto para vivir hasta el año que viene? A veces, del plato a la boca se cae la Pizza. Si tienes corazón para ser político, usa el cerebro para ser hombre… ¡Humanízate! ¡No olvides que eres mortal, de carne y hueso, nada más!
A 57 años de la muerte de José Agustín Ramírez, hoy 12 de septiembre
Hace 57 años (12 de septiembre de 1957) murió el más grande de los compositores guerrerenses en la ciudad de México. Fue autor de las más hermosas canciones que alguien le haya compuesto al estado de Guerrero. Destacan por su belleza: Acapulqueña, Tlapuehuela, Linaloe, Camino de Chilpancingo, Por los Caminos del Sur, Los Cuernitos de la Luna, Atoyac, La Callejera, Ometepec, El Toro Rabón y muchas más, entre ellas Himnos, Boleros como “Al regresar a tus brazos”.
El profesor José Agustín Ramírez, a pesar de su estrella luminosa en la música, en la composición y en la educación, fue siempre un hombre sencillo y diríase que hasta humilde. El término exacto es: Bohemio. Formó parte del trío “Tamaulipeco” donde estaban Esperón y Cortazar y llegó a decirse en una época que fue autor de la hermosa canción “María Helena”, dedicada a una joven poblana pero que se la obsequió a Lorenzo Barcelata.
Por sí o por no poco importa el detalle porque el maestro Ramírez es el más encumbrado de entre los muchos y muy valiosos autores guerrerenses. 
Sus canciones van siempre en primer lugar cuando de cantar al estado de Guerrero se trata, exaltando sus bellezas, el amor por la mujer suriana, por la reflexión de que estamos de paso por este mundo y así lo plasmó con mucho sentimiento en “La vida se nos va” o en su cantar subline “La Callejera”. “Quisiera ser la brisa acariciante, que llegara tus sientes a besar, y en tus rizadas crenchas de azabache un rayo de la luna contemplar”.
Cuando murió, el orador inimitable Juan Pablo Leyva y Córdoba, en el panteón de Acapulco le dio el adiós a nombre del pueblo y del gobierno estatal y el maestro Fierro, el gran poeta de Atoyac le compuso el corrido: “Se murió Agustín Ramírez, nuestro gran compositor, un día 12 de septiembre el Señor se lo llevó”.
Sí, físicamente se lo llevó, pero las canciones de don José Agustín Ramírez Altamirano viven en el corazón del pueblo. Jamás ningún ritmo o moda musical ha podido opacarlas y mucho menos que se dejen de cantar en las voces de las nuevas generaciones de guerrerenses.
José Agustín Ramírez, el más grande entre los grandes compositores del sur supo sembrar su cariño en el noble sentimiento del pueblo y hoy modestamente lo recordamos con profundo cariño por ser quien fue y porque le dio identidad con su música al estado de Guerrero. A nosotros. 
Fernando Rosas y el Dueto Caleta fueron sus mejores intérpretes.
José Agustín Ramírez vive en el corazón de quienes amamos a nuestro estado.
¡Gloria al Maestro José Agustín Ramírez!

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