COLUMNA
Cosmos
Héctor Contreras Organista
NIKITA
El buen amigo Juan Antonio Guevara Campillo, más conocido por su apodo de “Nikita” que por su nombre de pila, me ha dispensando (perdón por hablar en primera persona) desde hace muchos años con su fina y refinada amistad, extendida muy cordial y respetuosamente en su esposa, hijas y yernos de quienes gozo atenciones inmerecidas.
El viernes 19 de septiembre de 2014, me obsequió un importante comentario (que agradezco de corazón) en su página “Deportes” que publica en Diario de Guerrero, anexando a su escrito una fotografía antigua del autor de estas líneas, que por cierto tomó de la ficha bibliográfica que aparece en la Enciclopedia Guerrerense, debido a la amabilidad y generosidad del maestro don Hermilo Castorena Noriega, fotografía, o en todo caso, jetografía que data de varios años atrás, cuando la senectud estaba todavía lejos: “Dios perdona, el tiempo no”.
La estimación recíproca con el buen amigo Nikita como con otros muy apreciados y queridos amigos con quienes como con Nikita me liga una gran amistad que se siente y se disfruta, a estas alturas de la vida constituye un aliento, un decir: ¡Aquí estoy, soy tu amigo, vamos en el mismo barco!, y eso, en cualquier idioma se llama amistad, alimento básico, primordial y prioritario para que cada que Dios amanece se tenga aún la oportunidad de decir: ¡Gracias, Señor, por darme lo que tengo: Vida y vivir agradecido hablándole a un amigo de este, mi despertar!
De Nikita siempre, siempre, siempre se puede esperar lo positivo por una muy sencilla razón: él es así: Generoso, atento, muy respetuoso, trabajador, ordenado, entusiasta, bromista, hombre de indudable recio carácter que se necesita para alcanzar a figurar en la vida como un hombre exitoso y él lo ha logrado todo, pero, cosa extraña: No para él, sino para la comunidad guerrerense, para los niños y los jóvenes principalmente a quienes ha dedicado las mejores horas de su vida construyendo una catedral cuyo altar es el deporte, y eso precisamente, dibujando tal cual es el mundo, le ha acarreado a lo largo de su actividad inquebrantable, críticas, rechazos, adversidad, malas caras, jetas, incomprensiones y todo ¿por qué? ¡Por envidia! Pura y muy tonta envidia de parte de quienes observan su paso, el paso que lleva la energía suficiente para servir a los demás.
Y eso me recuerda al mítico Gaucho:
“A naiden tengáis envidia,
que es un muy triste el envidiar,
cuando veas a otro ganar
a estorbarle no te metas;
cada lechón en su teta
es el modo de mamar”.
Y es así como “Nikita” ha conducido su vida por sus muchos años de quehacer para satisfacción propia y particularmente de su querida familia, en especial de su respetable esposa a hijas.
Y ya cuando su pelo pinta algunas canas y las otras envidiosas de este mundo que se llaman enfermedades lo han querido doblegar, “Nikita”, puesto de pie dijo la tarde del 20 de septiembre de 2014, en “Galerías”, al sur de la ciudad: “Es el reconocimiento 177 que recibo”, se lo dijo con cortesía, amabilidad, gratitud y las atenciones que merece una gran mujer, doña Ofelia Ávila Pantaleón quien con su muy disciplinado equipo de Wushu Saholín y tras una fantástica exhibición de artes marciales de su escuela “Dragón Rojo”, entregó un reconocimiento al impulsor número uno del deporte en Guerrero: ¡Nikita!, y todo porque este hombre no para, en todo está y, al parecer, menos en misa, pero siempre apoyando, impulsando el deporte. Y ahí estuvo su familia.
Ahora que viene otra vez el mes de octubre y que en sus días finales se rememora la creación del estado de Guerrero por don Juan Álvarez y que se reparten reconocimientos por la valía a destacados guerrerenses, uno se pregunta: ¿Y a Nikita, cuándo?
Pero, pues, no. A él todavía no le toca un reconocimiento porque no es cuate del gobernador. Sabido es que en su mayoría los premios de octubre se reparten a los amiguitos del gobernador o a las personas que eligen los funcionarios organizadores del evento, a ellos sí, pero a los guerrerenses que de verdad se han partido el alma toda la vida como Juan Antonio, sirviendo al pueblo de Guerrero ¿cuándo?
Y qué bueno que no le den nada, porque a veces (dije: a veces) hasta es un insulto que tal o cual gobernante le dé un premio a algún personaje distinguido. Muchos (dije: muchos) gobernantes no están a la altura de nada. El que ellos (sin merecimientos con soportes morales, por ejemplo) los gobernantes otorguen un premio a alguien y sea el gobernante quien no tenga el respaldo moral para otorgar premios, viene siendo la peor de las groserías. Al menos Nikita, suponemos, no sería capaz de recibir un homenaje de quienes moralmente no le llegan ni a la suela de los zapatos.
Por eso, en lugar de “premios” o “reconocimientos” donde el que se para la cola es el gobernador y sus macuarros personeros y lambiscones lamesuelas, es preferible y muy saludable recibir reconocimientos como el 177 que le dio la escuela de Artes Marciales hace unas horas al gran Nikita. Le hicieron ese reconocimiento porque se lo merece y lo merece porque apoya desinteresadamente al deporte y se lo dieron frente a un público que está muy ligado al deporte.
Juan Antonio Guevara Campillo es una institución en el deporte. Para llegar a lograr ese prestigioso título, hay que partirse el alma trabajando años, desvelándose, desmañanándose, estudiando, haciendo, creando, redactando, promoviendo, viajando y lo más grave: muchas veces tener que cancelar convivencias con la familia para dar paso al trabajo. Pero ese es el sacrificio de los hombres como Juan Antonio que muy poca gente comprende o entiende. Los éxitos no bajan del cielo ni se dan por ociosidad y mucho menos por holganza. Simple y sencillamente hay que trabajar, pero eso, quienes menos lo entienden son los mediocres, los flojos, los perversos, los que sin sacrifico alguno quisieran que Nikita fuera su chalán o tenerlo a su servicio. Tontos.
Hace no mucho, Nikita estuvo internado en el hospital y con atención médica especializada. Todos sus amigos nos mantenemos preocupados por su salud. Ya dio lo que tenía que dar, lo dio todo. Se lo hemos dicho y le hemos pedido que le baje un poco al ritmo trabajo. Ojalá que nos haga caso.
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