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Héctor Contreras Organista


 Don Roberto Calleja Garibay
Hace unos días saludé en una de las amplias, limpias, bien alumbradas y muy bien pavimentadas calles de Chilpancingo, con banquetas amplias como las de Nueva York, a un buen amigo originario de la costa de Guerrero quien me informó que el 26 de marzo pasado en Cuernavaca falleció don Roberto Calleja Garibay (3 de abril de 1931, Mazamitla, Jalisco). El cáncer se lo llevó.
En efecto, hace tiempo corrió el rumor del fallecimiento del buen hombre don Roberto quien llegó a Guerrero, proveniente del estado de Jalisco (Mazamitla) cuando se instaló la presa hidroeléctrica de Colotlipa, en 1945 o 1946, aproximadamente. 

Allá trabajó con su cuñado, don Ignacio Álvarez Torres (Igalto), un gran señor papá de aquellos muchachos que fueron conocidos en Chilpancingo como “Los Calleja”, que era el segundo de sus apellidos y no como Álvarez, que era el apellido de su señor padre, don Nachito.
Hasta donde se sabe, don Roberto Calleja, después de trabajar por algunos años en una empresa para la Comisión Federal de Electricidad en Colotlipa, se instaló en El Ocotito donde estableció una muy activa y bien surtida tienda de abarrotes que atendía con su esposa.
Esa tienda era el corazón comercial de la bella población de Ocotito, una de las más pobladas del municipio de Chilpancingo y a ella llegaban a realizar sus compras habitantes de la sierra y pueblos circunvecinos.
Don Roberto, que era un hombre de respetable estatura, flaco, amable a más no poder y muy activo porque a todo le encontraba solución inmediata, particularmente si era para atender a la clientela, empezó a hacerse muy popular en la región, respetado y querido por todos y su peculiaridad es que fue muy desprendido, generoso y humilde.
Por la amistad con sus familiares, particularmente con sus sobrinos los Calleja, hubo la oportunidad de conocerlo, de tratarlo y él de platicarnos de su tierra jalisciense y de cómo comenzó a juntar monedas antiguas en el fondo de un riachuelo que pasaba por el pueblo.
Juntó muchas y las conservó. Ya en su tienda de El Ocotito llegaban los agentes viajeros y le pedían que si los clientes les dejaban monedas antiguas, que se las apartara, y ellos las comprarían. 
Pero don Roberto, que, en efecto ya tenía esa afición, comenzó a reunir monedas antiguas y billetes de otras épocas que le llevaban los clientes, de tal suerte que logró hacer una colección numismática muy importante al grado de llegar a ser una de las más completas de América Latina.
Dejó El Ocotito, trasladó su tienda a Tierra Colorada donde comercialmente subió y durante algunos años fue el comerciante más importante de la región. Él seguía con su desprendimiento a favor de la gente humilde pero también reafirmó su inclinación de coleccionista.
Yendo de aquí a allá, buscando, investigando y haciendo hallazgos logró reunir la colección más importante de documentos históricos con la firma original de algunos de los héroes nacionales.
Tuvo en su poder documentos históricos firmados por Hidalgo, Morelos, Vicente Guerrero, Álvarez, Galeana y pongámosle etcétera, mientras sabemos de otros héroes.
Porque las condiciones comerciales ya no le eran suficientes con atender una tienda de abarrotes, dio un giro importante a su actividad y se fue con su familia a radicar a Cuernavaca donde se supo instaló una distribuidora de automóviles y de ahí escaló a otros negocios aún más remunerativos.
Alguna ocasión que en Chilpancingo lo saludamos, porque vino al sepelio de su cuñado don Ignacio Álvarez Torres, nos hizo favor de platicarnos a detalle de su colección de Banderas de México, desde los pendones usados por los aztecas. 
“Quiero donar la colección de Banderas al gobierno del estado de Guerrero, pero nadie me hace caso. He visto a senadores y diputados, al mismo gobernador pero a nadie le importa poner en Guerrero, en Iguala, particularmente un museo a la bandera”.
Mientras tanto la colección numismática seguía creciendo. Y nos decía que en su casa tenía colecciones de botellas, de bebidas de todo el mundo. “La que me pidas, ahí está” y sonreía, pero también coleccionó máquinas de escribir de todos lados, anillas (anillos) de puros, que van a manera de etiqueta y, bueno, vaya usted a saber cuántas colecciones más logró reunir.
Jamás sacó de su corazón la gratitud a los guerrerenses, particularmente a la gente de Ocotito y Tierra Colorada y de los pueblos por donde cruza el Río Azul, convertido en Omitlán y en Papagayo.
El buen amigo que nos informó de su fallecimiento nos platicó que cada año, El Día de Reyes don Roberto Calleja Garibay llegaba a Ocotito y Tierra Colorada con tráilers, cinco, seis tráilers repletos de juguetes y con su esposa los repartían en los pueblos.
Construyó iglesias en algunos pueblos, instaló bibliotecas, hizo escuelas, dotó de computadoras a las secundarias, pavimentó calles y por si fuera poco, en varias oportunidades trajo grupos de paracaidistas que desde varias avionetas se lanzaban para deleite de los niños como regalo de Reyes. El testimonio, el recuerdo y la gratitud están en los pueblos, a flor de labios.
Don Roberto Calleja Garibay practicó aquello de “Haz el bien sin mirar a quién”. Hizo todo cuanto pudo y quiso y siempre estuvo alejado de los reflectores de la publicidad. Porque jamás dio algo para conseguir un cargo de diputado, senador o gobernador… ¿Cómo quién?
Lo hizo así por el simple hecho de ser Hombre, en toda la extensión de la palabra. Pero además, fue un Hombre Bueno. Noble. Ejemplar y Trabajador. Descanse en paz. Gracias, don Roberto por dispensarnos con su amistad.
¿A qué político podremos decir lo mismo, sintiéndolo en el corazón?  

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