COLUMNA
La fuerza de la luna
Apolinar Castrejón Marino
Los mexicanos tenemos una mente tan avanzada que a veces creemos que estamos muertos, otras, que somos inmortales. Y al acercarse el día 21 de marzo muchas gentes se aprestan a concentrarse en centros ceremoniales para “cargarse de energía cósmica” como si fueran “pilas recargables” Energiser o Rayovac.
La percepción generalizada es que el sol es el más importante de nuestro sistema planetario. Así parecen indicarlo sus dimensiones, su función de proveer luz y calor, y su posición en el centro del sistema, pero ¿Qué hay de la luna?
Casi nadie toma en cuenta que la luna se aleja 3 metros con 70 centímetros diariamente de nosotros. Y aunque sabemos perfectamente que es la fuerza dominante en el ciclo de las mareas, en los movimientos de rotación y traslación de la tierra, y en muchas funciones del cuerpo humano, actuamos como si esto nunca fuera a cambiar.
La Luna es el satélite más grande del Sistema Solar, entonces la relación con el planeta que orbita tiene que ser muy poderosa. Su movimiento en torno a la tierra está sincronizada de tal modo que siempre muestra la misma cara hacia el nosotros. Y a pesar de parecernos el objeto más brillante en el cielo después del Sol, en realidad su superficie es muy oscura, similar a la del carbón.
Los científicos que estudian las trayectorias de los astros y los planetas, manifiestan su preocupación por que conforme la luna se aleja de la tierra, es menor la fuerza que mantiene en equilibrio la inclinación del eje de la tierra.
Esto es muy importante para nosotros porque la tierra gira como si fuera un trompo o una pirinola, pero lo hace con una inclinación de 23 grados. Esto da lugar a las estaciones del año, y que la luz y calor del sol llegue a los polos, aunque sea con largos intervalos de tiempo.
Si la tierra girara sin ninguna inclinación, la luz del sol nunca llegaría a los polos, y en el ecuador siempre se vería el sol a la misma altura y distancia en el espacio. No habría ninguna variación de los días en todo el año, y no habría primavera ni invierno.
La fuerza magnética de la luna regula la rotación de la tierra, de tal modo que a medida que se aleja, la fuerza de rotación de la tierra, que determina la sucesión del día y la noche, se va haciendo más débil y los días y noches que vieron nuestros bisabuelos ya no corresponden a los que presenciamos nosotros.
En nuestro hemisferio, sabíamos que la primavera es la estación en que florecen los campos y los animales disfrutan libremente de la naturaleza, del mismo modo el verano es una estación calurosa, pero que empiezan las lluvias. En la escuela nos enseñaron que en el otoño caen las hojas de los árboles y los campesinos recogen sus cosechas y que en el invierno hace mucho frío.
Pero esto ya no sucede en la realidad. Y aunque los científicos y las autoridades se han percatado de estos cambios, se equivocan al atribuirlo a la acción humana, cuando la realidad es que las fuerzas cósmicas van variando su equilibrio con el consecuente cambio en el clima y los ciclos de la naturaleza.
Es cierto que nuestros excesos al desperdiciar el agua, producir basura y cortar los árboles, causan un gran daño a la tierra, pero las acciones de la humanidad nunca pueden ser lo suficientemente poderosas para alterar las fuerzas estelares, ni las relaciones cósmicas.
Esas gentes payasas que se van a “bailar a Chalma”, que se visten de blanco para ir a Tehuacalco y que suben a las pirámides de Teotihuacán para recibir la fuerza del sol, lo hacen porque no tienen ni idea de las infinitas fuerzas cósmicas.
Y esos greñudos, mugrosos que bailan semidesnudos, descalzos y emplumados son unos ridículos que mejor deberían informarse y estudiar, y no andar tratando de engañar a la gente con sus ínfulas de chamanes, eruditos, y herederos de la sabiduría ancestral.
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