COLUMNA

Cosmos

Héctor Contreras Organista


 Las muy graves experiencias que vivimos los guerrerenses a mediados de septiembre pasado no se pueden ni se deben echar al cajón del olvido así porque sí.
A quienes de pronto se vieron sin hogar, sin pertenencias y sin más nada que lo que traían puesto la tormenta y sus consecuencias debió haberles dejado una huella imborrable, un dolor inmenso.
¿A quién culpar si fue la fuerza devastadora de un meteoro la que acabó con todo e inclusive arrastró o sepultó a mucha gente, niños, mujeres, hombres que perdieron la vida en un instante?

Acapulco, como gran parte de pueblos de la entidad suriana, quedó hecho añicos. Cuando la lluvia cesó y la gente comenzó a ver su triste realidad clamaron porque el turismo regresara al puerto.
Los daños causados por la lluvia en la autopista y en la carretera federal no fueron poca cosa pero el gobierno encaró y resolvió la situación y como Lázaro, Acapulco resucitó, se levantó y ¡Vive!
El fin de año se hizo el milagro: Los turistas abarrotaron playas, hoteles, restaurantes y los acapulqueños levantaron el corazón, pusieron lo mejor y comienzan el año con esperanzas.
¿Y qué es lo mejor que los porteños han puesto? Después de la tragedia, luego de que se quedaron sin su gallina de los huevos de oro se dieron cuenta de que tenían que cambiar.
Cambiar, principalmente, actitudes. Fueron todos, como un solo hombre y una sola voz: ¡Acapulco!, quienes seguramente se dieron cuenta que tenían que ganarse otra vez al turista.
¿Por qué los seres humanos tenemos que llegar al extremo de sufrir una desgracia y estar al borde de la extinción cuando decidimos cambiar?, ¿por qué no lo hacemos cuando se debe o se puede?
Hoteleros, restauranteros, meseros, taxistas, todos quienes trabajan y viven del turismo en Acapulco han cambiado de actitud. Dejaron a un lado su soberbia y se han puesto serviciales.
Tal vez se han dado cuenta que quien les da de comer y les ofrece una derrama económica importante es el turista que busca solaz y recreo en las playas y la diversión que a estas le rodea.
Cuando se viaja en avión, al subir, los pasajeros son saludados por el capitán de la nave y su personal  que dan la bienvenida al viajero, lo conducen a su asiento y colocan sus maletas.
En Chilpancingo, los capitanes de las urvans del servicio colectivo no hallan cómo maltratar al pasajero. Son carromatos asquerosos y mugrientos, conducidos por bestias, salvo excepciones.
No hay autoridad que regule las formas de transporte a favor del usuario, no hay quien se empeñe en mejorar el servicio evitando los atropellos de los urvaneros contra quien les da de comer.
¿Qué tipo de crisis será necesaria para que permisionarios y choferes cambien de actitud y reflexionen que quien les dan de comer deben ser atendido con respeto y responsabilidad?

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