ARTICULO
Disculpa pública, despreciada
por estudiantes de Ayotzinapa
Yeshica Melo de Mojica
Así sea sólo por cubrir una formalidad, el hecho de que una autoridad ofrezca disculpas públicas –porque accede a una petición o porque la obliga una orden judicial–, por agravios que haya cometido contra los ciudadanos a cuyo servicio está, muestra un saludable (no necesariamente suficiente) nivel de desarrollo democrático de una sociedad.
Es una práctica que en las décadas recientes se ha ido extendiendo en los países cuyas sociedades han decidido vivir sujetas a leyes. Apenas en agosto de este año, 40 años después de cometido el agravio, el gobierno de Australia se disculpó ante la familia del atleta fallecido Peter Norman por prohibirle competir en los Juegos de Munich de 1972 tras apoyar a los deportistas de Estados Unidos que protestaron contra la segregación de los negros al subir al podium en México en 1968.Y a finales de octubre, también de este año, el gobierno de El Salvador pidió perdón por su responsabilidad en la desaparición forzada de seis niños entre 1981 y 1982, durante la guerra civil que entre 1980 y 1992 azotó al país centroamericano. Y así podrían ser citados muchos casos.
Habrá quien diga que en México hay mucho por recorrer en este camino, lo cual es verdad, porque aunque nuestro país ya ha transitado a la democracia, eso no significa que vivamos en un paraíso. Este sistema de gobierno y forma de vida es perfectible, y siempre lo será, como todo.
Pero también hay quien dice que no ha habido cambio alguno desde que Porfirio Díaz gobernaba con mano de hierro, afirmación que sólo puede entenderse como producto de la ignorancia, en algunos casos supina, de quienes sustentan esa postura. Usualmente, pero no en todos los casos, una mente ignorante es proclive al radicalismo irracional e insustentable.
Los padres de los normalistas asesinados el 12 de diciembre del año pasado –durante el desalojo de los que bloqueaban el bulevar Vicente Guerrero, en Chilpancingo–, aleccionados por los dirigentes estudiantiles de Ayotzinapa, han declarado que les viene chica la disculpa pública que les ofrecieron los gobiernos federal y estatal por el desempeño de sus agentes en ese funesto día.
Otros declarantes han dicho que el gobernador no fue sincero al ofrecer sus disculpas (habrá que ver cómo hicieron para leer la mente del mandatario y escudriñar en sus sentimientos), y que por ello éstas no valen.
Siendo realistas, hay que admitir, por supuesto que, en primera instancia, los dos gobiernos ofrecieron disculpas para cumplir la recomendación de la CNDH, pues no vivimos en una república amorosa y de ensueño, como la que prometió en un tiempo Andrés Manuel López Obrador. Vivimos en un mundo real.
Es un ejercicio ocioso ponerse a especular si los representantes de ambos gobiernos realmente sentían la pena que, según el texto que leyeron, decían sentir por los hechos. Por supuesto que cualquiera con más de dos dedos de frente puede objetivamente suponer que a ambos en realidad les importa un comino el dolor que los agentes bajo sus órdenes causaron (si es que, efectivamente, fueron sus agentes los asesinos).
Pero la recomendación de la CNDH no fue «realmente sientan pena y hagan un acto de contrición», porque, por fortuna, también en ese organismo hay gente pensante que sabe que sería imposible verificar el cumplimiento de una recomendación como ésa. Por eso la recomendación fue «ofrezcan disculpas públicas».
«Yo ya cumplí», respondió el gobernador, y –para bien o para mal– dijo verdad. La CNDH le pidió ofrecer una disculpa pública, y eso fue lo que hizo, no más, pero tampoco menos. Que los agraviados no estuvieron en ese lugar, es verdad, pero ¿era eso impresicindible?, ¿era eso lo esencial?
Tal vez al no acudir, los agraviados hicieron exactamente lo que el gobierno quería que hicieran: que no se presentaran al acto, pues temía que su presencia hiciera de éste un desastre seguro.
Pero, suponiendo que no asistieron porque eso es lo que les dictaba su convicción, ¿acaso esperaban los normalistas que ambos representantes llevaran un látigo y se autoflagelaran o se pusieran de rodillas para ser flagelados? Y si así hubiera sido, ¿eso calmaría su dolor y resolvería el problema? ¿O preferirían aplicar la ley del talión y que les dieran la oportunidad de quitarle la vida a dos policías. Y suponiendo que eso fuera lo justo, ¿resolvería su inconformidad?
Porque a la opinión pública le gustaría saber qué es lo que ahora esperan los normalistas, ya que les parece tan despreciable la disculpa pública que les fue ofrecida. Porque lo que la opinión pública ha visto es que los normalistas de Ayotzinapa, como la disidencia del SNTE, forman parte de una izquierda muy atrasada intelectualmente, culturalmente, espiritualmente y políticamente, una izquierda cavernaria de pocas ideas, pocas propuestas, mucho grito y mucha temeridad. Una izquierda menos que principista y no más que contestataria. Una izquierda que se opone a todo lo que no sea propuesta suya y hasta a sus propuestas cuando no es ella quien las hace.
Pero, ojo, ésa es sólo una parte de la izquierda... por fortuna.enlaceconjessy@hotmail.com
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