COLUMNA


La Jaula de Dios


Jesús Pintor Alegre

 A propósito del día de muertos… 
Era día de clases y el diputado infantil Rubén Figueroa Smutny acudió a una clase particular que ofrecía la intelectual Elba Esther Gordillo Morales, maestra a la que todos respetaban por su gran inteligencia, y que era capaz, decían, de ver el futuro de las personas con solo verlas a los ojos.

Las clases eran de noche, muy cerca del Congreso local de chamacos descarriados, por allí en el rancho los Aguirre, y otros niños también iban a la misma hora, y al tener tantos compañeros, Rubencito se olvidó de lo que le asustaba ese rancho, que antes tenía el olor de la suya, pero que ahora lucía un tenebroso color amarillo que hacía que dolieran hasta los huesos.
Por allí andaban, de la mano, otros diputados infantiles, Héctor Antonio Astudillo Flores que sostenía la foto de Manuel Añorve Baños, y que abrazaba junto con la legisladora infantil, Julieta Fernández Marquez, quienes lo veían con los ojos desorbitados y la boca temblorosa, pero Rubencito no les dio importancia, y les empezó a llenar de flores uno a uno, hasta reconocer las capacidades y talentos de ambos personajes, acto que asustó más a los legisladores infantiles, que se abrazaron más fuerte.
Rubencito, ya a esas alturas, y con la emoción que lo embargaba al practicar su deporte favorito llamado bullying tricolor, se olvidó que el rancho aguirrista le daba miedo, sólo bastaba voltear a cualquier lado, para ver a niños amarillos que se aplaudían a sí mismos, a rojillos que se metían a sus Ipads para jugar; a blanquiazules que se arremangaban pantalón y camisa y simulaban sembrar monedas para permitirse soñar tener plantas de billetes.
Y más allá, el naranjita que se llenaba la boca para decir que Luisito Walton era un niño casi héroe, y que iba a salvar al Titanic de hundirse, aunque le echaran todos los lastres posibles. Por allá, otro niño, Mario Moreno Arcos, que se asomaba tras las rejas pues no lo dejaron entrar ya que no era congresista, pero que trataba de contener la risa al ver a Astudillo y Julieta que se morían de miedo.
Al frente de los chamacos, había un gran cuadro del gran Revelador, un hombre copetudo, que tenía las llaves del cielo, y que con una amplia sonrisa y un kilo de tinte en tono negro en la cabeza, se abrazaba a la bandera de dos colores: azul y rosa, con unas 51 estrellas en un recuadro con fondo azul, cargado en uno de los extremos superiores.
De pronto, y sin previo aviso, el gran cuarto que tenía por nombre «Del pueblo», quedó en penumbras, los niños gritaron de terror, pero más aún la pareja Astudillo-Julieta, que suponían era otra travesura del llamado Tigrillo, y ya no sabían qué esperar, si otro ataque mediático, o una carta de extrañamiento de su mismo partido.
La poca luz que entraba por la ventana, que era la luz de la luna, formó inmediatamente contornos tenebrosos ante los ojos de Rubencito, quien ya cumplía su segundo periodo como legislador infantil, en premio y en reconocimiento a su eficiente trabajo en su primera oportunidad, que fue cuando salvó al estado, por impulso de su padre, el hijo del Tigre de Huitzuco, tan amado y querido por la gente, sobre todo por los proveedores de fertilizante.
- ¡No se levanten de sus asientos! - les ordenó la maestra Gordillo-. La luz debe volver en cualquier momento.
Y de inmediato, la maestra recién elegida con todos los votos a favor y cero en contra, como la jerarca estrella del universo de los puentes magisteriales, empezó con una muy sentida oración que empezaba algo así como: Influencia HLNL que estás en los suelos, tu copete sea sagrado para que Bogues sea enterrado…, una oración difícil de entender pues era pronunciado en portugués, como muestra de su gran cultura obtenida por los años que se ha pasado en Brasil para recibir la influencia de los espíritus chocarreros que la mantenían vigente.
Ahora sí Rubencito estaba muy asustado, pues creía que era una treta de sus detractores para quitarlo del camino y de la oportunidad de salvar al Titanic primero, y de salvar a las siete brujas de los caminos del Sur, después, y no podía articular palabra. Astudillo y Julieta Fernández de Choky, ya temblaban y sus caras habían adquirido un tono intensamente pálido.
La maestra, caminó lentamente, y dio un grito: «¡Niños!-dijo- Mi marido está encendiendo las lámparas que hay en la sala. Vamos hacia ahí pero de forma ordenada. Procuren no tropezar y formen una fila india,  tómense del hombro del compañero que tienen adelante, y así me van siguiendo, ¿entendieron?
- ¡Sí maestra! – respondieron Astudillo y Julieta.
Evitando chocar con las curules, los niños se fueron alineando. Rubencito puso su mano en el hombro del que tenía adelante, y sintió que una mano se apoyaba en el suyo. De esa forma, siguiendo a la maestra, salieron de la habitación y atravesaron el corredor.   
Cerca de la sala y la claridad que reinaba en ésta, Rubencito sintió que retiraban la mano de su hombro; no le dio importancia y siguió caminando sin voltear; mas al llegar a la sala, vio que todos sus compañeros habían caminado delante de él; él era el último. La cara le palideció y juró no faltar contra la Biblia Jurásica. Era el anuncio del eterno Dinosaurio.

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