COLUMNA

Una muchacha rebelde y odiosa

Apolinar Castrejón Marino

En fechas recientes llegó a la Ciudad de Chilpancingo el conocido y vanagloriado cuentacuentos Mario Iván Martínez con su repertorio de relatos para entretener a los niños.
 Es de llamar la atención que los niños de ahora, tengan necesidad de que otras personas los alimenten su fantasía e imaginación, ya que sus padres se dedican a trabajar, a hacer «vida social» y a cultivar «relaciones laborales».

Pero quienes sumamos más de 30 años, tuvimos la fortuna de que fuesen nuestros padres quienes sentados al borde de nuestras camas, nos hacían dormir con fábulas y leyendas.
Uno de los relatos más frecuentes de nuestros padres y abuelos era de «Lo que sucedió con un joven pobre que se casó con una doncella muy rica».
Hubo toda una semana de fiesta en el palacio, pues el Rey estaba muy contento de que se casara esa fastidiosa hija suya, a la que todos tenían miedo porque era muy rebelde y violenta.
Una de esas noches de fiesta, el Rey y el joven platicaban acerca de cómo tratar a la muchacha.
Le dijo que no era conveniente contrariarla pues se ponía como una furia y era su costumbre romper todo lo que tuviera a su alcance, sin importar que fuera muy valioso.
El joven le dijo que no tuviera cuidado, pero el Rey tuvo más lástima de él. Al fin vino la noche de bodas, y la enamorada pareja se dirigió en su carroza nupcial al castillo que el Rey les había regalado para que vivieran y dieran rienda suelta a su amor. Cuando llegaron, cada uno bajó por su lado y el criado que conducía la carroza, se regresó de inmediato.
Los novios entraron al salón principal, y el mancebo se dejó caer en un sillón, se quitó las botas nuevas que le lastimaban los pies.
Se quitó la espada y la puso sobre una mesa. Pidió a gritos un vaso con agua, pero como no había criados, nadie lo atendió.
 Su mujer estaba entretenida quitándose los arreglos del pelo.
El recién casado se incorporó un poco y miró a un gato muy fino que estaba recostado en un cojín sobre un banco.
El mancebo le gritó que le trajera un vaso con agua, pero el gato no hizo ningún caso.
Entonces le dijo con tono de amenaza, que si no lo obedecía lo pagaría con su vida. Como el gato se mostró muy indiferente con las amenazas, el príncipe tomó la espada y de un tajo le cortó la cabeza.
Al oír el grito del gato cuando se le escapaban sus 7 vidas, la princesa volteó a ver la sangrienta escena un tanto sorprendida.
Vio que su marido volvía a sentarse, y oyó cuando llamaba a su perro, y vio cuando su marido le ordenaba traerle un vaso con agua.
Pero como los perros nunca han aprendido a darles agua a sus amos, el perro no hizo ningún caso, se sentó y sacudió las orejas. Entonces el príncipe le dijo que si no lo obedecía, lo pagaría con su vida. El príncipe tomo su espada de la mesa y de un tajo le cortó la cabeza.
 La princesa se asombró del grito del perro y de la sangre que salpicó toda la habitación.
El príncipe tiró la espada ensangrentada al suelo y se volvió a sentar en el sillón. Pero como ahora tenía más sed, llamó a su caballo.
El caballo estaba amarrado en el jardín, y el mancebo le gritó que quería un vaso con agua, pero el caballo estaba comiendo el pasto y no hizo caso de la orden de su amo.
El príncipe le gritó que si no lo obedecía, le cortaría la cabeza.
 La princesa pensó que su marido no sería capaz de matar a ese animal tan fino, que había sido su único patrimonio y que quería mucho.
Pero entonces su marido se puso de pie y a gritos le preguntó a su caballo «¡Ah! ¿No me quieres traer un vaso de agua?»
Tomó la espada del suelo y se dirigió al caballo. Necesitó darle 3 golpes con la espada para poder cortarle la cabeza a su amado corcel.
Con las ropas ensangrentadas, volvió a sentarse en su sillón y se puso la espada sobre las piernas. La princesa estaba muy asustada, convencida de que se había casado con un loco maniático.
Como lo temía, volteó verla y le ordenó: «tráeme un vaso de agua». Sin esperarlo dos veces, la princesa se fue corriendo a buscar lo que su marido le pedía, y en poco tiempo le trajo un vaso con agua y se lo dio con una sonrisa y una breve inclinación de la cabeza.
Este cuento corresponde a la colección de narraciones escritas por Don Juan Manuel, señor y duque de Villena, autor de «Libro de los ejemplos del conde Lucanor y de Patronio» y esperamos que les traiga buenos recuerdos.

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