COLUMNA
Apolinar Castrejón Marino
No se vale que los que se sienten ofendidos o agredidos por la conducta de los «comunicadores» y «líderes de opinión» que rebasan los límites de comunicar o juzgar los acontecimientos más relevantes de la actualidad, quieran ponerles en tuta su mother.
Esta es la consigna de los ricos, empresarios y gobernantes, que se solidarizan con los comunicadores que han sido «vil y cobardemente» agredidos.
Como la lengua no tiene hueso y ocasionalmente se mueve por sí propia, según ellos, debe ser aceptable que la «Dra.» Amparo Cazar salga a decir impunemente que las declaraciones del Felipe Calderón «son legales» y no hay ningún código que contemple sanciones para tan alta investidura.
Además, los compatriotas debemos tomar como natural que Leo Zukerman haya salido a decir con formalidad que Peña iba «muy adelante» en las encuestas, y con un dejo de burla que Miguel Mancera también estaba «muy por delante» de sus competidores. Este señor creé que la gente no sabe distinguir un tono de otro.
La percepción de la gente se forma de lo inmediato, lo visceral, y lo absoluto.
No requiere de tantas explicaciones, ni de demostraciones. Tal o cual periodista, comentarista o escritor es verídico o es mentiroso, sin puntos intermedios. Por inercia, los personajes públicos son de inmediato calificados como corruptos o como confiables.
El juicio es inapelable e inatacable. El mismo Enrique Peña, fue quien empezó por sentir en la cara el repudio de la gente, y seguramente se le frunció el churrusfláis cuando «sintió» que los estudiantes pasarían de los adjetivos insultantes al lenguaje universal de las manos, y salió «como rata por tirante» de la Universidad.
En las últimas fechas, algunos consejeros electorales también han sido hostilizados en la calle, al propio Valdés Zurita le «zangolotearon» la camioneta, pero se mostró «machín» y declaró que «no pasó nada».
Y lo más nuevo; trabajadores de la cadena comercial Soriana han tenido que huir del rechazo de la ciudadanía.
Fue muy sonado el caso del petimetre de Carlos Marín que fue uno de los primeros que sintió la lumbre le quemaba los aparejos como consecuencia de su fanfarronería en el programa «El Asalto a la razón» que tiene en la televisión, y en sus «críticas» y «análisis» en el periódico Milenio.
Muy acostumbrado a reírse y ofender sistemáticamente a los personajes que militan en los partidos contrarios al gobierno creía que nunca llegaría el día en que se vería cara a cara con la gente.
Cuando iba caminado por la calle, y de pronto vio venir la andanada de insultos y agresiones por parte de media docena de ciudadanos molestos contra él, optó ridículamente por reclamarles que «él es más de izquierda que ellos» asumiendo que son seguidores de Andrés Manuel.
Al ver que el zotaco presumido solo sabe «pelearse con la boca» como las mujeres, se conformaron con lanzarle escupitajos de desprecio.
Esto desató los reclamos de los periodistas, de los políticos y de los empresarios, quienes «se solidarizaron» con los personajes protagónicos que aparecen en público muy confiados en su calidad de seres superiores y entes especiales, algo así como «la divina envuelta en huevo», y que tienen la mala suerte de toparse con ciudadanos ganosos de ponerles sus mandarriazos.
Pero mire usted, en la calle todos somos iguales, y si un individuo reta a otro, pues se arma la pelea y listo.
No valen ideologías, ni cargos, ni personalidades; un reto es un reto. Desde luego, habrá quien no quiera pelearse, pero entonces que tenga quieta la lengua.
Un día les llegará su fiestecita a los verdaderos cobardes que se escudan tras la patalla de la televisión.
El furibundo antilópezobrador de Eduardo Ruiz Healy, el defensor a ultransa del calderonismo, Rafael Cardona, y la embustera Lolitra de la Vega, están en la lista negra.
Muy por el contrario del chistosito Jairo Calixto que maneja información muy nueva y oportuna, Y José Carreño Carlon con todo su equipo de colaboradores que manejan información de primera mano para que la gente norme su criterio.
La violencia callejera, es también producto de la con vulsión política, y las agresiones de los ciudadanos en contra de los que representen algún tipo de poder, es un pequeño desahogo de tanta imposición institucional de tanta manipulación y de tanta impunidad.
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