COLUMNA

Cosmos


Héctor Contreras Organista


Hace unas horas un buen amigo con quien cultivamos sana amistad desde hace algunos ayeres y quien es actualmente funcionario del gobierno estatal me preguntó que en qué momento en Chilpancingo se distorsionó el periodismo limpio, propositivo y crítico que se practicó hace unos años, «cuando éramos menos».
De momento no supe qué contestarle porque en realidad no lo sé. Tal vez lo intuya pero no lo traigo a flor de labios, por eso me eché la pregunta al hombro para más tarde tratar de localizar alguna luz sobre el tema. La tarea inicial ha sido recorrer el casset de mi oficio para intentar encontrar la punta de la hebra.
Mi primer asomo al análisis del tema es cuando me veo trabajando hace años en la redacción al lado de un gran hombre, don Héctor García Cantú y teniendo como compañeros a gente grande del periodismo de la época, Hugo Mendoza Rickalde, Pepe Jile y Eulalio Espinosa Marmolejo, por ejemplo, cada uno de ellos con el digno título de Periodista, con mayúscula.
De ellos, la nueva hornada de comunicadores recibimos el ejemplo –sin que jamás nos lo dijeran- de lo que debe intentar ser el reportero o columnista: Esforzado, batallador, investigador incansable, muy celoso de su deber y teniendo como premisa el servicio de la información honesta y oportuna a favor de la comunidad, de los lectores o, en su caso, del radio-oyentes o del tele-auditorio.
Al paso de los años, aquí en Chilpancingo, porque a ese espacio geográfico se dirige la pregunta, la sociedad comenzó a sorprenderse cuando vio el nacimiento de un periodismo en principio burlón, después crítico y luego muy agresivo y que se ocupó en publicitar la vida íntima de las personas para degradarlas, para hacer pedazos el civismo y la dignidad y de esa manera, ese tipo de «periodismo» se convirtió en el «Cuarto Poder». Un poder convertido en terrorismo de la pluma y saca-dinero bajo el signo de la extorsión.
Después se pusieron en práctica otras mañoserías pero igual o peor de dañinas. Nacieron los lamesuelas, los aduladores, los quema-incienso, los columnistas –principalmente- de «a tanto más cuanto».
Son quienes se adueñaron del perjudicial «Cuarto Poder» que critican con insultante rudeza a los políticos y «los hacen trizas» con su pluma.
Pero cuando estos llegan al poder, sus verdugos de los periódicos, sus agresivos perros rabioso del periodismo se convierten, paradógicamente, en sus mejores aliados, en sus más cercanos amigos y consejeros y los inscriben en las nóminas, y les compran carros de lujo, y les construyen edificios y los mandan de viaje y les modernizan sus equipos de imprenta y el maridaje, de por sí nauseabundo y asqueroso, se prostituye aún más.
Quien definitivamente sale perdiendo es el Periodismo y sobre todo la sociedad víctima de la desinformación a consecuencia de la deformación de la verdad.
¿Cuándo comenzó a deformarse el periodismo crítico, limpio y propositivo?, pregunta mi amigo. La respuesta concreta sería: Cuando nació el maridaje corrupto entre políticos y periodistas. Porque tanto peca el que mata la vaca -¡robada!- como el que la agarra la pata.
Tal vez lo único que haya que celebrarle a Zeferino Torreblanca Galindo –¿al paso de los años habrá alguien más a quien festinarle lo mismo?- es que durante su sexenio, a ejércitos de «periodistas» los regresé al surco, a jalar el arado, a que muchos retomaran sus cajones para dar «bola» aseando calzado en parques y jardines –oficio altamente digno- y que algunas señoras «comunicadoras» se reintegraran a «trabajar» en las esquinas de los callejones de donde salieron para convertirse en «periodistas».
Deben y tienen que ser los propios lectores, con su poder, quienes pongan un alto a tanto bandidaje y deformación de un periodismo centavero, vendido, miserable, rastrero y corrupto.
No es posible que páginas de periódicos que dieron y dan dignidad al oficio informativo se sigan llenando de estiércol…
¡No-es-po-si-ble!

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