COLUMNA
Mujeres y Política
Soledad Jarquín Edgar
Cuotas de género, unas de cal
Unas de cal por las que van de arena, ese podría ser el refrán popular que se utilizaría en el caso de las llevadas y traídas cuotas de género, que han despertado toda clase de sentimientos entre quienes militan o no en los partidos políticos.
Lo que se ha dicho y hecho en los últimos días como resultado de la exigencia a cumplir con el Artículo 219 del COFIPE, me recuerda un episodio que sacudió a la sociedad de principios del siglo XX, cuando las mujeres de Ocotlán de Morelos, Oaxaca, integraron un club femenil para apoyar la candidatura de Benito Juárez Maza y demandaban su derecho a participar en política.
Frente a la solicitud de las mujeres, el 15 de julio de 1911, el diario El Avance publicó en su editorial su negativa a la participación de las mujeres en la vida política, apuntando que «por ser ajena a su naturaleza y a las costumbres imperantes, las damas debían contentare con la influencia moral hacia sus familiares». Ellas por supuesto que le contestaron al diario y le pidieron «argumentos serios que les hicieran desistir de su petición». (Diccionario Histórico de la Revolución en Oaxaca/1997).
Cien años después, las mexicanas siguen pidiendo argumentos serios frente a la cerrazón de los institutos políticos que de una y otra forma buscan trampear todas las disposiciones legales que favorecen la paridad: algunos ejemplos, como ya se ha dicho, son ubicar a las candidatas mujeres como si fueran relleno, en distritos dónde sus partidos políticos no tienen ninguna posibilidad, son suplentes eternas (hay quienes se murieron en busca de una candidatura y no lo lograron), algunas tuvieron que actuar y comportarse como hombres, las Juanitas llegaron al congreso y solicitaron licencias definitivas para que sus suplentes varones ocuparan su lugar, otras optaron por cambiar de partido aunque fuera chiquito a ver si les iba mejor, después las esperanzas de las militantes se desvanecieron cuando aparecieron una nueva generación: las hijas y las hermanas, las amigas de la escuela y otras amigas queridas y por supuesto no faltaron, como sucede ahora, las esposas y hasta sus madres.
El asunto es claro. Las mujeres que militan en los partidos y el resto de las ciudadanas que eligen lo deben saber bien: en la política sigue permeando la hegemonía patriarcal, que siempre tiene formas de decir no a las mujeres. No es subliminal, es directo y sin tapujos, ya vimos la reciente declaración del presidente de la Confederación Patronal de la República Mexicana (Coparmex), Carlos Montiel Solana, quien pidió la eliminación de las cuotas de género para los cargos de elección popular (quintacolumna.com.mx).
La molestia del dirigente de Coparmex se dio cuando Juan Carlos Lastiri Quirós, fue bajado por la dirigencia del PRI para cubrir la cuota de género y para establecer un equilibrio con su coaligado Partido Verde Ecologista, hecho que se repitió en otras entidades como Yucatán, Colima, Zacatecas, Estado de México y Puebla. Lastiri Quirós (dirigente con licencia en el Comité Directivo Estatal del PRI en Puebla -y de lo cual se arrepentiría el ex gobernador precioso Mario Marín-) fue sustituido por Lucero Saldaña Pérez, una mujer con experiencia legislativa y que ha estado en su partido a pesar del mismo ex gobernador. Lucero Saldaña jugó un papel fundamental para evitar cualquier agresión posible contra la periodista Lydia Cacho cuando fue detenida y trasladada de Quintana Roo a Puebla, es por decir lo menos.
La declaración de Montiel Solano no es inocente tiene mar de fondo, lo primero es que denota su inconformidad por razones que ignoro, luego plantea que no debe ser por cuestiones de género el asunto de las candidaturas sino que los partidos deben «presentar a sus mejores hombres y mujeres».
Sí, muy de acuerdo, cada partido debe presentar a quienes sean mejores posibilidades no sólo para ganar el proceso electoral sino para gobernar un país que está «patas para arriba», pero resulta que a las mujeres no se les dan esas oportunidades en charola de plata (salvo algunas excepciones muy lamentables), ellas tienen que luchar para «ganarse un lugar en el Senado y en las Cámaras de Diputados o en cualquier puesto de elección popular.
La realidad de los números no tiene nada que ver con que hoy gobiernen los mejores, por supuesto que no. Seis mujeres desde los años setenta han sido gobernadoras y la proporción de diputadas en los congresos muy raramente alcanzan al 30 por ciento de representantes mujeres. Y no es que los hombres tengan más capacidad para gobernar que las mujeres, no. Es porque la política es –todavía lo es- uno de los bastiones de los hombres a donde a las mujeres, estar o pertenecer, les ha costado sangre, sudor y lágrimas.
A las mujeres se les exige capacidad, experiencia y disposición. Pero no es el caso de los hombres y los ejemplos sobran y nos faltarían manos para señalarlos. Ellas han demostrado tener capacidad, existen estudios que muestran que las mujeres académicamente están mejor preparadas que los señores, a lo largo de su vida en la escuela las mujeres obtienen las mejores calificaciones y se titulan con menciones honoríficas en mayor cantidad que los hombres. Cuando llegan al campo del trabajo es cuando las cosas se revierten y en el fondo de sus hogares está parte de la explicación. Sobre sus hombros está el peso del cuidado, educación y ahora hasta en un porcentaje cada vez mayor la manutención de sus hijas e hijos.
Su experiencia, el de las políticas, se reduce hasta donde las dejan los «verdaderos y únicos» dueños del circo -como llamó el dirigente empresarial a lo que sucedió con motivo de las cuotas-. Y, finalmente, están dispuestas, claro que sí, muchas mujeres políticas estarían encantadas de ocupar una curul, un escaño, la silla de la presidencia municipal de su pueblo, la gubernatura y todo lo que se elige en este país, pero para lograrlo ha sido necesaria la inclusión de políticas afirmativas, como el artículo 29 del Cofipe, aprobado hace unos tres años, porque de otra manera no se puede, es como decía la semana pasada y se hay que explicarse bien a muchas personas, como el dirigente de Coparmex, de verdad esto de la paridad en política «no es por amor es por fuerza».
Otro que también pidió «reflexionar sobre las cuotas de género», fue el diputado federal priista, Edgar Melhem Salinas, y disfraza su argumento al sostener que el artículo 219 del Cofipe viola los derechos y la trayectoria de los militantes, pero insisto, no es posible que las mujeres lleguen con experiencia y trayectoria si antes no las dejan pasar, por eso se llaman acciones afirmativas porque buscan emparejar lo que ahora es un piso irregular, por eso sí importa el género.
Como en 1911, las rasgaduras de vestiduras estuvieron a la orden del día. La discusión fue parecida a esa que sin sentido realizan los jugadores de futbol cuando son expulsados o les marcan un penalti, es decir, tratan de cambiar la decisión arbitral, pero en ese como en este caso, palo dado ni Dios lo quita.
Los dichos y los hechos deben ser analizados profundamente por las expertas en la materia frases. Se utilizaron frases como «admiro, respeto y amo a las mujeres, nací de una mujer…» pero ¿qué tiene de positivo que en política se dé más valor al género que a la preparación de los candidatos?, ¿qué de positivo tiene que en atención a las cuotas de género se «baje» de las listas a buenos candidatos hombres y se «suba» a mujeres por el hecho de serlo…?». Se preguntó a través de un artículo el médico Rafael Álvarez Cordero en excelsior.com.mx.
La verdad es que cuando una lee estos argumentos me parece volver al principio de todo principio o por lo menos al Ocotlán, Oaxaca, de hace cien años. Sí, coincido, no todas las que llegaron a ser candidatas y que podrían llegar a ocupar un sitio en la próxima legislatura federal tienen capacidad para tomar decisiones que beneficien al país.
Por supuesto que también critico a quienes llegaron por ser hijas, hermanas o esposas, porque carecen de escrúpulos y honestidad. Pero no cuestiono su falta de experiencia o capacidad de las verdaderas políticas, porque sin duda hay muchas mujeres bien preparadas, aunque también hay que decirlo, hay otras y van otras que no rebuznan porque no se saben la tonada, aunque estoy segura que este es el caso de una mayoría de varones que a lo largo de la historia legislativa pasan sin pena ni gloria, eso sí, para lo único que salen buenos es para las mañas y para hacerse ricos a costa, claro está, de su pueblo. Es decir, en eso mujeres y hombres estamos parejos, pero ellos han mostrado más sus deficiencias aunque desde la visión sexista se nota más en las mujeres.
Hay mucho que decir del tema pero hasta ahí lo dejó para pasar a lo que Enrique Peña Nieto podría encontrar este miércoles en Oaxaca. Algunos candidatos y candidatas no dan el ancho aunque los estiren; compite contra ex priistas como Diódoro Carrasco y el grupo que abandonó el barco en plena tormenta y también contra las deslealtades de los ex gobernadores oaxaqueños que quieren seguir despachándose con la cuchara grande, como Josesito Murat y por supuesto el malquerido Ulises Ruiz.
El problema principal de algunos de quienes aspiran es que están convencidos que ganarán casi con los ojos cerrados y sí tienen los ojos cerrados porque no se dan cuenta de que no hay antídoto contra el veneno propio y los otros partidos de la caricaturesca «izquierda» y la derecha de cuatro colores (tres del PRI y el azul del PAN) aceptaron gustosos a los priistas arrepentidos porque para que la cuña apriete tiene que ser del mismo palo.
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