PRIMERA PLANA

Los doctores lo dieron por
 muerto, Peña quería ser cura

MEXICO, D.F.- A Enrique Peña Nieto lo dieron por muerto. Aún no cumplía un año y a escondidas su mamá lo llevó al hospital. Iba deshidratado y los médicos no pudieron hacer nada.
 Lo pusieron en una camilla cubierto. Pero cuando darían al anuncio a su familia, el pequeño de meses reventó en llanto. «Al llegar a la clínica de Toluca, las mujeres entraron corriendo al área de urgencias; la madre con el niño en brazos.

El especialista ordenó intervenir al bebé de emergencia con una venodisección, pero la criatura estaba demasiado débil y sufrió un paro cardiorrespiratorio. Clínicamente, Enrique Peña Nieto estaba muerto.
«El pediatra le pidió a Rosa que fuera ella quien le diera la noticia a los padres, pues los Peña Nieto eran sus amigos.
Rosa se negó rotundamente.
 Para ella, la muerte de Quique resultaba muy dolorosa. Acordaron, entonces, que comunicarían la tragedia juntos y sacaron al bebé en camilla para llevarlo con sus padres».
En el libro «Las mujeres de Peña Nieto» (OCEANO 2012), su autor, Alberto Tavira, revela que el aspirante del PRI a la Presidencia de México pertenece —sin haber nacido en Atlacomulco sino en la colonia Condesa, en el DF— a una dinastía de familias acomodadas y hombres de poder.
En el capítulo «Socorro», el autor desmenuza —a partir de una entrevista con Socoro Nieto Sánchez, madre del político— los orígenes de Peña Nieto, la forma en que se conocieron y enamoraron sus padres y los lazos de sangre con los Del Mazo. Explica también el origen del «copete», que más allá de ser un asunto de estrategia de imagen pública, resultó responsabilidad de Socorro, quien admiraba al actor español «Joselito».
En el texto se apunta el interés de Enrique Peña Nieto por ser sacerdote, misionero, pero también se desliza su gusto por la mujeres y su aspiración a tener su propia oficina con secretaria.
En la obra se destacan las cualidades de la madre de Peña Nieto y se precisa que el ex gobernador Salvador Sánchez Colín (1951-1957) era tío de Socorro Nieto, y que los ex gobernadores Alfredo del Mazo, padre e hijo, eran parientes de Enrique Peña del Mazo, padre del abanderado.
El autor apunta que desde aquella primavera del 67, cuando Enrique Peña del Mazo se enteró de que su bebé había muerto y regresado a la vida como de milagro, advirtió:
 «Este niño está por algo, tiene una misión», y por mucho tiempo, todos en la familia pensaron que ‘Quique’ sería sacerdote».
Apunta que apenas tenía 8 años y celebraba misas en la casa de sus abuelos de Atlacomulco.
«Enrique chico se ponía su gabán y, con la solemnidad que ameritaba el ritual, tocaba una campanita llamando a misa tanto a los niños como a las muchachas del servicio.
Recreaba muy bien el ambiente de una parroquia con todo y bancas para la comodidad de sus feligreses. «Muchos años después, el sacerdote Luis Banda —quien lo guiaba y lo orientaba de pequeño— decía que Peña Nieto le había fallado y recordaba con humor el llamado que el político sentía de parte de Dios: ‘Claro que Enrique tenía vocación de padre… pero de sus hijos’».

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