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Héctor Contreras Organista


Aquí todos los conocieron por su sobrenombre: «El Culebro». Dicen que su nombre de pila era el de Leonardo Alarcón y Alarcón, y ejercía tres profesiones: Licenciado, Médico y Cura.
Como muchos otros jóvenes de la época, acudíamos a tomar clases a la Escuela Secundaria Diurna Número 1, que ocupó por algunos años –de 1961 a 1969, aproximadamente- las aulas de lo que fue la Escuela Primaria «Vicente Guerrero» (el director era el profesor Javier Méndez Aponte) y ahí, en la contra esquina de la primaria, en la esquina que forman las calles de Abasolo y Amado Nervo vivía «El Culebro», en unas casuchas atrás de un tecorral que cubrían algunas bugambilias.
Era un hombre de más de 50 años en esa época, flaco pero fuerte, pelo lacio, encanecido y echado para atrás. Ojos pequeños y de una mirada vivaz, inquieta, moreno, de hablar firme, nariz alargada y labios delgados, agresivo cuando era necesario y de carácter dulzón cuando así lo pedían las circunstancias.
Dicen que vivía con su herma, al parecer de nombre Irma, alta, blanca, muy bonita. Contrastaba con la fealdad de su consanguíneo, pero dicen también que ella era un poco desaseada, sobre todo en los pies que se veían sin lavar de tiempo atrás. La casuchita tenía unas persianas de papel de china, de varios colores, y frente a ella funcionaba la Clínica del ISSSTE.
«El Culebro» era ducho para sorprender incautos. Se cuentan muchas historias sobre su vida de «licenciado» y también de «cura», cuando vistiendo sotana iba a los pueblos a sorprender feligreses incautos, trayéndose buenas «limosnas», pollos, marranos y lo que fuera.
Cierta ocasión, llegó una mujer a buscar atención en la clínica del ISSSTE, pero estaba cerrada. Como todas las tardes, «El Culebro» estaba en «su despacho», que era el tecorral de su casa. Su «escritorio» era una piedra grande, azul, de río. ¿Qué se te ofrece, mujer? -Vengo a consulta pero está cerrado.
No te preocupes, dicen que le dijo el personaje, ¿qué enfermedades tienes? La mujer le explicó sus padecimientos, y entonces le dijo que él era médico y que tenía una medicina buenísima para que se curara. Espérame, ahora te la traigo.
Se platica que «El Culebro» tomó unos pedazos de papel de china de las persianas de las puertas de su casa, las metió al agua y con el líquido llenó una botella. Regresó al tecorral y dijo a la mujer: Te llevas esta medicina. Vas a tomar todos los días una cucharadita antes de comer y con eso te vas a aliviar.
La mujer se fue. Como a las dos semanas regresó a dar las gracias al «médico» porque el agua que le dio a beber resultó un prodigio: la alivió de todos sus males.
-¿En serio, licenciado?, le preguntó un amigo.
«Es tan en serio lo que te platico que mira, esos pollos y me los trajo la señora a regalar».

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