COLABORACION
Las lenguas maternas
Edilberto Nava García
El día de ayer, según los bien informados, se celebró el día internacional de las lenguas maternas que estableció la Unesco. Ignoro sus alcances, mas cuando uno dedica un tiempecito a la reflexión, bien pronto se llega a la conclusión de que la desaparición violenta o paulatina de un idioma se debe a la invasión, a la conquista o al predominio del poderoso sobre el débil y esto último, digo, refiriéndome a sociedades y a países.
Hay quienes tal vez en la añoranza, se empeñan por rescatar o al menos preservar los restos no sólo del idioma de nuestros antepasados, sino también tradiciones, costumbres, ritos y prácticas ya religiosas, de vida civil o de actividades comerciales que les fue cotidiano a los ancestros.
México, como nación de avanzada y aunque muchos aleguemos de ser de tercer mundo, es un país que ha firmado acuerdos internacionales de la más variada índole, como en materia de derechos humanos, de medio ambiente, de la no contaminación de nuestras aguas, etcétera. Para el caso del Día Internacional de las Lenguas Maternas, quizá los grupos étnicos debieron realizar con tal motivo, diversas formas de celebrarlo. Lamentablemente nuestro sistema educativo pareciera que se ha trazado la meta de extinguir en el menor tiempo posible a todas ellas, pero también las costumbres y ritos ancestrales.
El gobierno, atendiendo erróneamente al mejor entendimiento entre los mexicanos estableció desde hace más de setenta años, la castellanización en dos frentes: desde la escuela primaria, para que toda la niñez que acudiera a ella aprendiera el español a como diera lugar y por cuanto a los adultos mediante los alfabetizadores-castellanizadores, y para este último empleo, bastaba con saber leer y escribir. De ahí que a mediados del siglo inmediato anterior se haya incidido en la disminución de hablantes de poco más de sesenta idiomas de similar número de grupos originales de este México nuestro.
A esta distancia temporal, hay quienes desde el gobierno y otros en lo individual que realizan esfuerzos por rescatar y mantener vivas las lenguas originales. Pero su lucha es ardua, porque los conquistadores imponen condiciones, sus prácticas y costumbres, pero fundamentalmente su idioma. A los mexicanos, desde el punto de vida territorial no nos conquistaron los gringos; de inicio bastó con el arrebato de más de la mitad de nuestro territorio, pero pareciera que por razones de vecindad estamos obligados a usar el mismo idioma suyo, el inglés. Y hasta se dice a los mexicanos ya en la televisión, en la radio y otros medios de comunicación, que el inglés es base para el desarrollo personal y social; que los países cuya población habla inglés se elevan para ser del primer mundo.
Sin embargo, y será porque a ratos me gusta leer la historia, yo no soy pro-gringo. Ni les quiero vender mi fuerza de trabajo, por más que hayan impuesto el plástico en sustitución de la moneda que en sí misma valía por ser de un metal que efectivamente tiene un valor económico, como el oro, la plata y el cobre. Su billete verde, de valor económico acartonado y falso, no me deslumbra, aunque vivo estrechez económica o miseria, y entiendo que nosotros haríamos lo mismo en su lugar, si fuésemos un país conquistador, invasor, despojador o simple explotador del esfuerzo ajeno.
Pero también vale la pena preguntarnos acerca de lo que hacemos por nuestras lenguas originales. En lo personal, reconozco que hago poco, porque la escasez económica en que nos han reducido los poderosos del orbe y del país, obliga primero a conseguir lo básico para subsistir. Trato de estudiar el náhuatl y hasta de buscar dónde y con quien practicar el idioma de mis antepasados e incluso, lo doy a conocer y quizá sirva ello como un modestísimo esfuerzo para preservar sus restos y para rescatar lo que de ella perdimos en el inmediato anterior.
Finalmente, quiero -en mi jacobinismo- recordar un pasaje. Un fragmento del discurso que don Nemesio García Naranjo pronunció en New York, con motivo de la inauguración de una exposición escultórica allá por los años treinta. « . . .Como el nopal es nuestro pueblo. La historia no ha sido para México un himno sino una elegía. De otros países no ha recibido caricias sino zarpazos. Francia, que tan noblemente ha distribuido sus libertades en el mundo, a nosotros nos quiso encadenar con un imperio; los Estados Unidos, que tantas veces ha demostrado su generosidad, a nosotros nos quitaron la mitad de nuestro territorio. Nuestro pasado se amasa con lágrimas y sangre, y México, rodeado de infortunios, ha clavado sus raíces en las peñas donde se quebrarían las hojas de acero de los arados; ha extraído miel hiblea de las rocas; ha conservado en medio de las tragedias el color exultante de la esperanza inmortal; y en la frugalidad astringente de los desiertos, ha sabido cosechar las rosas fragantes y los frutos sazonados de una cultura superior . . .»
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